Una chica presume, en un paisaje boscoso, de su complejo pelo, cremoso como un helado americano y lleno de objetos aleatorios hundidos como galletas. "Me gusta el contraste entre el sentimiento clásico y la locura del dibujo animado", dice el artista brasileño Rafael Silveira (Paranaguá, 1978).

De adolescente dibujaba cómics y los publicaba en fanzines caseros. Una noche, de camino a casa, se encontró un sobre con dinero. No era mucho, pero lo suficiente para que al día siguiente fuera a una librería y comprara un libro con obras del expresionista Otto Dix y otro sobre Nueva Objetividad (un movimiento pictórico alemán antiexpresionista). Con esa bibliografía contradictoria, empezó a interesarse por la pintura.

Las escenas de las obras son fruto de sus visiones. Silveira se enfrenta a la hoja de papel en blanco, escucha música que le pueda inspirar y empieza a hacer bocetos del revoltijo de imágenes que acuden a su memoria. "Luego refino las ideas para entender qué es lo que mi mente trata de decirme".

Ese método automático tiene como resultado dibujos cómicos, algo ilógicos, que hacen malabarismos con la víscera, el surrealismo y la nostalgia.

Al artista le cuesta explicar de dónde viene la mezcla. Las calaveras tienen "un sentido post-punk", el surrealismo es fruto del desorden de los pensamientos de la mente y la nostalgia "no es una elección consciente, pero encuentro la belleza visual más a menudo en elementos antiguos que en el perfeccionismo frío del 3-D".

Aunque se ayuda a veces del ordenador, utiliza el óleo y el acrílico para sus cuadros. Ahora ha empezado a experimentar con el collage y las esculturas de madera y en algunos de sus trabajos pinta sobre papeles antiguos, roídos por el tiempo y moteados por la humedad. Sobre ellos plasma personajes de otra época, pero de ninguna década definida, que se mezclan con situaciones inexplicables y de un humor oscuro con toques de inocencia.