El Gran Feroz –viejo pirata de voz ronca, pata de palo, parche en el ojo y enfado permanente– surcaba los Mares del Sur en su mugrienta nave, asaltando barcos cargados de oro y diamantes.
Una mañana, después de un abordaje, el Gran Feroz y su tripulación fueron a celebrar sus triunfos a puerto. Un chaval de unos diez años, con parche en el ojo, sable en el cinto y camisa de rayas, se acercó hasta el Gran Feroz y le dijo: «Yo también quiero ser pirata, llévame contigo».
El viejo pirata lanzó una gran carcajada y dijo: «Si no eres más que un renacuajo que no levanta dos palmos del suelo. Mis hombres son fuertes y curtidos…».
El chaval se montó en su barquito y se puso a navegar. Al cabo de un rato el barco del Gran Feroz lo alcanzó, y toda la tripulación se burló del aprendiz de pirata. El chaval, comido por la rabia, navegó tan deprisa que logró alcanzar al Gran Feroz. Se encaramó a la gran nave, y con su sable comenzó a hacer pequeños agujeros en la madera. El Gran Feroz intentó asustarle: lanzó cañonazos, tiró agua hirviendo por la borda, giró la nave a toda velocidad... pero el chico logró su cometido y la nave del Gran Feroz hizo agua. Los que lograron salvarse sirvieron a su capitán, el Pequeño Feroz, con gran devoción.
No siempre los mayores tienen razón. Las opiniones de los pequeños también cuentan. ¡Escuchémosles!
Próximo viernes: 40/Alta traición
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