Suben un tercio las denuncias de padres contra hijos maltratadores

  • El número de querellas en la región ha aumentado de 307 a 401 en un año.
  • Los agresores son de clase social media. La mayoría se reinserta.
  • Tan solo uno de cada ocho progenitores se atreve a desvelar su caso.
Entrada al centro de menores especializado en maltrato, El Laurel.
Entrada al centro de menores especializado en maltrato, El Laurel.
JORGE PARÍS
Entrada al centro de menores especializado en maltrato, El Laurel.

Denunciar a un hijo por maltrato es una de las decisiones más difíciles que puede tomar un padre. Un último paso, fruto de la desesperación, que, sin embargo, cada vez se da más en la comunidad. En un solo año, el número de denuncias de progenitores contra sus vástagos ha subido un tercio (un 30,3%, al pasar de 307 a 401, según datos de la Fiscalía de Madrid). Un aumento que tiene poco recorrido, no más de cinco años, tal y como explica Manuel Córdoba, director del centro de menores El Laurel (Fuencarral- El Pardo), especializado en maltrato: "Desde 2006, el número de denuncias crece por la mayor concienciación social. Pasa igual que con la violencia de género. Hace 20 años también estaba mal visto llevar al marido ante el juez", explica. En 2007, por ejemplo, solo hubo 213 denuncias por menores maltratadores, un 88% menos que en 2010.

Los menores denunciados no solo roban, insultan o amenazan a los padres, también los agreden físicamente, "algunos de forma continuada. Imponen su ley", explica Córdoba. Pese a todo, solo uno de cada ocho casos llega a los tribunales, según el colectivo Recurra (grupo de terapeutas especialistas en conflictos familiares). En general, los progenitores acuden a los juzgados cuando la situación ya es insostenible: "La mitad de las incidencias que recibimos son por conflictos familiares, pero la mayoría de las veces los padres se arrepienten y reculan", confirma Concepción Rodríguez, magistrada de menores.

"Ahora mismo, en Madrid, hay internados 44 menores entre 14 y 17 años por maltrato. Hace décadas, el perfil era muy definido: clase social baja y grupos marginales. Pero ahora te encuentras con chavales de todos los tipos, de clase social media o incluso media-alta", asegura Lorenzo Pedroche, coordinador de centros de la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor.

Falta de autoridad

"Las causas de este comportamiento entre los hijos son múltiples. Pero la principal es la permisividad y falta de autoridad de los padres", explica Jesús Ramírez, psicólogo educativo. "Aunque un estilo educativo basado solo en la imposición tampoco funciona. Los chicos se acaban rebelando contra eso", puntualiza Manuel Córdoba. "Hay que encontrar un término medio, pero sabiendo siempre quién pone las normas", apostilla. Arturo Canalda, Defensor del Menor de la Comunidad, considera que también hay que tener en cuenta variables "como las malas compañías o los trastornos de conducta".

Pese a lo extremo que pueda parecer la medida, denunciar a los hijos por maltrato suele acabar bien. Según datos de la Comunidad, solo el 2,4% de los menores que entra en los centros acaban reincidiendo. Los expertos aconsejan a los padres actuar en cuanto perciban que el rol de autoridad ha variado. Muchas veces las agresiones no se dirigen solo hacia los progenitores, las víctimas también pueden ser los abuelos o los hermanos, tanto mayores como menores.

"Ahora nos saluda con un beso"

Marcos y Elena no dan su verdadero nombre ni su cara para contar su caso a 20 minutos. Lo hacen más por su hijo, internado en el centro de menores El Laurel, que por ellos. No quieren que se les acabe señalando. Pese a lo duro de su situación, sorprende la madurez y naturalidad con la que hablan. Es como la calma después de la tormenta. "Las cosas han cambiado mucho desde que está aquí. Ahora nos ve y nos saluda con un beso. Nunca lo hacía", comenta Elena.

Marcos asegura que su hijo (pongamos que se llama Antonio) siempre fue un chico difícil, "pero cuando cumplió 14 se volvió incontrolable. Pensábamos que sería por los porros..., pero no", explica. Antonio amenazaba, no atendía a normas, robaba, incluso llegó a tener encontronazos físicos con su padre. Los progenitores lo intentaron todo, hasta internarlo, pero nada funcionaba. "Lo peor fue cuando sufrí el infarto", dice Marcos. "Ni siquiera fue a verle al hospital", señala Elena. "Yo también me di de baja por ataques de ansiedad. Cuando se fue, dejé las pastillas para dormir".

Un día, unos agentes uniformados entraron en su casa y se llevaron a Antonio esposado. "Se resistió", aseguran sus padres, "pero nunca nos ha dicho, ‘estoy aquí por vuestra culpa’". Desde entonces han pasado muchos meses, y Marcos y Elena se sorprenden del cambio en la conducta de Antonio. "En enero me llamó para felicitarme por mi cumpleaños. En Navidad volveremos a estar juntos".

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