¿Qué requisitos debe cumplir una buena adaptación de Jane Austen?

"Es una verdad reconocida por todo el mundo que un soltero dueño de una gran fortuna ha de sentir un día u otro la necesidad de una esposa". Jane Austen lo dejaba claro al inicio de Orgullo y prejuicio: por mucho que décadas de crítica machista y condescendencia académica expresaran lo contrario, a la mítica novelista de Southampton el romanticismo le importaba bastante poco. De hecho, no le interesaba tanto el amor en sí como el modo en que la sociedad de su tiempo reaccionaba a él.

Su objetivo fue abordar esta cuestión del modo más irónico posible y la obra resultante no ha dejado desde entonces de sorprender a lectores de cualquier perfil. Los personajes femeninos de indómita fortaleza, el sentido del humor y, sobre todo, unos diálogos milagrosos a medio camino entre el ingenio de Aaron Sorkin y el instinto badass de Quentin Tarantino, han cimentado el lugar de esta novelista dentro de la cultura popular. Ayudados, claro, por el cine.

Ya en 1940 Más fuerte que el orgullo llevaba a la gran pantalla la obra insignia de Austen con el protagonismo de Greer Garson y Laurence Olivier, pero solo era el comienzo de una larga sucesión de adaptaciones más o menos afortunadas. Las versiones cinematográficas y televisivas de historias de Austen se cuentan por decenas y Emma., la última de ellas, se estrenó el pasado viernes. Tomándola como ejemplo en compañía de otras películas, es una buena oportunidad para discernir cómo debería ser la adaptación perfecta de Jane Austen.

De modo que prepara el té, empieza a elucubrar posibles réplicas malintencionadas y colócate el monóculo para acto seguido dejarlo caer escandalizado, porque empezamos.

En su vídeo Are Emma. Costumes Historically Accurate? la historiadora de moda Karolina Zebrowska (en cuyo imprescindible canal de YouTube ha atizado sin piedad el vestuario de la reciente Enola Holmes o incluso la Mujercitas de Greta Gerwig) comparte su sorpresa ante el detalle que muestra este film de Autumn de Wilde. Las adaptaciones de Austen suelen recurrir a una imagen institucionalizada por el cine sobre cómo ha de lucir el período victoriano donde se suelen ambientar sus historias. Una imagen tópica, habitualmente llena de imposturas.

La Emma. de Anya Taylor Joy, no obstante, se esmera en la inmersión histórica y la utiliza para reforzar la narrativa. Su desinterés por una espectacularidad vacía, de este modo, incrementa la ridiculez de algunas de las escenas y refuerza la sensación de cotidianeidad que Austen perseguía en sus escritos, no en vano siempre tendentes a recrear experiencias propias. El film de De Wilde aprovecha esta cercanía, además, para ser verdaderamente incómodo si así se lo propone, como demuestra la potentísima escena de la humillación de Miss Bates (Miranda Hart).

Un documentado diseño de producción y un apartado formal exuberante no tienen por qué ir de la mano, y de hecho quien espere en Emma. una sofisticación visual del estilo de la Orgullo y prejuicio que dirigió Joe Wright en 2005 podría quedar bastante decepcionado. Para esta versión de la novela más famosa y adaptada de Austen, el director de Expiación pudo beneficiarse de un reparto encabezado por Keira Knightley y Matthew Macfadyen, pero sobre todo de la fotografía de Roman Osin.

Las poderosísimas imágenes de Orgullo y prejuicio han calado en el público mucho más que la fidelidad de esta adaptación a su fuente primordial, bastante discreta en términos de tono. Así, el film resulta ser un drama apasionado y tormentoso, más propio de Emily Brontë que de Jane Austen, donde los hallazgos estéticos han sepultado el espíritu de la autora sin que esto redunde en el entusiasmo de sus espectadores.

Aunque nada de esto quite que, puestos a buscar fidelidad a la obra a la par que una belleza singular, la Orgullo y prejuicio de la BBC cumpla ambos propósitos. A las pruebas nos remitimos:

Las protagonistas de Jane Austen son tan carismáticas y efervescentes, poseen tanta vida, que un debate recurrente en el fandom de la autora es identificar quién de todas ellas supone su álter ego. Las apuestas más benevolentes defienden que es Elizabeth Benneth, de gran independencia e ingenio. Las más malintencionadas aseguran que es Emma, con su malicia y sentimiento de superioridad. Y entre medias, están los partidarios de Lady Susan.

Una buena adaptación de Austen ha de respetar la individualidad de sus personajes y entender qué es lo que los hace únicos. Esto se puede conseguir por la vía de un buen guion que rebose empatía o por una lograda interpretación de la actriz de turno, y la Sentido y sensibilidad de Ang Lee estrenada en 1995 cumple ambos supuestos. Dándose el caso, además, de que sea una sola mujer la principal responsable de estos: Emma Thompson, que interpreta a Elinor y escribe el libreto galardonado por el Oscar.

Es así. Las adaptaciones de Jane Austen engrosan un legado audiovisual al que es imposible dar la espalda, refrendado por el definitivo y unánime establecimiento de su nombre como uno de los grandes de la literatura universal. Lejos han quedado aquellos tiempos en los que Mark Twain gustaba de criticar ácidamente su obra y tenía que ser Walter Scott quien defendiera públicamente su calidad: Austen es canon. Y es un canon que se infiltra en el cine incluso aunque las películas no lleven el título de la fuente.

La Orgullo + Prejuicio + Zombies que escribió Seth Grahame-Smith y fue llevada al cine es el ejemplo más rocambolesco, pero no el definitorio. En su lugar, hemos de erigir a dos clásicos modernos como Fuera de onda y El diario de Bridget Jones como constataciones definitivas del mito. Aunque no adapten directamente Emma y Orgullo y prejuicio su ADN está ahí, y ni Amy Heckerling ni Helen Fielding lo han negado en ningún momento.

El debate es extremadamente amplio, pero proyectándonos en el ejercicio de adaptar novelas escritas hace más de dos siglos, el respeto absoluto a sus discursos y acontecimientos puede antojarse como algo bastante vago o, aún peor, innecesario. Si Austen es un clásico incontestable se debe a cómo su obra es capaz de dialogar con las circunstancias de cada lector, sea el periodo histórico que sea. Enriquecer ese diálogo desde el ahora, incluso reescribiendo y añadiendo elementos si se tercia, puede ser de lo más estimulante.

Es lo que nos lleva a que, en opinión de quien esto suscribe, Amor y amistad resulte ser una de las mejores adaptaciones de Jane Austen, aunque no necesariamente una de las más conocidas. La voluntad de Whit Stillman por reflexionar antes que traducir religiosamente se percibe desde el título (que, en lugar del Lady Susan de la novela que adapta, prefiere homenajear los títulos contrapuestos de Austen), y vehicula la inquieta creatividad en este film de 2016.

La novela original posee una estructura epistolar que apela al lector para que vaya reconstruyendo qué ha pasado durante el tiempo transcurrido entre carta y carta, y eso es justo lo que hace Stillman en Amor y amistad: reconstruir. Los diálogos respetan la sonoridad y macarrismo de Austen sin adaptar realmente ningún diálogo escrito por ella, y una pletórica Kate Beckinsale termina de redondear la jugada fundiéndose con la antiheroína con más mala leche de la autora. Que ya es decir.