De los suburbios de Londres a los colorinchis de 'Rocketman': la imprevisible carrera de Dexter Fletcher

Este director ha tenido una trayectoria de lo más estrafalaria, donde terminar 'Bohemian Rhapsody' cuando Bryan Singer se largó no es lo más raro de todo
De los suburbios de Londres a los colorinchis de 'Rocketman': la imprevisible carrera de Dexter Fletcher
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De los suburbios de Londres a los colorinchis de 'Rocketman': la imprevisible carrera de Dexter Fletcher

Desde las fases más tempranas de su producción, Rocketman ha estado vinculada de forma inevitable a Bohemian Rhapsody. No sólo por el hecho de que ambas sean biopics de músicos británicos pertenecientes al colectivo LGBTI+ (supuestamente la película de Bryan Singer se centraba en Queen al completo, pero ya conocemos la verdad), sino porque además, por mucho que los créditos de Bohemian Rhapsody aseguraran lo contrario, Dexter Fletcher ha ejercido de director en ambos films.

Cuando Bryan Singer desapareció del mapa, 20th Century Fox recurrió a otro de los cineastas que tenía en nómina. Este realizador londinense ya había dirigido Eddie el Águila para ellos y, aunque este film hubiera distado de ser un éxito, tenía como padrino nada menos que a Matthew Vaughn, responsable de dos de las franquicias más potentes de la major: Kick-Ass y Kingsman. El trabajo de Fletcher, por tanto, fue enormemente meritorio al ser capaz de coger una película mutilada por los problemas de la producción y convertirla en... una cosa presentable, digamos, pero capaz de conseguir un monstruoso éxito en taquilla y de precipitarla a la carrera de premios.

Bohemian Rhapsody supuso un fenómeno en 2018 del que el Oscar de Rami Malek (así como el premio concedido a, ejem, Mejor Montaje) es sólo una mínima parte. Y, sin embargo, Fletcher nunca ha ocultado que sólo terminó la película para ponerse con Rocketman cuanto antes, y en la promoción de esta última ha asegurado en numerosas ocasiones que el biopic de Elton John es aquel por el que prefiere ser identificado. Que es uno de los proyectos de su vida, y que a nadie del equipo le importará si no gana un céntimo en taquilla.

¿Quién es este tal Dexter Fletcher, que parece creer tanto en su integridad artística como para repudiar un taquillazo como Bohemian Rhapsody? Pues alguien que lleva demasiado tiempo en esto del cine como para andarse con medias tintas, aunque no empezara a dirigir largometrajes hasta hace unos ocho años.

Matt, Guy y otros colegas del pub

Dexter Fletcher nació en Londres en 1966, y diez años después ya debutaba en el cine con un papel en uno de esos films capaces de marcar carreras y filosofías de vida. Se trataba de Bugsy Malone, nieto de Al Capone, un musical extrañísimo ambientado en el Chicago de la Ley Seca donde la totalidad de gángsteres estaba interpretada por niños (entre ellos, una deslumbrante Jodie Foster a punto de triunfar con Taxi Driver), y sus pistolas disparaban nata en vez de balas.

La película suponía también el debut de Alan Parker, que fue afinando su habilidad con los musicales lisérgicos en la posterior The Wall y, aunque Fletcher contaba aquí con un papel mínimo, supuso un aval inmejorable para empezar a hacerse un nombre en el oficio.

Bugsy Malone aunaba, además, dos de las ficciones sobre las que orbitaría su carrera (el musical y el drama mafioso), pero en los años siguientes Fletcher se tendría que conformar con papeles secundarios en películas como El hombre elefante mientras desarrollaba una íntima amistad con el también actor Alan Rickman, que llegó a ejercer de su padrino de bodas. A mediados de los noventa entró en contacto con la pandilla de Matthew Vaughn y Guy Ritchie y, además de verse obligado a seguirles el ritmo de ingesta alcohólica en los pubs que estos dos solían frecuentar, nuestro hombre pronto tuvo oportunidad de aparecer en la primera película de ambos: Lock & Stock, donde Ritchie dirigía y Vaughn producía.

En esta divertidísima intriga criminal Fletcher interpretaba al desdichado Soap, pero no sería la última vez que su camino se cruzara con el del responsable de Kingsman. De hecho, Matthew Vaughn volvió a recurrir a él para protagonizar Layer Cake, crimen organizado, su debut a la dirección, y le dio otros dos pequeños papeles en Stardust y Kick-Ass. En 2011, queriendo alejarse de la influencia de sus padrinos, el mismo Fletcher se animó con la dirección de largometrajes a través... de una película de gángsteres. El peso de las raíces.

