Testigo de otro mundo

Una de las escenas iniciales de Testigo de otro mundo muestra a un joven Juan Pérez a punto de contar el suceso paranormal que ha vivido delante de varios desconocidos. Sin embargo, se quiebra y es incapaz de articular palabra. Tiene miedo al rechazo, a la incomprensión. Esta imagen de archivo de hace décadas resume el calvario de un hombre de campo que, tras haber visto un ovni a los 12 años, decidió aislarse del mundo que lo estigmatizaba. Pérez es la baza principal del documental de Stivelman, una nueva aproximación a este fenómeno que se aleja de filmes como Curse of the Man Who Sees UFOs o I Know What I Saw para priorizar la reflexión sobre la búsqueda de la propia identidad.

Más allá de la mirada escéptica que pueden suscitar los milagros vinculados a apariciones ovnis, este trabajo logra la complicidad del espectador a través de la cámara intimista, de los primeros planos de Juan. Es entonces, al espiar el universo íntimo del niño que aún llora aterrado dentro del adulto, cuando más hipnótico se vuelve este viaje. Lamentablemente, esta realidad termina por difuminarse y resultar por momentos impostada entre trazos de ficción (esos flashbacks mostrando ‘el encuentro’), cavilaciones del director e intervenciones de terceros como el astrofísico Jacques Vallée o los líderes espirituales del pueblo guaraní.