Pioneras en la galaxia Michelín

Celia Jiménez debutó en la cocina a los ocho años intentando hacer gachas como las de la abuela.
«No salieron exactamente igual», sonríe ahora, convertida, a los 29 años, en jefa de cocina de un restaurante de lujo (El Lago, Marbella).

Es curioso, hacer de comer ha sido siempre cosa de mujeres, pero los laureles gastronómicos coronan más cabezas masculinas. ¿Por qué? «Dedicarse a este tipo de cocina es incompatible con cualquier otra cosa. Las diez horas diarias no te las quita nadie, y trabajamos seis días a la semana. Mi familia es de Córdoba. Yo no la veo nunca. Vienen ellos a Marbella más que voy yo por allí».

Para Celia, la llamada de la cocina ha sido parecida a quienes dejan todo por las misiones. «Siempre me había gustado cocinar, pero no me animaba. A los dos años de estudiar historia me planté y dije: me voy a hacer cocinera. En mi casa se asustaron. ¡Nadie se dedicaba a esto!».

La historia de Susana López es diferente. Viene de casta hostelera. Echó los dientes en la cocina de La Espuela (Antequera), el restaurante de sus padres. Ahora manda allí. Ni recuerda a qué edad empezó a pelar patatas. Con 12 años fue alumna de Arzak.

Las trayectorias de Celia y Susana convergieron hace unos años en la escuela de hostelería La Cónsula, a donde han vuelto durante unas jornadas de antiguos alumnos. Son dos pioneras en una galaxia Michelín que desmitifican sin acritud. «La cocina siempre ha sido creativa, y hay que experimentar, pero sin caer en la estafa o en el disparate», apunta Susana. La sensatez sigue siendo femenina.

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