Unas elecciones en la encrucijada

Las elecciones autonómicas del próximo domingo serán los octavos comicios de este tipo que se celebran en el País Vasco.
Los primeros tuvieron lugar en 1980, meses después de aprobarse, a finales de 1979, el Estatuto de Autonomía, con lo cual ha transcurrido un cuarto de siglo de un modelo de autogobierno que ahora se pone en cuestión, ya que en el trasfondo de la votación se sitúa el apoyo o el rechazo a la reforma del Estatuto de Euskadi (el llamado plan Ibarretxe) que contempla el derecho a la autodeterminación y a la eventual independencia de este territorio.

Hay que señalar en primer lugar que en España la transición fue más fácil de asumir en lo tocante al modelo político de Estado (pasar de la dictadura a la democracia), que en lo tocante al modelo territorial (el Estado de autonomías). El inicio de las autonomías vasca y catalana  generó múltiples desconfianzas en amplios sectores por la amenaza que muchos creían que suponía para la unidad de España. Ahora, la mayoría de los españoles reconocen lo positivo del sistema autonómico, que no se habría hecho realidad sin las reivindicaciones históricas de los nacionalismos. No obstante, aún sigue siendo difícil mentalmente para muchos ciudadanos de nuestro país, incluidos los políticos, aceptar la existencia de varias nacionalidades y lenguas reconocidas en la Constitución.

En segundo lugar, hay que decir que en el caso vasco la transición política fue vivida de una forma diferente al resto del país, ya que si se apoyó la transición a la democracia, un amplio sector identificado con el nacionalismo rechazó el modelo de Estado territorial autonómico ( boicoteó la Constitución por no contemplar el derecho a la autodeterminación). Para este sector nacionalista la transición vasca no ha acabado, a pesar de haber conseguido las mayores cotas de autogobierno existentes en Europa, ya que el objetivo es conseguir el derecho a la autodeterminación.

Por otro lado, la evolución del Estado autonómico de forma asimétrica (diferentes competencias en cada Comunidad), la inoperancia del Senado, la tendencia de los Gobiernos centrales (UCD, PSOE o PP) a seguir haciendo una política  centralista, y la lógica de los nacionalismos periféricos tendente a ampliar permanentemente competencias y reivindicaciones, ha puesto de manifiesto los límites del modelo híbrido e inacabado de descentralización que es hoy el Estado de las autonomías.

Cataluña pide reformar su Estatut; Baleares, Canarias y la Comunidad Valenciana, ser reconocidas como comunidades históricas. Incluso Madrid desea la reforma de su Estatuto. Y el debate sobre el federalismo se inicia donde acaba la discusión sobre la autonomía. Coincidiendo con las elecciones vascas, que no resolverán seguramente nada, dada la división interna en dos mitades del electorado vasco, se ha llegado al momento de buscar nuevas respuestas democráticas al viejo problema de la convivencia de diferentes pueblos y culturas dentro de un marco estatal  integrador.

Próxima entrega:

«La peculiar fórmula electoral vasca»

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