"¡Qué aburrida!" O al menos así han calificado la alfombra roja de los Globos de Oro muchos de los amantes de los 'lookazos' de fiesta. Pero lo que para unos es un muermo para mí, en esta ocasión, se trata de clasicismo.
Los estilismos de la famosa 'antesala de los Oscar' me han recordado muchísimo a la época dorada de Hollywood. Predominio del negro, blanco, rojo y dorado. Pocos estampados y menos excentricidades. Vestidos largos, cortes princesa y muchos 'palabra de honor'. Quizá este paseo de estrellas confirme lo que todos sabemos desde hace tiempo: la crisis que se avecina ya está aquí (y va a ser gorda). ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Ya sabéis que la moda es, probablemente, el más fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos y la historia nos ha demostrado que en periodos de crisis volvemos a los clásicos. El ejemplo más claro probablemente fue después del 'Crac del 29'. Los locos años 20 crearon una imagen de fiesta continua en el vestuario, sobre todo, de las mujeres. Faldas cortas, cinturas desdibujadas, brillos, estridencias… Pero una vez que la fiesta se acabó también se apagaron los brillos. Las faldas se alargaron, la costura de la cintura volvió a su sitio y se remarcó el pecho de nuevo. Estéticamente parecía que los anteriores diez años no habían existido.
En ese cambio confluyen dos vías. Por un lado la gente que irremediablemente se ha quedado sin dinero y que por tanto gasta poco y en lo que lo hace debe ser 'duradero' y no unido a tendencias que puedan resultar volátiles. Por el otro, los que siguen teniendo poder adquisitivo, pero no quieren demostrarlo ni presumir de ello. Eso sí, esta falta de estridencia nunca es una falta de estética, sino más bien lo contrario.
Vernos 'bien' nos hace sentir mejor. Por eso, por ejemplo, tras la Segunda Guerra Mundial, hombres y mujeres no podían comprar novedades pero no por eso dejaban de acicalarse. Quizá en la cena había patatas, pero la mesa estaba siempre adornada con flores (probablemente cogidas del parque), así lo recogían las revistas de moda de la época. Conocida es la historia de las mujeres que se dibujaban en las piernas las costuras de las medias. Esos panties eran carísimos y poco accesibles pero nadie quería renunciar a la coquetería o supuesto estatus que otorgaba el llevarlos.
Unido a esta anécdota está también el controvertido 'Índice del pintalabios'. Esta teoría económica, presentada por la casa Estée Lauder hace un par de décadas, apuntaba a que habían detectado que durante las recesiones su marca aumentaba la venta de pintalabios rojos. El motivo, una bajísima inversión, como es la de un labial de un tono favorecedor, tiene un poderosísimo efecto estético. Las cifras hablan por sí solas. Incluso en la última gran crisis, en 2008, L’Oréal aumentó su beneficio mundial en un 5%. Eso sí, no sólo debido a los pintalabios, también aumentaron significativamente las ventas de los esmaltes de uñas (probablemente porque la gente ya no tenía dinero para hacerse la manicura en salones especializados). Evidentemente, la mayoría de los economistas 'serios' ven muy difícil establecer una correlación fuerte entre todos estos datos, pero sin duda alguna son un reflejo de la situación.
Probablemente en Harvard tampoco enseñarán mi teoría económica, esa en la que aseguro que la belleza se vuelve más 'clásica' cuando nos ajustamos el cinturón, pero sigamos de cerca las alfombras rojas que se nos vienen encima las próximas semanas y decidamos juntos si tengo o no razón.
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