Balada triste de Renny Harlin

¿Cómo pasó el finlandés de ser uno de los directores comerciales más prometedores de los 90 a ganarse la vida con producciones de serie B de lo más dudoso? Por DANIEL DE PARTEARROYO
Balada triste de Renny Harlin
Balada triste de Renny Harlin
Balada triste de Renny Harlin

Hoy se estrena en los cines Hércules: El origen de la leyenda, la última película de Renny Harlin. ¿Quién? Ya, es normal que si no te encuentras entre las filas de aficionados al submarinismo en el cine de insípido derribo de los últimos años el nombre ni te suene. Sin embargo, debemos decirte que, durante al menos un lustro, este cineasta de origen finlandés gozó del favor (y el fervor) de Hollywood con tanta facilidad como acabó perdiéndolo de forma estruendosa y, al parecer, definitiva. El camino que va desde dirigir blockbusters como La jungla 2 y Máximo riesgo hasta productos a los que se les haría un favor distribuyéndolos directamente en el mercado doméstico aunque, aún así, mantengan unos rasgos de oficio y ganas detrás de la cámara que llevan a lamentar todavía más cómo ha quedado lo que una vez estuvo a punto de ser una prometedora carrera en el cine de acción. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Inicios de miedo

Se puede ver la filmografía de Renny Harlin como una pirámide cuya cúspide duró muy poco tiempo: un camino de ida y vuelta con la serie B supurante como inicio y meta, rozando brevemente con la punta de los dedos la clase A del cine comercial estadounidense. Infierno en el Ártico (1986), su primer largometraje, ya fue una co-producción entre Finlandia y EE UU y, por cierto, el filme más caro realizado hasta el momento en el país nórdico. Su anecdótico relato de survivalismo básico y protagonistas insoportables empañaban sólo ligeramente la apuesta por la violencia explícita, lo que abrió a Harlin las puertas de la industria del terror en Hollywood, por aquel entonces deseosa de emociones fuertes y shocks importados de Europa. El suyo será Prison (1988), una rudimentaria película de terror sobrenatural y carcelario con Viggo Mortensen en delirante papel doble. Se estrenó el mismo año que la gran llave de su futuro: Pesadilla en Elm Street 4.

Tan sólo un año después de que Wes Craven intentara clausurar la saga de Freddy Krueger con su guión para Pesadilla en Elm Street 3, el éxito continuado propició la realización de la cuarta entrega, con papá Craven de morros, New Line Cinema contando billetes y el público entregadísimo. Pesadilla... 4, con Harlin a la dirección, logró ser la secuela más taquillera de la franquicia por el momento (honor que mantuvo hasta 2003 con Freddy vs. Jason). También es una de las aportaciones más sólidas al personaje de Krueger, aquí casi verborreico, aunque seguramente la recordemos más por su humor retorcido e hipervitaminados juegos visuales que por darnos auténticas pesadillas. Harlin demostró así la eficacia de su músculo formal como director de alquiler para franquicias en proceso.

En la cima

Gracias al éxito de Pesadilla en Elm Street 4, la Fox se acercó a él para sacar adelante y con buen pulso cierta secuela que les quemaba en las manos: una segunda parte para el éxito sorpresa de Jungla de cristal. Contaban con el mismo guionista, Steven E. de Souza y otra novela barata que adaptar a la idiosincrasia de John McClane. La jungla 2 es la secuela de la saga que más se amolda al esquema de continuación directa: mantiene personajes y actores más allá del icónico Bruce Willis, conserva la ambientación navideña e incluso Harlin parece amoldarse a la elegancia característica de John McTiernan a la hora de filmar acción. Sin dejar de lado sus propios tics, en sintonía perfecta con el canon de la secuela modélica: más difícil todavía, más explosiones, más muertos, más ruido, más despiporre. El actioner típico de los 80 se desbordaba en la nueva década con una inercia hiperbólica en la que Harlin se sentía de lo más cómodo.