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Wild Bill y el drama familiar

La filmografía de Dexter Fletcher es breve, pero cada uno de los films que la componen puede ser entendido como un precedente directo de Rocketman, erigiéndose esta no sólo como un biopic de Elton John (y, probablemente, como uno de los biopics más estimulantes jamás realizados), sino como un depósito de las claves creativas de este cineasta. Sin ir más lejos, las partes en las que Rocketman coquetea con el drama familiar, al hilo de la complicada relación de Reggie con sus padres, pueden rastrearse hasta su misma opera prima: Wild Bill.

En los títulos de crédito de su debut como director parece bastante evidente el esfuerzo de Fletcher por no despegarse de sus raíces, dando inicio Wild Bill con una secuencia coral a ritmo de rock que presenta a los personajes de forma muy similar a como lo habría hecho Guy Ritchie. No obstante, esta sensación se evapora rápidamente cuando el film enseña sus cartas y se revela como un drama intimista centrado en los intentos de un expresidiario, Bill (Charlie Creed-Miles), por conectar con sus hijos tras haber pasado 8 años entre rejas.

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Durante la ausencia de su padre, Dean (un magnífico Will Poulter) se había visto obligado a cuidar de su hermano pequeño, y ahora que este ha vuelto rechaza con rabia tener una relación con Bill. La primera película de Dexter Fletcher se vertebra en torno a los desencuentros de esta familia, y aunque nada dentro de este argumento sea precisamente original, sí da muestra de una notable empatía a la hora de asomarse al mundo de los marginados.

Detalles tan llamativos como tener a Andy Serkis de líder del clan mafioso que acosa a Bill, no obstante, desmerecen el conjunto al proyectarlo sobre una serie de lugares comunes del género de los cuales la película no tiene el suficiente ingenio como para despegarse. El guión coescrito por Fletcher y Danny King, por tanto, naufraga en cada momento que trata de insuflarle intriga y violencia a la trama, pero no hace un mal trabajo a la hora de ponerse emocional.

La escena de clausura de Wild Bill, con el protagonista esposado en un coche de policía y observando por la ventana los rostros de sus hijos que se alejan, hace gala por tanto de una sensibilidad desarmante a la que, en lo sucesivo, sólo le quedaba hermanarse con la música para desaflojar el nudo de nuestros estómagos.

Amanece en Edimburgo, comienza la fiesta

Sunshine on Leith es un espectáculo musical que forma parte indisoluble de la identidad cultural escocesa, habiendo incluso aparecido mencionado en las ominosas novelas de Irvine Welsh (cuyos protagonistas, por supuesto, afirman detestarlo). Escrito por Stephen Greenhorn y compuesto íntegramente por canciones del dúo musical formado por los escoceses Charlie y Craig Reid (más conocidos como The Proclaimers), esta función se estrenó en 2007, y el enorme éxito cosechado acabó derivando en una adaptación cinematográfica.

Por muy adorable y festivo que fuera este musical, su mínimo argumento no pretendía enmascarar su condición de excusa para ir encadenando temazos, y la película que dirigió Dexter Fletcher en 2013 (titulada Amanece en Edimburgo a su estreno en España) jamás se despegaba de esta condición. De este modo, la segunda película del director de Rocketman era un musical descerebrado y sin ambición narrativa alguna, que se contentaba con colocar la canción de The Proclaimers de turno en el momento indicado.

Teóricamente gira en torno al regreso de dos jóvenes escoceses a su ciudad natal tras haber pasado unos años en la guerra y sus intentos por retomar sus relaciones amorosas y familiares. Pero según comienzan a sonar las canciones, pronto queda claro que no estamos ante un sesudo comentario sobre los traumas bélicos, sino ante una frívola sucesión de números no demasiado bien coreografiados.

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Las escenas musicales de Amanece en Edimburgo no son ningún portento técnico, pero el film se permite ser brillante a la hora de contagiar la euforia de los pubs y las fiestas de amigos, con representaciones que poseen una espontaneidad a prueba de bombas. Es el caso de It's over and done with, con una reunión de parroquianos contado historias embarazosas al amparo del cervecil elemento, o de la desternillante Let's Get Married, donde los asistentes a... sí, otro pub, ayudan al protagonista (Kevin Guthrie) a planear cómo le pedirá la mano a su novia.

Pero, sobre todo, es el caso del número final, que como no podría ser de otra forma pertenece al principal hit de los hermanos Reid: I'm Gonna Be (500 miles). Las canciones con más gente involucrada y mayor cantidad de bailes funcionan en Amanece en Edimburgo mucho mejor que los números introspectivos, y en ese sentido la escena de conclusión es espléndida, con todo el centro de Edimburgo movilizado en un flashmob multitudinario donde, a poco que afines el ojo, ves cómo al menos una cuarta parte de los bailarines (que probablemente no eran otra cosa que lugareños que pasaban por ahí) no se han aprendido la coreografía.

De este clímax a la locura colectiva que desata Crocodile Rock en Rocketman, donde fruto de la euforia todos empiezan a levitar, había un paso muy corto, pero antes vendrían un par de películas más.

