[San Sebastián 2019] James Franco deja 'Zeroville' en un ejercicio escolar de cinefilia

La novela de Steve Erickson es un homenaje al poder del cine y el Hollywood de los 70, pero en manos del director de 'The Disaster Artist' se acerca a Tommy Wiseau.
[San Sebastián 2019] James Franco deja 'Zeroville' en un ejercicio escolar de cinefilia
[San Sebastián 2019] James Franco deja 'Zeroville' en un ejercicio escolar de cinefilia
[San Sebastián 2019] James Franco deja 'Zeroville' en un ejercicio escolar de cinefilia

James Franco decide comenzar su adaptación de Zeroville en el mismo instante en el que Quentin Tarantino termina su Érase una vez en Hollywood: el asesinato de Sharon Tate en agosto de 1969. Si bien la coincidencia es puramente casual, pues Franco rodó Zeroville hace ya cinco años (en 2014) su adaptación de la aguda novela de Steve Erickson sobre el Hollywood de los años 70, el hecho de que el filme haya permanecido todo este tiempo guardado dentro de un cajón ha significado que salga a la luz después del de Tarantino y propicie toda clase de comparaciones en contra.

Y cómo evitarlas. Ambas películas son un canto de amor nostálgico a la misma época de transición en la industria hollywoodiense que cambió el paradigma del séptimo arte, pero lo que en el caso de Tarantino se reviste de varias capas de lectura metacinematográfica con Franco se queda en una colección de guiños facilones y referencias que pueden resultar atrayentes a estudiantes de primero de Comunicación Audiovisual –serán capaces de reconocer todas las citas sin pestañear, aunque para eso ya están las listas de letterboxd–, pero no ejercen ninguna función más allá de señalar con el dedo lo que en el original literario era bastante más sutil.

Zeroville está protagonizada por Vikar, un joven estudiante de arquitectura que, tras quedar fascinado por una proyección de Un lugar en el sol (George Stevens, 1951), se escapa de su comunidad religiosa, se rapa la cabeza, se tatúa a Montgomery Clift y Elizabeth Taylor en la nuca y se instala en Los Ángeles para ver películas y ganarse la vida en el mundo del cine. Empieza como constructor de decorados y lo largo de la década acaba progresando hasta ser un montador premiado en el Festival de Venecia.

Además de dirigir, Franco también interpreta a Vikar en una decisión de casting que solo se puede calificar de desacertada. Quizás el actor/director consideró que su transformación física era suficiente para hacer justicia al personaje, pero el peculiar tipo raro semiautista y visceral descrito por Erickson, prácticamente en la línea de un Ignatius Riley cinéfilo, no aparece por ningún lado en la manera que Franco tiene de abordarlo. La mayor parte del tiempo es una presencia vacía que se limita a murmurar sus líneas de guion.

La caracterización superficial es un problema que aflige también al resto de personajes –desde figuras del Hollywood de la década interpretadas por los colegas habituales, como Seth Rogen gozando el fumar puros como John Milius Megan Fox como la Soledad Miranda de una realidad alternativa, hasta cineastas actuales haciendo cameos simpáticos, como Gus Van Sant–, incluyendo al ladrón interpretado por Craig Robinson, cuyos monólogos de crítica cinematográfica eran uno de los puntos fuertes del libro de Erickson y en la película pierden toda su fuerza diluidos en intentos de gags que no funcionan. Quizás el único que está entonado sea el magnífico Will Ferrell, en un papel de productor odioso y fanfarrón que domina al dedillo (su memorable Ashley Schaeffer de Eastbound & Down, por ejemplo) y deja la mejor escena del filme: su canto a cappella de The Track of My Tears.

Rodada con escaso presupuesto –la ambientación se resuelve constantemente a base de planos cerrados–, mediana implicación y tirando de agenda, Zeroville está más cerca de evidenciar las carencias de un estudiante aplicado a quien le gustaría mejorar que de celebrar el poder del cine como materia transformadora de nuestras vidas.

Hay que recordar que Franco hizo este filme unos cuantos años antes que The Disaster Artist (2017) recreación del rodaje de The Room, donde no solo también trataba ese tema sino que mostraba bastante más competencia detrás de la cámara. Es digno de celebrar su empeño estajanovista y de cierto riesgo al asumir proyectos interesantes que muchas veces parten de libros complicados de traducir en imágenes. Si antes de Zeroville sus adaptaciones de Faulkner, Steinbeck McCarthy no han alejado a la gente de sus grandes obras literarias, esperamos que esta tampoco impida que la novela de Steve Erickson sea leída como merece.

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