Anitta Ruiz Consultora de moda | #LAROPAHABLA
OPINIÓN

Las 'influbodas', festivales donde lo menos importante es que dos personas se prometan amor eterno

La 'influencer' Teresa Andrés y su marido Ignacio Ayllón tras darse el 'sí, quiero' en Valencia
La 'influencer' Teresa Andrés y su marido Ignacio Ayllón tras darse el 'sí, quiero' en Valencia
Instagram / @teresaandregonzalvo
La 'influencer' Teresa Andrés y su marido Ignacio Ayllón tras darse el 'sí, quiero' en Valencia

El debate sobre el Estado de la Nación y el IPC desbocado nos lo ha dejado bien claro: queridos, mejor que nos abrochemos los cinturones porque vienen curvas de las gordas. Así que mientras unos hacen cuentas para llegar a fin de mes y otros se preguntan si nos seguirán sirviendo gas para encender la calefacción el próximo invierno, otros se casan y se ponen cinco vestidos. Me explico. Cuando nacieron las redes sociales, Instagram se convirtió en un diario de vida de gente como tú y como yo. Una ventana que dejaba a nuestro lado más cotilla asomarse a la vida de personas que creíamos más accesible que los que salían en el papel couché. Pero unos años después, muchas de las estrellas de internet se han convertido en vallas de publicidad con patas que lo mismo promocionan un pintalabios que un detergente para platos (que seguro que no lavan ellos). Lo último que me quedaba por ver: las 'influbodas'.

Hablo de unos festivales donde lo menos importante de todo es que dos personas se prometan amor eterno. Como ejemplo, las nupcias de Teresa Andrés hace unos días en Valencia. Una boda con tatuadores, músicos varios, DJ's, bengalas y todas las pijadas que se te puedan ocurrir. Incluido una novia que se cambió tres veces de vestido (el último de ellos, que se puso a las tres de la mañana, llevaba una pamela. No me hagáis hablar). Qué queréis que os diga, me entra estrés solo de pensarlo. Me imagino a la 'wedding planner' persiguiendo a la protagonista porque ya iba tarde con el enésimo cambio de look. Claro, luego pasa lo que pasa. Que niñas de veintipocos ven a la que antes era su vecina de enfrente (y que no se ha hecho famosa por nada en especial) hacer este tipo de cosas y lo pasan mal. Porque ellas se casan y un solo vestido es una inversión importante.

Ya son muchos los niños que cuando les preguntas qué quieren ser de mayor responden: "famosos". Lo peor de todo es que cuando preguntas por qué motivo, se encogen de hombros y dicen "famosos". Como si eso fuera una profesión per se. Y oye, que esto va a peor. Teresa Andrés (de la que desconocía su existencia hasta la semana pasada, pero que tiene un porrón de seguidores en Instagram y a la que pido disculpas por cogerla como ejemplo único) hizo preboda y postboda con sus correspondientes vestidos blancos. Una auténtica locura que por mucho que me esfuerzo no logro comprender. Con lo bonito que es ese vestido que cuenta una historia, como el que has heredado de tu madre o aquel con el que llevas soñando toda la vida... El que habla de verdad y no solo grita que es una colaboración publicitaria.

El vestido de novia de Teresa Andrés
El vestido de novia de Teresa Andrés
GTRES

Pero es que si lo de las bodas de 'influencers' es una ida de pinza, lo de las invitadas a las mismas ya es de traca. Para empezar, parece que si pasas del medio millón de seguidores en redes sociales te olvidas de tus amigas de toda la vida y solo compadreas con personas con "el mismo nivel de influencia". Y como vas a compartir momento con María Pombo (la reina patria en estas lides), parece ser que para buscar tu minuto de gloria lo suyo es olvidarse de las reglas de etiqueta e ir a matar. Estos días he visto a invitadas vestidas de blanco o en su defecto de un color muy clarito… ¡y además en un vestido con cola! Vamos que si las veías de espalda parecía que se iba a casar ellas.

Dulceida y Marta Lozano en la boda de Teresa Andrés
Dulceida y Marta Lozano en la boda de Teresa Andrés
GTRES

Luego las hay que, aunque la boda sea en una Iglesia, se dedican a enseñar carne. Dejar solo la tripa al aire ya es de recatadas. Os prometo que en las bodas del fin de semana pasado había niñas con el parrús al aire. Isabel Preysler, madrina en uno de estos saros, debe estar todavía con las sales, recuperándose de semejante pasarela. En fin, que otra vez me vuelvo a despistar de lo mío, pero no quería dejar pasar la oportunidad de gritar a los cuatro vientos que el objetivo en esta vida no es tener chorrocientos vestidos el día de tu boda (cuando además no pagas ninguno), sino casarte con una persona que te quiera con locura aunque decidas que vas a vestir toda la vida de uniforme. O que si vas de invitada a la boda de tu amiga, arreglarte es un sinónimo de respeto hacia tus anfitriones, pero que ponerte como para recibir un Oscar, con la única intención de acaparar más flashes que la novia, es de una maldad terrible.

María Pombo en la boda de Teresa Andrés
María Pombo en la boda de Teresa Andrés
GTRES

No sé yo si en algún momento de mi vida pasaré por el altar, pero después de ver semejantes dispendios, me parece que lo que más me apetecería es juntar a todos mis amigos en la plaza del pueblo para comer salmorejo y tortilla de patata.

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