Inmersión medieval

Llega agosto y quien puede se escapa.
Comienzan las fiestas de María Pita, la ciudad se censa con familiares, amigos y guiris de andar por casa que serán repatriados tras el Teresa Herrera con el peto roto, pero laudando la benéfica metamorfosis de Marineda: De aperitivo, feria medieval.

La vieja cantinela, un poco más cargada de bombo. Los feirantes locales escupen serpientes por la adjudicación del montaje a una empresa catalana. No sé por qué andan chuecos: los polacos han respetado el tópico y todos contentos. Ningún curuñés se inmuta cuando el halcón enfila, supersónico, la atiborrada plaza de Azcárraga.

Es nuestro amigo, el halcón de cada verano. Nadie se maravilla si, al doblar la esquina, topa con autos de la Inquisición y sainetes de alpargata: ya son historietas de familia.

En estos tiempos teleadictos y de ideas-fuerza, reiterar contenidos es síntoma de vanguardia, algo muy preciado en una capital siempre celosa del progreso. La feria, confesémoslo sin pudor, nos transmuta en versados medievalistas.

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