Sirva como ejemplo Máximo riesgo (1993), quizás su obra mejor definida y más compensada. Antes vino la macarrada de Las aventuras de Ford Fairlane (1990), tan voluntariamente coyuntural y de recuerdo indiscernible del "creativo" doblaje patrio como para aguantar una defensa a día de hoy (aparte de que, en un registro similar, la un año posterior El gran Halcón de Michael Lehmann le gana por goleada en todos los frentes). Es en Máximo riesgo donde Harlin empieza a asentar la voz, a sentirse cómodo con set-pieces de acción a máxima altura y a dejar que la espectacularidad de la imagen luzca su poderío (el tipo es un adicto al Scope 2.35:1). Por supuesto, el guión básico y directo de Sylvester Stallone y Michael France le sienta como anillo al dedo: héroe traumatizado y de pocas palabras, antagonista exagerado y rebozado en su propia villanía (inolvidable John Lithgow), escenas de acción bien compartimentadas y ordenadas en pulcra secuencia... Máximo riesgo comparte encuadernación con el manual de entretenimiento ligero y, apropiadamente, sabe contener la altura de sus aspiraciones.

La debacle

Habrá quien diga que un Harlin borracho de éxito no supo ver la que se le venía encima, pero lo cierto es que el fracaso mayúsculo de La isla de las Cabezas Cortadas (1995) fue fruto de la confluencia de diversos factores. Sin olvidar el poco tirón del cine de piratas entre el público de los 90 (escollo que ya se había tragado Spielberg con Hook), la desesperada situación económica de Carolco Pictures no ayudaba a percibir con confianza una superproducción de 100 millones de dólares con la que el estudio se jugaba la supervivencia a una sola carta. Michael Douglas abandonó la producción antes de empezar a rodar, según se dice porque el papel de Geena Davis (entonces mujer de Harlin) había aumentado casi tapando el suyo por completo, pero su marcha sólo fue la gota que colmó el vaso de una preproducción llena de problemas, desavenencias del director con el equipo técnico y el augurio de fracaso pasado por agua asignado por la prensa especializada desde el hundimiento de la justo anterior Waterworld. El batacazo financiero fue de los que entran en el Libro Guiness de los Récords; aun así el estudio ya había entrado en bancarrota seis semanas antes del estreno.

¿Se merecía La isla de las Cabezas Cortadas el desprecio generalizado de crítica y público que recibió? Desde luego, no estamos ni por asomo ante La puerta del cielo, pero por mucho guión caótico, aventura perezosa y humor inoportuno que tenga, las escenas de acción a cañonazo limpio y la dirección de sus set-pieces no son peores que las de otros accidentes ferroviarios de la misma década. El problema es que Harlin y Davis adquirieron un gafe que ya no les abandonaría. Ni siquiera en su siguiente colaboración, por mucho que quizás sea la mejor película del director. Memoria letal (1996) cuenta con un reconocible guión de Shane Black y empareja a Davis con Samuel L. Jackson para una buddy movie navideña con amnesia, diálogos lapidarios, brocha gorda porque sí y abundantes fantasmadas propias de una época donde al cine de acción ni se le pasaba por la cabeza poner los pies sobre la realidad.

Intentos de recuperación

Con el divorcio de Geena Davis resuelto y una lucha contra la luz de gas para conseguir financiación y proyectos en proceso, el director afrontó el cambio de siglo montado en un pequeño éxito de tonteo con el espíritu serie B como si estuviera ante un presagio de lo que le aguardaba en el futuro. Deep Blue Sea (1999) cayó simpática gracias a su demente punto de partida (tiburones asesinos hiperinteligentes) y detalles de brillo desprejuiciado como el final del personaje de Samuel L. Jackson. Se nota que Harlin todavía tenía ganas de marcha, hasta el punto de aumentar unos centímetros el tamaño de sus escualos para hacerlos más grandes que el mito de Spielberg (por cierto, hace unos años dijo que el director de E.T. le había quitado a él la idea de llevar Tintín al cine).