Eddie el Águila, Bohemian Rhapsody y las necesidades de la industria

Teniendo en cuenta el portento que ha resultado ser Rocketman, no deja de ser curioso que los puntos más bajos de la filmografía de Fletcher hasta entonces hayan resultado ser biopics. No obstante, Eddie el Águila se diferencia al menos por una militante excentricidad, que en ocasiones hace dudar al público si no se tratará de una ingeniosa parodia de una de esas películas de superación deportiva o, por el contrario, de una película de superación deportiva tan exagerada que acabe incurriendo en todo tipo de ridículos.

Más allá de eso, Eddie el Águila se basa en una historia real, y es una tan peculiar que sólo podría haberle resultado interesante a alguien como Fletcher, tras haber demostrado en sus dos films previos un interés especial por los perdedores y la gente de a pie. De este modo, su tercer largometraje se centra en la vida de Eddie Edwards, un atleta que se ganó el amor del público gracias a ser derrotado en la gran mayoría de las competiciones en las que se vio involucrado. Edwards se especializó en el salto de esquí, y el motivo por el que pudo perder tantas veces seguidas era tan simple como que en Gran Bretaña no había ninguna otra persona que estuviera interesada en este deporte.

Si la historia tiene gracia, la película de Fletcher se esfuerza igualmente por tenerla, pero la confusión a la hora de abordarla es demasiado monumental y el film va columpiándose constantemente entre el encanto y la vergüenza ajena (representada por Hugh Jackman volando a cámara lenta con sus esquís). La película, que en términos industriales no dejaba de ser un intento del productor Matthew Vaughn por propulsar la carrera de Taron Egerton más allá del blockbuster macarra, no interesó a casi nadie, pero Vaughn pronto se reuniría con su joven protegido en Kigsman: El círculo dorado.

Mientras a Fletcher le llegaba el encargo de terminar Bohemian Rhapsody, en el rodaje de la secuela de Kingsman se fueron ultimando los preparativos para que el biopic de Elton John saliera adelante. El artista británico, de hecho, tenía un papel bastante extenso en esta segunda parte (suponiendo, al mismo tiempo, uno de los escasísimos puntos graciosos de esta), y endicha tesitura Egerton y Vaughn no sólo hicieron buenas migas con él, sino que también mostraron interés en ese musical que debía ofrecerse como biografía, y que ya había sido rechazado por Disney debido al empeño de John en que la película obtuviera una calificación R.

Vaughn le garantizó que sería así si tanto John como su pareja David Furnish (principales impulsores del proyecto) permitían que produjera el invento y aprobaban a Egerton como actor protagonista. Dado que este mismo intérprete ya había demostrado tener un talento espectacular a la hora de versionar al músico (pues ya había cantado I'm Still Standing en el film animado ¡Canta!), la producción fue avanzando a gran velocidad, y sólo quedaba conseguir a un director verdaderamente entusiasmado con el proyecto.

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I want love in my own terms

Si Rocketman es una película tan fresca se debe a la voluntad de varios y diversos talentos. El empeño de Vaughn por venderle a las grandes productoras un musical con altas dosis de sexo y consumo de drogas. La mayúscula interpretación de Taron Egerton, obteniendo el crédito artístico que le fue negado en Eddie el Águila. El inteligente guión de Lee Hall, responsable de Billy Elliot y de su adaptación musical (que, precisamente, contó con composiciones del propio Elton John). Y, desde luego, la presencia de Dexter Fletcher encargado de gestionarlo todo.

El biopic de este músico dista de ser un film de autor, pero a lo largo de su ejecución se percibe una madurez muy reseñable que sólo podría haber sido alcanzada tras una carrera tan inclasificable y extraña como la de Fletcher. Las desasosegantes escenas en las que Reggie le pide a su padre que le abrace (y que acaba desembocando en un antológico I want love a cuatro voces) contienen la misma ternura que los mejores puntos de Wild Bill, así como la espontaneidad musical de Amanece en Edimburgo encuentra una réplica sofisticada en el Saturday Night's Alright For Fighting que describe el paso de Elton a la madurez.

De los suburbios de Londres a los colorinchis de 'Rocketman': la imprevisible carrera de Dexter Fletcher

Por otro lado, el gusto de Rocketman por la mamarrachada y el exceso, apuntalando una propuesta estética que sólo en contadas ocasiones se le va de las manos al realizador (ese temible Pinball Wizard), tiende puentes con todo aquello que intentó Eddie el Águila y no acabó de salirle. Mientras que, en lo referente a números tan milagrosos como el homónimo Rocketman o el inicial The Bitch is Back, sólo nos queda hablar de un cineasta en plena efervescencia creativa, y de una grandísima película que ha podido beneficiarse de ella.

Olvídate de Bohemian Rhapsody: este es el biopic musical que necesitabas.

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