«En Barrenkale tu cabeza va a estallar», alertaba una canción del grupo autóctono MCD. El botellón es el problema número uno de los vecinos y el atractivo principal de los jóvenes. Begoña, que ha vivido sus 72 años en el barrio, intenta entenderlo, «pero, hijo, no comprendo yo qué hay de bonito en todos en el suelo bebiendo». Difícil también para el propietario del bar La Villa, antaño santuario púber kalimotxero, y hoy taberna que ha visto mermar su clientela por los precios sin rival de la litrona y la presión vecinal para cerrar pronto y sin ruido. Pero hay más barrio.
«Si no es en el Casco, no me emancipo», condiciona un joven que busca piso. El Casco palpita y eso mola. Por sus cafés con olor a porro pasan los mejores años de una generación de jóvenes atraídos por el ambiente, las faldas y las sonrisas de sus calles adoquinadas. Los mayores van de potes como siempre, y un baby boom en boga chuta la pelota cada día en la Plaza Nueva. Una joven con pantalón de marca da una moneda al Caronte flautero. «Gracias, guapa».
Los vecinos
Begoña Garay Trabajadora de una ONG.
«Me pillas aquí en la hora de descanso» (el camarero pregunta: «Lo de siempre, ¿no?»). Es agradable tomar un café en la terraza de la Plaza Nueva cada día. Soy de fuera, pero está muy bien comunicado».
Emilio Pirla Sombrerero.
«La sombrerería Gorostiaga lleva en la calle Víctor, 9, desde que la puso mi bisabuelo hace 149 años. Los vecinos cambian, cada vez hay menos txapelas, pero ahora también vienen jóvenes, actores...».
Flori Ama de casa.
«Nací y viví durante muchísimos años aquí, así que en cuanto puedo vuelvo con mi madre y mi nieta para que juegue. Nos encanta el ambiente, pasear, hacer compras, charlar...».
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