«Pagamos nuestros impuestos como todo el mundo, pero estamos aislados», explica Ramón, un vecino. El autobús más cercano a esta barriada se encuentra a dos kilómetros. Para llegar hasta él hay que cruzar el polígono El Pino, por lo que a ciertas horas es peligroso. En una zona donde la mayoría de familias son jóvenes y hay muchos niños (unos 400, según David, presidente de la asociación vecinal), el colegio al que pertenecen (en Amate) está a tres kilómetros y el más cercano (el de Torreblanca), a uno.
No cuentan con un servicio de limpieza efectivo (hay un barrendero, cuando debería haber cuatro), y ni siquiera tienen buzón de correos o cabina telefónica.
Aun así, lo peor, según los vecinos, es la inseguridad. «En medio año han desvalijado seis casas –cuenta el presidente de los vecinos–, y los robos en los coches son diarios». Han pedido el vallado de la plaza porque «es un nido de delincuentes», denuncian; pero también se lo han denegado. Y aún esperan el polideportivo, los columpios para los niños y el club social que les prometieron.
Pancartas para protestar
Tienen problemas, incluso, de salubridad. «Las ratas entran hasta en las casas, y son enormes», cuenta Ana María, una vecina. Según fuentes del Ayuntamiento, el distrito Cerro-Amate ya se ha puesto en contacto con Lipassam, con Tussam, con Urbanismo, con el laboratorio municipal... para intentar solventar todas las carencias. Por su parte, los vecinos ya han colocado pancartas y no dudarán en manifestarse si es necesario.
Dolores Ramos Arroyo, 48 años. «Lo peor es no tener autobuses; no tengo carné y dependo de mi familia para todo. Además, tengo miedo, porque estamos abandonados. Ya han robado a varios vecinos, por lo que hemos llenado la casa de rejas».
Vicente García a Muñoz, 73 años. «Esto es denigrante. Hemos mandado cartas al alcalde, a Tussam, incluso al Llaboratorio municipal, y no nos echan cuenta. Las ratas entran en nuestras casas. Sólo pedimos lo que nos pertenece por ley».
Ramón Díaz Ramos, 50 años. «Tengo que aguantar los ruidos de las naves industriales que están enfrente de mi casa. A mis hijos les he tenido que comprar un coche porque me tenían de taxista. Y a las diez de la noche ya no se puede salir de casa».
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