Atlántida Film Fest 2018: lo mejor del festival de cine online

Hasta el próximo 25 de julio podéis ver las 80 películas como 80 soles que conforman el Atlàntida Film Fest, una de las citas más singulares de la cinematografía mundial.
Atlántida Film Fest 2018: lo mejor del festival de cine online
Atlántida Film Fest 2018: lo mejor del festival de cine online
Atlántida Film Fest 2018: lo mejor del festival de cine online

Como el Universo de Marvel, también el universo del Atlàntida Film Fest se desarrolla en fases. La Fase 1 tuvo lugar en Mallorca, entre el 25 de junio y el 1 de julio. La Fase 2, en eso llamado World Wide Web, hasta el 25 de julio en Filmin.

En la Fase 1 vimos una treintena de películas, aunque más que nada disfrutamos de esa maravillosa experiencia que es el cine al aire libre, aumentada por los singulares escenarios donde se situaron las pantallas como Ses Voltes, a la falda de la catedral, la antigua prisión de Palma o el castillo de Bellver.

Como somos misericordes y no queremos poneros los dientes largos, vamos a las películas, que esas todavía las tenéis al alcance de vuestros dispositivos.

VIVA EL MAL, VIVA EL CAPITAL

La película de la que más se habló, de largo, fue Holiday, de Isabella Eklöf. Es una especie de Funny Games en una Turquía muy fluorada (algo así como la Florida de The Florida Project). Muy malrollera, su momento cumbre es una violación con felación incluida. Como quiera que se proyectó al aire libre, hubo que hacer algo con la escena en cuestión. La solución fue, simplemente, genial: al tiempo que se borraba la imagen en la pantalla, el que quiso pudo seguirla en su móvil.

Luego hablamos con Isabella y nos demostró que acaba de empezar en esto del cine: por lo visto, la escena no es real y ha trabajado con los artistas prostésicos de Lars von Trier en Anticristo. Total, que hay látex y CGI donde debía hacer carne y huesos. Aun así, la secuencia va a quedar como parte de lo más salvaje que veremos este año. Eklöf dice que pretendía hacer “una metáfora del capitalismo”. No fue la única. De hecho, a tenor de lo visto, diríase que el magisterio de Michael Haneke (del que se proyectó Happy End) y de Lars von Trier han arraigado con una fuerza inusitada en el cine de autor europeo.

 

ZOOM IN, ZOOM OUT

Un ejemplo perfecto de este cine duro, adusto e incómodo, poblado por personajes que rozan el autismo cuando no son directamente psicópatas lo tenemos en Tower. A Bright Day, de la polaca Jagoda Szelc. Tenso como el arco de Guillermo Tell, consigue convertir en thriller la celebración de una comunión, lo que tiene mérito (y mucho). También brilla en lo estético con una utilización constante del zoom que la acerca a las propuestas de los daneses del movimiento Dogma, especialmente en lo que al trabajo de fotografía de Anthony Dod Mantle representó. La desestructuración familiar, otra metáfora de una sociedad que se nos cae a cachos, hace el resto.

COMO LA VIDA MISMA

Un ejemplo singular sería el de Ursula Meier y su Diario de mi mente. Basado en un caso real, cuenta las tortuosas relaciones entre una profesora de literatura interpretada por Fanny Ardant y su alumno, encarnado por el pujante Kacey Mottet Klein. Proyectada en la Antiga Presó, podríamos decir que es un drama carcelario, en el que la cárcel, sin embargo, está donde no debiera, esto es, más allá de los barrotes y las torres de vigilancia, donde cumplimos condena por nuestra culpa.

EL GENOCIDA DEL INCENSO

Podría pensarse que este retrato del mundo como el paraíso del sociópata es una exageración, pero claro, entonces llega Barbet Schroeder con El venerable W y nos confirma nuestros peores temores. O sea: ¿cómo un apacible monje budista y una Premio Noble de la Paz pueden alentar el genocidio de toda una comunidad? Punto y final de su Trilogía del Mal, verla supone odiar al ser humano. Porque digamos que uno está preparado para ver el mal encarnado en el nazi de El caso de Kurt Waldheimm, de Ruth Beckermann, pero que lo haga todo un señor meditador envuelto en olor a incienso, pues como que no.

Más genocidios: el de los kurdos a manos de los turcos, retratados en la muy lírica Meteors (Gürcan Keltek). Intentas pensar que las cosas se van a arreglar y que hay justicia en el mundo, pero luego ves cómo trabaja la pobre Anne Gruwez en Ni jueza, ni sumisa (Yves Hinant, Jean Libon), y la verdad es que esa rata que tiene como mascota es bastante más simpática que muchos de los protagonistas del cine actual. Cuando ves ese desastre, no puedes dejar de pensar en la influencia más obvia, la de Raymond Depardon, pero también, claro está, en esa instantánea fijada en la memoria de Uno, que tiene fijada en la memoria la foto del despacho del juez Pedro Horrach con su carrito del Mercadona.

 

EGOTRIP

La otra gran tendencia del festival off y online es la del narcisismo. A medida que la gente joven se aparta (o eso dicen) cada vez más del cine, crece el interés de los creadores por intentar entender cómo se expresan los millennials audiovisualmente. La conclusión, hasta ahora, es que todos quieren ser los protagonistas de su propia película, sin darse cuenta que todo el mundo se acuerda de las palabras de Yago y nadie de las de Otelo. Bueno, cosas mías. Veamos la galería de frikis encantados de conocerse: tenemos a Daliborek, el youtuber nazi, de Vit Klusák, es el mal al cubo: por facha, por youtuber y por pringado…  En fin… ¿Hubo risas? Sí, también hubo risas. Y muchas En especial con Samantha Hudson, interesantísimo retrato del instagramer, músico y performer mallorquín autor de hits plumíferos como Burguesa arruinada o Maricón. Con una modestísima propuesta, Joan Porcel se las apaña para hacer uno de los retratos más certeros de la generación millennial que servidor haya visto (y a estas alturas ya ha visto unos cuantos).

Muy youtubera es también Permanent Green Light (Dennis Cooper y Zac Farley), y sus recurrentes planos de rostros adolescentes (uno de ellos, Théo Cholbi, también tiene papelito en la recién estrenada en cines Jean-François y el sentido de la vida, por cierto) o Quiero lo eterno, de Miguel Ángel Blanca. En ambas planea la alargadísima sombra de todo un antropólogo de la adolescencia como Larry Clark, que empezó cuando eso de YouTube ni se ha había soñado.

Porque las cosas son así: los jóvenes son siempre jóvenes (aunque no por mucho tiempo), y son revolucionarios y están revolucionados, que es la conclusión que se extrae de ver No intenso agora (João Moreira Salles), sobre otros jóvenes, los del Mayo del 68. De la Atlàntida sales con la misma impresión: cambiarán las plataformas y nuestra forma de ver cine, pero la necesidad de ver historias, siempre existirá.

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