Tiene grabado con detalles el último día que fue a clase. «Me impactó coger mis libros, meterlos en la bolsa y marcharme, con todos los niños alrededor, mirándome». Después, en su casa, cuando acababa sus tareas, cogía sus libros y leía. Si tenía tiempo libre, subía a la Atalaya de Bermeo y escribía lo que le pasaba «por la mente y por el corazón».
Escribe su segundo libro de cuentos, a sus 36 años. Como el primero, serán relatos gitanos con los que ella ha dado alas a lo que siempre le gustó: escribir. Además, cubre un vacío: el de los gitanos en los libros de texto. «Fue lo que más me llevó a escribir; en la escuela hablan de los árabes, de los chinos ... pero de nuestro pueblo, nada».
Se siente orgullosa de su libro y espera que sus biznietos y otros niños lean esas historias de gitanos de ayer y de hoy. Algunos de esos relatos se los contó su abuela cuando era una niña. «Mi yaya vivió de nómada y me contaba que tenía que romper el hielo para lavar la ropa en el río».
Si hubiera podido estudiar, habría sido cardióloga. «Estudiar enriquece y es muy importante en esta vida y, por eso, no se deja de ser gitana», asegura esta bilbaína.
«Me sentí discriminada de pequeña, hasta que me conocieron», asegura Soraya, en medio de una generación gitana que asoma la cabeza. Su madre no sabe leer, ella escribe y hará todo lo posible para que sus hijas, Kehyla, de 15, y Ana Abigail, de 11, lleguen a la universidad.
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