Su particular revisión de la música de raíces mexicanas le ha otorgado fama internacional. Lila Downs (Oaxaca, México, 1968) suena a ranchera, a mole, a virgen de Juquila, a protesta, a un poquito de tristeza y, además, a refinada modernidad. Su nuevo álbum se titula Pecados y milagros. Porque unos y otros, sugiere, son necesarios.

¿Qué muele en este disco?

En la fotografía de portada aparezco moliendo un trocito de maíz en un metate. Quería hacer un tributo a las mujeres que muelen maíz en mi país: se levantan a las 4 de la mañana para preparar sus tortillas y venden la media docena en el mercado por 15 pesos (menos de 80 céntimos de euro). Así sostienen a su familia. Es un milagro...

¿Y qué pecados contienen sus canciones?

En estos momentos México atraviesa tiempos difíciles, de confusión, violencia y ausencia de moralidad.  ¡Necesitamos más milagros! Por un lado, los mexicanos queremos que la sociedad mejore, que nuestros políticos sean sinceros y que haya transparencia en los órganos de poder, pero por otra parte no estamos acostumbrados a la verdad. Sobrevivimos gracias a nuestros pecados.  A esto hay que añadir que siempre estamos listos para empuñar la pistola y ser revolucionarios hasta morir. Son contradicciones muy interesantes que solo se pueden abordar en el arte. Por eso escogí componer, por ejemplo, un tema sobre Zapata, Zapata se queda, y otro como La Reina del inframundo, esa mujer que pena en el purgatorio, que comenzó en el negocio del narcotráfico y que por eso no puede volver a ver a la persona que más amó.

¿Qué aporta aquí la ranchera?

La canción ranchera siempre da cobijo: permite que uno cante desde las tripas y que pueda derramar una lágrima, pero no de tristeza, sino de coraje. También nos hace pensar en nuestra existencia y en la tragedia de ser mexicano. En cierta forma es como el flamenco o como el fado, son géneros universales que siempre están ahí, como un banco de información y de sentimiento. Constituyen un refugio cuando no hay otra salida.

¿Por qué cree que usted, que hace canción tradicional mexicana, es reivindicada por los modernos?

¡Ay, qué lindo! El reto ha sido renovar la ranchera. Se trata de un género muy difícil de fusionar, por eso este disco supone un gran triunfo: hemos logrado combinarlo con otros estilos, pero sin que sea obvio: por ejemplo, hemos llevado algunos temas hacia el jazz, pero todavía nadie ha dicho "esto suena a jazz". Ese es el secreto. Hay que encontrar nuevas armonías, mezclar sonoridades, pero el resultado siempre debe sonar a ranchera y no a otra cosa. En este Pecados y milagros lo hemos conseguido gracias a músicos como Miguelito Peña y Juan Carlos Allende, que se encargaron de los arreglos. Ambos son dos leyendas. Miguelito Peña tiene cerca de 80 años y ha trabajado con los grandes: con Lola Beltrán, con Pedro Vargas, con Chavela Vargas...

Dicen que sus canciones tienen más ingredientes que el mole poblano.

(Risas) Las canciones tienen muchos componentes, pero las recetas del mole son impresionantes, hay muchas versiones y dependen de la mujer que la prepara. La comida es un campo de encuentro: ahí sonreímos, nos acordamos del sustento. Son temas sagrados y hermosos. En este disco hay dos canciones dedicadas a los alimentos, una al maíz y otra, Mezcalito, al mezcal.

Es amiga de músicos españoles como Martirio, Enrique Bunbury o la Mari de Chambao, ¿qué le une a estos artistas?

Bunbury ha estado en México y me invitó hace años a hacer algo con él. Conoció a mi madre antes que a mí, trabó con ella una gran amistad y eso me encantó: su actitud, su manera de ser... La Mari es linda, la admiro mucho como artista, y Martirio es una gran dama con conocimientos muy profundos.

¿Qué música escucha una mujer global como usted?

Últimamente escucho a Luzmila Carpio, una gran cantante boliviana que reside en París. También a Alejandro Fernández y a su papá, Vicente Fernandez. Entre los españoles me gustan mucho Concha Buika y Diego 'El Cigala', a quien no he tenido el privilegio de conocer aún. Y cosas más modernas como  Iliaculiaqui y Bostich + Fussible, compuesto por miembros de la antigua banda de Nortec.

Es hija de estadounidense y de mexicana. ¿Qué hay en usted de uno y de otro?

Mi padre me enseñó a buscar la verdad, a ser honesta y a tener sentido del humor; mi madre , a no ser irreverente. Y mi abuela, con quien pasé muchas horas, me inculcó la fe en la tierra, en la montaña, en la virgen de Guadalupe y en muchas otras vírgenes. Influyó mucho en mi lado espiritual.

Pasa largas temporadas en Nueva York, ¿cómo se ve de pequeñito Oaxaca desde allí?

Es verdad que desde Manhattan, Oaxaca se ve muy pequeñito. Es fácil acostumbrarte rápido a la mentalidad de Nueva York, al hecho de ser anónimo. Oaxaca es todavía un poco colonial para eso, pero esto también tiene su lado bello. Vivir entre una y otra supone un cambio drástico, de un entorno rural a la gran ciudad. Cuando paso más de dos meses en Nueva York, siempre necesito regresar a México o viajar a otro lugar.

Hija de una cantante mixteca y de un profesor de arte estadounidense, Lila Downs (Oaxaca, México, 1968) creció entre su ciudad natal y EE UU. En Minnesota se graduó de Antropología y Canto.  Desde hace más de una década, ha cruzado el planeta con un concepto innovador que conecta los ritmos mexicanos tradicionales con el blues, el jazz o la música klezmer. En su aventura musical suele estar acompañada por la banda La Misteriosa, que incluye a Paul Cohen, su marido. Posee un Gramy Latino por Una sangre. Su tema Burn it blue, incluido en la banda sonora del filme Frida, fue nominado a los Oscar como 'Mejor canción original'.