Un mercader que tenía tres hijas embarcó para hacer fortuna en el Nuevo Mundo. Pero antes les preguntó qué querían. Las mayores pidieron zapatos de plata, y la pequeña, que regresara sano y salvo. El padre insistió en algo más, y la menor dijo que quería un clavel dorado.

El mercader regresó rico, pero triste: traía los regalos de las mayores, pero no el de la pequeña. Nadie había oído hablar de semejante flor. Pasados unos días, cierto caballero llamó al mercader para hacer negocios. Cuando éste llegó a la casa del caballero vio que tenía un jardín lleno de claveles dorados. Cortó uno y... detrás de una cortina de humo apareció un mago que le dijo: «Como no me traigas a tu hija menor, prepárate».

Con tal de ayudar a su padre, la pequeña cumplió el mandato: durante semanas cuidó el jardín hasta que el mago la dejó marchar por unos días. Llegó a su casa, pero estaba patas arriba; su padre, enfermo, y sus hermanas, borrachas. Se puso a limpiar y a cuidar a su padre…

Cuando volvió al jardín, lo encontró lleno de maleza, y al mago, a punto de morir. A la chica no se le ocurrió otra cosa que darle un beso, e inmediatamente él se convirtió en un hermoso joven con el que se casó.

Quizá un simple beso sea más efectivo que el más caro y original de los regalos. ¡No nos compliquemos la vida!