[Crónica Sundance 2014] Descargando tensión

Con el agotamiento haciendo mella en los pocos asiduos que siguen rondando por Sundance, se entiende que los nervios de la parroquia estén destrozados y que, de algún modo, pidan que el cine les dé lo que el Código Penal les prohíbe en el mudo real. Por VÍCTOR ESQUIROL
[Crónica Sundance 2014] Descargando tensión
[Crónica Sundance 2014] Descargando tensión
[Crónica Sundance 2014] Descargando tensión

Sientes que vas a explotar en cualquier momento. Vas calentando los nudillos, por si acaso, mientras notas cómo las venas de la sien se te están hinchando más que los presupuestos en obra pública en nuestro querido país. “¿Señor? ¿Se encuentra bien? Le veo un poco rojo... ¿le ha dado una insolación?”, a lo que respondes, sin pensártelo, “¿Una insolación? ¿En Utah? NO. Es que no consigo quitarme la maldita canción esa de Lady Gaga.”, a lo que te contesta, “Bueno, en este caso creo que debería tener un poco más de consideración. Creo que su actitud no es la más adecuada ahora mismo”. Sin quererlo ni pedirlo, la escena se ha puesto –muy– tensa. No lo entiendes, así que te retiras elegantemente al rincón de pensar, donde, pasados unos pocos minutos, te das cuenta del error fatal que acabas de cometer.

Recuerdas antes que, si algo tiene el pueblo estadounidense, es esa gracia para combinar, como ningún otro, la capacidad para explotar (en todos los sentidos) con la de recompensar. Lo mismo que darle golpecitos amistosos a la espalda al mismo desgraciado al que has estado fustigando hasta casi matarle. Los voluntarios que impiden, día tras día, que este festival se vaya al garete, llevan un llamativo chaleco de color azul que aparte de protegerles del frío invernal, debe taparles también las heridas de los latigazos que han estado sufriendo durante estos días. Lo suyo es sacrificio puro y duro. Amor al arte y a los plastas que acudimos a ellos para que nos ayuden en absolutamente... todo. Y siempre con una sonrisa de oreja a oreja. Con razón se han ganado una jornada dedicada a ellos.

En Sundance, El Día del Voluntario es como cualquier otro, la única diferencia es que cada proyección viene precedida por un simpático video en el que se agradece la labor de dicho colectivo. Este año, a alguien se le encendió la bombilla y descubrió que las cuatro últimas letras de dicho certamen le llevaban directamente a un famoso hit de Lady Gaga. Habemus concepto: “Sin la dedicación de nuestros voluntarios, no habría SunDANCE” Y a partir de ahí, todos (incluidos Sam Rockwell y Glenn Close) se ponen a bailar como si les fuera la vida en ello. La primera vez hace gracia, la segunda no tanta... la quinta produce los síntomas descritos al principio de este nuevo capítulo.

Vas a explotar, y necesitas descargar tensión como sea. No sólo tú, sino también todos los demás asistentes a una de las sesiones más esperadas del festival. Se nota en el ambiente cuando, precisamente uno de los voluntarios, anuncia que la siguiente película que vamos a ver es The Raid 2. “HELL YEAH!”, se oye al fondo de todo, y los de la prensa e industria estallamos en el primer aplauso de la noche... antes siquiera de que haya empezado la película en cuestión.

Dos horas y media después de este estallido de euforia, se produce el que quizás estaba más cantado: la ovación de despedida durante el desfile de los títulos de crédito finales. Entre éste momento y el otro, se han ido sucediendo muchos más chispazos. Fruto de la más bestial descarga de las tensiones que se nos podría haber ofrecido, cierto, pero también por ver cumplida una de las promesas más gordas que nos había hecho el cine en los últimos años. Esto es, coger uno de los trabajos más apabullantes jamás vistos en el cine de acción, y llevarlo más allá. ¿La película “de artes marciales” más ambiciosa de la historia? Posiblemente.

The Raid 2 retoma la acción justo donde la dejó su antecesora, y a pesar de esto, luce en todo momento una sorprendente autonomía. Al fin y al cabo, las intenciones de Gareth Evans con esta atípica secuela van mucho más allá de la -mínima- historia iniciada hace dos años. Se trata de llevar al género donde nunca antes había osado llegar. El exceso se apodera del producto, siendo esto tanto su mayor virtud como el peor (aunque ni mucho menos condenatorio) de sus defectos. A medio camino entre El padrino, Promesas del este y la saga Infernal Affairs (todo esto bañado en un inmenso mar de tortas, claro), la trama de aquella redada original con aires de John Carpenter se complica. Hay entonces más calado dramático; más profundidad en sus personajes principales... aunque a efectos prácticos, lo realmente importante es que la melé se ha hecho mucho más grande. El caos y la furia que alimentan este extenuante espectáculo, también.

Cuantos más seamos, mejor. Dicho y hecho, The Raid 2 es pura operística de la leña. Una saturada y prolongada sinfonía dedicada a las infinitas formas con las que se puede romper el cuerpo humano. Una oda a las articulaciones dislocadas, a las extremidades torcidas, al hueso partido y a los nudillos en carne viva. La acción se multiplica, se diversifica (hay luchas, tiroteos, persecuciones de coche...) y se eleva, en constante más-difícil-todavía, a la máxima potencia. Evans, quien una vez más renuncia a la cámara lenta para dar más importancia a lo trepidante de su propuesta, se convierte en el tercer luchador con su brillante planificación y ejecución de las coreografías (imprescindible para ello la entregadísima labor de esa invencible bestia parda llamada Iko Uwais), con sus movimientos de cámara imposibles y con su inquebrantable (esto sí) voluntad de hacernos creer que en el cine de género no todo estaba -ni está- inventado.

