Así sobrevivió Drew Barrymore a sus excesos de niña prodigio y problemas con las drogas

De adolescente alcohólica y adicta a productora de éxito aficionada a los ejercicios de suelo pélvico: así escapó Drew Barrymore a la maldición de las niñas actrices.
Así sobrevivió Drew Barrymore a sus excesos de niña prodigio y problemas con las drogas
Así sobrevivió Drew Barrymore a sus excesos de niña prodigio y problemas con las drogas
Así sobrevivió Drew Barrymore a sus excesos de niña prodigio y problemas con las drogas

Once meses tenía Drew Barrymore la primera vez que se puso frente a una cámara para rodar un anuncio de comida para perros. A los cinco, aquella niña de preciosos ojos azules y rostro angelical ya estaba debutando en el cine de la mano de Ken Russell, que le dio un papelito en la película de terror y ciencia ficción Un viaje alucinante al fondo de la mente (1980). Sin embargo, sería Steven Spielberg quien dos años más tarde –y tras haberla descartado para protagonizar Poltergeist (1982)– la catapultó al olimpo de Hollywood al colocarla como prota de una de las cintas más míticas y exitosas del séptimo arte, E.T. el extraterrestre (1982).

Aquella película sobre un extraterrestre adorable que se queda abandonado en la Tierra después de que su nave se olvide de él se convirtió en el filme más taquillero de la historia del cine y, como consecuencia, Drew Barrymore, proveniente de una conocida dinastía de artistas, pudo saborear las mieles del éxito durante un tiempo. Pero gestionar la fama (y sus correspondientes ‘accesorios’) a los siete años no resulta tarea sencilla. Sobre todo cuando uno se cría en el seno de una familia totalmente disfuncional.

El padre de la intérprete, el actor John Drew Barrymore, era un alcohólico violento y había abandonado a su madre cuando esta se quedó embarazada. Y su progenitora y representante, Jaid, era una actriz frustrada empecinada en convertir a su hija en una estrella pero con escasísimas nociones de responsabilidad parental.

Esa circunstancia llevó a Drew, que creció en un barrio humilde de Los Ángeles, a convertirse en un juguete roto de manual. ¿Esperable? Seguramente, si uno tiene en cuenta que la niña empezó a salir con su madre y los amigos de esta varias veces por semana, y que después de que sus padres se divorciasen –cuando ella apenas tenía nueve años–, Jaid empezó a llevarla a la discoteca neoyorquina Studio 54 con más frecuencia que al colegio.

En aquel club nocturno, Drew pasó horas bailando con adultos babosos y entró en contacto también con el mundo de las drogas. Pero su vida dio un giro radical cuando a los 12 años su madre decidió encerrarla durante 18 meses en una institución mental, después de que la pequeña fuese diagnosticada como adicta al alcohol y a las drogas. “Aquello era horrible, oscuro y muy persistente, un año y medio, pero lo necesitaba. Necesitaba toda esa disciplina loca”, llegó a comentar la actriz sobre su encierro en aquel centro.

La particular montaña rusa emocional de Drew tocó techo el día que, con solo 13 años y en una de sus salidas de aquel centro, se vio tan sola y perdida que llegó a intentar cortarse las venas de las muñecas con un cuchillo. Durante un tiempo, aquella furiosa joven seguiría protagonizando (detrás de las cámaras y muy a su pesar) esa especie de sórdida película sobre infancias robadas (aunque, irónicamente, llegara a participar en esa época en alguna que otra campaña antidroga).

La californiana tenía 14 años cuando, recién salida de la institución y por consejo médico, se emancipó legalmente de sus padres. Declarada oficialmente una adulta, la vuelta a la realidad no fue nada sencilla para Drew, que se vio entonces viviendo sola en un apartamento —“No sabía ni que tenía que sacar la basura. Menos mal que cerca de mi apartamento había una lavandería: me salvó la vida”, contó una vez— y sintiéndose totalmente paria en un Hollywood que decidió darle la espalda y se dedicó a juzgarla duramente durante varios años.

“Tener una carrera tan grande a una edad tan joven, luego nada durante años, con gente diciendo ‘eres un desastre sin empleo’, es un viaje difícil de hacer cuando tienes 14 años”, apuntó en una entrevista. Así que no le quedó más remedio que ponerse a servir mesas y limpiar retretes en una cafetería.

