Leonardo, un rumano de 23 años y que vivía en Jaén, llegó la noche del 31 a Madrid para pasar el cambio de año en casa de unos paisanos.

Poco antes de las cinco de la madrugada, se asomó a la ventana. Acto seguido cayó al suelo, ante la sorpresa de las otras 16 personas presentes en la fiesta. Una mancha de sangre en su camisa indicaba que le habían disparado.

Horas más tardes, la Policía Científica revisaba los hechos en la zona, y encontraba en uno de los ventanales del salón el agujero por el que había entrado la bala.

El hallazgo del perro, la clave

Pasaron los días, y los agentes hallaron en el barrio el cadáver de un perro que había muerto por disparo de un arma de fuego.

Los propietarios les explicaron que fue tiroteado cuando estaba atado a la pata de un banco, mientras su dueño tomaba algo en el bar de enfrente.Según las pesquisas policiales, el can había sido disparado desde una casa cercana a la vivienda en la que fue asesinado Leonardo.

La policía estudió qué vecinos de la plaza tenían licencia de armas, y encontraron que uno de ellos, Andrés B.G., contaba con el permiso para dos carabinas y un rifle. Bajo mandato judicial, los agentes se incautaron de estas armas de fuego.

Andrés tardó en entregarlas, aduciendo que estaban en manos de su padre, e incurrió en varias contradicciones, por lo que fue arrestado y, acto seguido, el juez ordenaba su ingreso en prisión.