El ímpetu de quien confía en la propia recuperación también se nota en alguna soluciones visuales de Driven (2001), su reencuentro con Sylvester Stallone y el fracaso económico. Como si sintiera una inevitable atracción por los géneros comercialmente malditos, a Harlin le había dado por meterse a hacer una película de Fórmula 1 (ni eso: Champ Car). ¿Qué sería lo siguiente? ¿Un western? Bueno, sí que tuvo algo de travesía por el desierto su intento de adaptar el relato de ciencia-ficción El sonido del trueno de Ray Bradbury. Con lo que se encontró, en cambio, fue Cazadores de mentes (2004), un thriller sobre la plantilla de Diez negritos cuyos méritos y piñatas argumentales deliciosamente desquiciadas sería demasiado largo glosar aquí: sencillamente, hay que verla.

Desde luego, Cazadores de mentes tiene muchos más estímulos para disfrutar que El exorcista: El comienzo (2004), el remedo sobre la precuela de El exorcista que le encargaron a Paul Schrader para luego tener dudas sobre su potencial en taquilla. ¿Y a quién vas a llamar en un caso así? El mercenario Renny Harlin siempre está dispuesto a echar una mano... aunque su resultado también fuese un batacazo económico-artístico de aúpa. Pasando por alto La alianza del mal (2006), un desastre juvenil de chavales con superpoderes que se enfrentan entre sí lanzándose burbujas de energía CGI que hacen añorar (y mucho) los cutres efectos artesanales de Prison, llegamos a Cleaner (2007), quizás la última vez que Harlin intentó un comeback en condiciones.

Para ello contó de nuevo con su amigo Samuel L. Jackson e incluso un reparto de caras todavía conocidas (Eva Mendes, Ed Harris... ¿Luis Guzmán?) que daba apariencia de película de verdad. La historia de Jackson como un profesional dedicado a la limpieza de escenas de crímenes que se ve envuelto en una conspiración despertaba interés; consciente de ello, Harlin se aplicó detrás de la cámara para ofrecer una narración limpia, cristalina y sin efectismos. Pero claro, jugando en la liga de los telefilmes no se podía esperar que mucha gente le hiciera caso. Podríamos decir que con la siguiente 12 trampas (2009), un thriller de rancho protagonizado por el luchador profesional John Cena, fue cuando el finlandés tiró la toalla.

Nitidez de serie B

Si te parece que las imágenes promocionales de su Hércules con Kellan Lutz quedan en evidencia hasta con las fotos de rodaje de la otra película sobre el semidiós griego que prepara Brett Ratner con Dwayne Johnson, ten en cuenta que ésta es la propuesta "humilde" y modesta de Millennium Pictures sobre el tema. Con todo, sus 70 millones de dólares de presupuesto son una cifra incluso alta para lo que está acostumbrado a manejar Harlin en la última década. Pero hay algo que parece haber herido de muerte al look antes siempre aseado de sus películas: la fotografía digital. Desde que abandonó el celuloide con 12 trampas, sus posteriores proyectos, como el inenarrable drama bélico 5 días de guerra (2011) o la sonrojante incursión en el found footage de terror de Devil's Pass (2013), no han podido quitarse de encima el tufillo de saldo que desprenden cada una de sus imágenes. Si esa pobreza ya se comía los escasos puntos de interés de aquellos filmes (Val Kilmer hablando por Skype desde una bañera en 5 días de guerra, el regreso a la inmensidad montañosa después de Máximo riesgo en Devil's Pass), imagina lo que pasa si se aplica a la Antigua Grecia. La puntilla para el hundimiento sostenido de Harlin. Si hasta un reloj estropeado acierta dos veces al día, ¿cuándo le va a tocar a él la segunda?

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