Las sillas las sacan cada mañana desde hace 30 años. Bueno, hace 30 años que las saca Fernando. Ana, que tiene 34, se crió correteando por esa calle, y desde hace 15 es la que despacha. En Málaga ya no quedan muchas pescaderías de barrio. El de Ana y Fernando es un puesto totalmente adaptado a su clientela. Nada de lubinas o meros, a menos que el precio del mercado sea razonable para su vieja clientela, que va allí a buscar unas almejitas para poner con alcachofas, unas gambitas para el arroz o la pintarroja para el caldillo.
«A mí me gusta atender a mi gente», dice Ana, tímida y dulce. Confiesa que le costó ponerse de cara al público, aunque hoy no sólo vende el pescado, sino que aconseja sobre cómo preparar tal o cual cosa. «Éste es el barrio de chupa y tira, y eso se dice porque siempre se ha comido el caldillo de almejas», informa la pescadera y asesora culinaria, que afirma que el caldillo victoriano es como el de pintarroja normal (almendras, pan y ajo fritos y pasados, perejil, azafrán, pique si se quiere y pintarroja), pero enriquecido con unas almejitas.
Ana y Fernando, humildes, tal vez no sepan que su pescadería ya no es sólo un negocio, sino una vacuna contra la desmemoria.
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