Como el video de Lady Gaga ha vuelto a ser reproducido, toca calmar a la audiencia con otra sesión express de violencia. Ya saben, que se desfoguen viendo películas antes de que salga herido algún pobre voluntario. Killers es el nuevo trabajo de “The Mo Brothers” (es decir, Kimo Stamboel y Timo Tjahjanto), representantes punteros de la emergente cinematografía indonesia (a la franquicia ‘The Raid’ nos remitimos de nuevo). Dos asesinos, uno de la misma nacionalidad que los directores y el otro japonés (aparten a los niños) intercambian por internet los vídeos de sus fechorías, despertándose así una terrible escalada de tensión que de paso va a acercar cada vez más sus destinos.

Killers es, de paso, una película que acorta distancias. Es de Indonesia, y también de Japón (en muchos momentos la podría haber dirigido el mismísimo Takashi Miike)... y hasta de Hong Kong (tres cuartos de lo mismo pero con, por ejemplo, Johnnie To). Después del título gore de culto ‘Macabre’ “los Mo” se lucen a la hora de reproducir las claves que determinan la geografía cinematográfica, pero se quedan a medio camino a la hora de consolidarse como cineastas de referencia en el género. Su último trabajo, si bien aguanta elegantemente la vertical durante sus intensas (e in crescendo) dos horas de duración falla (ya sea por falta de músculo o de cerebro) a la hora de darle una solidez continuista al relato, de profundo calado moralista y, aun así, hijo bastardo totalmente atribuible a unos tiempos presentes bañados en sangre.

Unas décadas antes en línea temporal, más concretamente entre el otoño y el invierno de 1988, la madre de la joven Kat Connor despareció para no volver a ser vista nunca jamás. Estamos ahora en la América suburbial, tan idílica y colorista como -casi- siempre nos la han pintado. Esto sí, el encargado del retrato es alguien que se siente especialmente cómodo en los tonos más oscuros y, por supuesto, violentos. El que fuera uno de los abanderados del New Queer Cinema, Gregg Araki, después de la esperanzadora pero excesivamente reivindicativa Kaboom, prueba suerte de nuevo con la adaptación literaria.

La prosa poética de Laura Kasischke se pone en White Bird in a Blizzard al servicio del cineasta californiano para desembocar en un trabajo bien filmado pero no tan bien narrado; impecable sobre el papel pero a la práctica no del todo redondo. La rabia pueril y el enfado con el mundo (en general) tan definitorios del toque Araki aparecen aquí en cantidades contenidas, lo cual abre de nuevo al gran público el arte de este autor imprescindible del “otro cine” americano, pero por el contrario entorpece excesivamente un proceso de cocción que por momentos pierde casi todo su interés. Para salvar la función en los momentos de flojera, aparece al rescate Shailene Woodley en su papel más completo de su breve pero cada vez más impecable carrera, así como los temas más recurrentes en Araki, los cuales (el despertar hormonal, la difícil maduración... la confusión en todo lo anterior), más de veinte años después, siguen teniendo en este eterno rebelde una fuente casi inagotable de puro goce cinéfilo.

El ciclo de la violencia made in Sundance ha cerrado hoy con el imprescindible Michael Shannon liándose a tiros con unos bandidos de... agua. Young Ones es un sorprendente western futurista firmado por Jake Paltrow, quien en su segundo largometraje construye un inmenso castillo de referencias culturales para crear un universo no obstante propio y, por ello, atractivo. La ciencia-ficción (?) nos habla ahora de cómo el líquido elemento se ha convertido, definitivamente, en el objeto más preciado (por ser el único) para la supervivencia. Haciendo alarde de una muy convincente puesta en escena, así como de una inesperada solidez a la hora de poner la imaginación al servicio del celuloide, Jake Paltrow reflexiona sobre la devastación de la familia en un entorno ciertamente devastado, descubriéndose así como un excelente comprendedor del factor ambiental en el séptimo arte.

Ajeno a todas las patadas, disparos, desapariciones y muertes horribles; de hecho, ajeno a todo lo que no sea estrictamente su mundo, encontramos a Mr. X, es decir, al eterno enfant terrible Leos Carax. El documental Mr leos caraX está obviamente dedicado al misterioso y fascinante director detrás de películas como Boy Meets Girl, Mala sangre o la más reciente Holy Motors. El trabajo de la directora Tessa Louise-Salomé confirma en sus carencias (en el apartado de entrevistas, por ejemplo, da la sensación de que muchas piezas no han acudido a la llamada) lo que en cierto modo, ya nos temíamos. La obra y la figura de Leos Carax son tan inabarcables que es técnicamente imposible hacer una película sobre él, aunque siempre puede hacerse una película de gente hablando sobre Monsieur Carax. En este sentido, el documental sirve como excusa perfecta para que los no-iniciados sientan interés por una materia que, efectivamente, requiere de su atención; para los demás, siempre es un placer revisar (y poco más) los pasos, por así llamarlo, de esa fascinante “brisa poética”.

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