Pero Drew tenía claro que aquella no era la vida que quería llevar y decidió tirar de determinación, humildad y falta de resentimiento para regresar al despiadado mundo del show business que un día le cerró las puertas con varias vueltas de llave. Ahora bien, la pela es la pela. Y Hollywood, que olió rápidamente dinero en la vuelta al cine de aquella desesperada adolescente de 17 años, se bajó los pantalones y acabó ofreciéndole a Drew el papel de misteriosa y sensual rubia en Hiedra venenosa (1992).

Después de rodar aquella cinta, y tras despelotarse a los 19 años en la portada de la revista Playboy, las ofertas cinematográficas volvieron a lloverle a Drew. Ella no creía mucho en ninguno de los proyectos que le llegaban, pero siguió apareciendo en numerosas películas –unas más olvidables que otras, todo sea dicho de paso– porque de algo había que comer.

Así sobrevivió Drew Barrymore a sus excesos de niña prodigio y problemas con las drogas

Drew reflorece

Hasta que un día, a los 20 años, harta de dar vida a chicas malas y como Juan Palomo, decidió fundar su propia productora, Flower Films. Gracias a esta nueva faceta, la actriz produjo y protagonizó cintas tan célebres como aquella olvidable comedia romántica llamada Nunca me han besado (1999), la entretenida adaptación al cine de la famosa serie de televisión Los ángeles de Charlie (2000) o (la poco taquillera pero aplaudida por la crítica) Donnie Darko (2001).

Y no le ha ido mal desde entonces. Varias decenas de películas después, la otrora niña de la tierna sonrisa sigue en el candelero y continúa siendo una de las actrices más queridas e icónicas del planeta (que para algo la ha visto crecer). 

Ahora, eso sí, apuesta por la moderación como estilo de vida –aunque ha dicho que “no estoy sobria ni lo pretendo”–, pasa bastante del amor de pareja –“he pasado una gran parte de mi vida dedicándome al amor, a buscarlo y conseguirlo”– y no se corta un pelo a la hora de hablar sobre temas como la dureza de la maternidad –“la gente no habla de que cuando tienes hijos todo se cae, nada vuelve a su sitio original”– o su resistencia a pasar por el bisturí para aparecer más joven –“yo tengo una personalidad extremadamente adictiva. Nunca he consumido heroína y no quiero someterme a una cirugía plástica porque siento que ambas tienen pendientes muy resbaladizas”, le soltó a una periodista–.

Drew acaba de cumplir 47 años y, aunque en su día decidió tomarse un descanso interpretativo de casi un lustro –“dejé de trabajar para tener a mis hijas y cuidarlas y criarlas” –, nunca ha dejado de currar por completo –“aunque al principio te sientes liberada, poco a poco te va surgiendo la inquietud de si te van a olvidar”, confesó una vez–. Además, aprovechó aquel break para crear una línea de cosméticos llamada Flower Beauty y publicar un libro autobiográfico titulado Wildflower; aunque ella, que fue precoz para casi todo, ya escribió sus primeras memorias a los 14 años y visitó con su madre el popular programa de Oprah Winfrey para promocionarlas.

Guste más o menos, es indiscutible que Drew sigue siendo un icono. Espontánea, y sincera, se podría decir que la actriz es también una estrella de Instagram: tiene una cuenta donde lo mismo comparte fotos de su niñez como aparece en un vídeo dándole consejos a su hija sobre la importancia de cuidar el suelo pélvico.

En pleno divorcio del marchante de arte (y padre de sus dos hijas) Will Kopelman, decidió regresar a los rodajes, para ponerse al frente de la comedia negra de Netflix Santa Clarita Diet, donde interpreta a una zombi caníbal.

Pero que nadie se confunda: Drew ha dejado claro ya en varias ocasiones que ahora no cuenta con el tiempo ni las ganas para aceptar trabajos interpretativos demasiado exigentes. Sus prioridades han cambiado y la actriz, que reside con sus hijas en Nueva York, quiere ser la única que lleve las riendas de su vida. 

“No quiero que mis hijas crezcan diciendo: 'Oh, vaya, sí, ella realmente trabajaba duro, pero yo no la veía'. Quiero que digan: '¡No sé cómo demonios estaba allí para todas aquellas cosas, y todavía trabajaba!”, comentó hace poco. Efectivamente, ahora es ella, y no la industria hollywoodiense, quien lleva la batuta de su perenne carrera.

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