A mediodía, el césped de la Complutense está sembrado de chicos recién examinados. Unos comen bocatas, otros repasan y algunos juegan al mus. Tumbado boca arriba con los brazos abiertos, Raúl Hernández afronta su tercera selectividad sin nervios. «Quiero estudiar Turismo para trabajar en la playa, pero si vuelvo a suspender, haré un módulo de FP», dice despreocupado.
También lo está Jonathan González, por razones muy distintas. Tiene cara de gamberro, pero es el mejor de su clase, en el instituto Renacimiento. Con una media de 9,8 en el bachillerato, pretende hacer una Ingeniería. «Yo busco una carrera con salidas y un buen sueldo», asegura. Eduardo de Osuna tiene, en cambio, un sueño. Ha crecido jugando al Lego y quiere ser arquitecto. Pero, como no le llega la nota, ha decidido hacer Arquitectura Técnica primero, ponerse a trabajar y luego hacer la superior. Otros lo tienen más fácil. «Si no tengo media suficiente, me iré a una privada», afirma Cristina Carra. Lo sabrá el 26 de junio, ese día salen las notas.
El secreto mejor guardado
En la mañana de ayer hubo dos exámenes. En lengua castellana y literatura II se podía elegir entre analizar un texto de Pío Baroja u otro de Carlos Jiménez sobre la inmigración. En historia, las alternativas eran Alfonso XIII, Fernando VII, los generales sublevados en Cádiz en 1868 y las crisis de 1909 y 1917. Por la tarde se hicieron otras dos pruebas. En lengua extranjera II, el análisis de texto y la redacción trataban sobre los tatuajes. Y en filosofía había que decidirse entre Ortega y Gasset y Berkeley.
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