Ayudaba a preparar el cuerpo para los partos, a ejercitar los músculos de la zona abdominal, a afirmar la feminidad. A partir del siglo xix, el interés por lo exótico hizo que la danza se transformara en espectáculo, y que los hombres se convirtieran en espectadores, convirtiendo lo que fue un acto de afirmación de lo femenino en algo que demasiadas veces termina significando todo lo contrario», explica Serta (contacto: 665 683 980).
Su fascinación por este tipo de baile no tiene límites. Aunque terminó la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas, cada vez dedica más horas a enseñar la danza del vientre. «En el tiempo que yo llevo ha crecido tanto el interés por ella que hay ofertas de clases por todas partes».
Ella enseña en dos locales y, los fines de semana, actúa en la Sala Shambala (pasaje Rodríguez de Berlanga, 3). Cuando baila, es imposible mirar a otra parte. Fluye, gira, se ondula, se eleva, se materializa y se desvanece exactamente igual que una llama de fuego. Tan inasible como la esencia de lo femenino.
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