Teresa Viejo Periodista y escritora
OPINIÓN

El mejor tratamiento 'antiaging'

El mejor tratamiento antiaging
El mejor tratamiento antiaging
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El mejor tratamiento antiaging

Al igual que tú, a veces me pregunto cómo seré de vieja. Más que el curso de mis arrugas me intriga el modo en que me desenvolveré si fallan mis capacidades o pierdo destrezas, porque podemos aceptarnos más o menos arrugadas pero no toleraremos una cabeza aletargada. E intuyo que estas preguntas seguirán revoloteando a mi alrededor incluso cuando ya lo sea, puesto que me resistiré con firmeza al deterioro físico y cognitivo. La buena noticia es que solo lo sufrimos si se esfuman nuestras ganas de seguir creciendo, lo que felizmente he vuelto a comprobar hace unos días.

Sucedió al presentar mi nuevo libro La niña que todo lo quería saber. La curiosidad: claves para una vida más inteligente y feliz (HarperCollins), en la alicantina Alfaz del Pi, con motivo de las actividades que organiza su ayuntamiento durante el Festival de Cine. 

La niña que todo lo quería saber. La curiosidad: claves para una vida más inteligente y feliz
La niña que todo lo quería saber. La curiosidad: claves para una vida más inteligente y feliz
Teresa Viejo

La curiosidad cataliza la creatividad así que tenía todo el sentido hablar de ella, aunque me sorprendió el lugar: una idílica residencia de mayores, un Sangri-La mediterráneo donde conviven personas de varias nacionalidades, algunas de las cuales se acercaron a la presentación. El resto era público ‘curioso sobre la curiosidad’ de diversas edades. Entre los asistentes estaba Sara, la madre de mi amiga Sara Navarro, una de nuestras creadoras de calzado más internacionales y mujer de extraordinaria sensibilidad que ha sido mi cicerone durante esa visita a su tierra. Sara ha heredado de su madre el talento para conectar personas y lo comprobé de inmediato.

“Siempre quiero seguir aprendiendo, me parece que me va a faltar tiempo para todo lo que deseo aprender”, me dijo Sara madre al terminar el evento mientras conversaba en paralelo con un grupo de mujeres, algunas residentes en el lugar, como si quisiera subrayar uno de los mensajes que yo había repetido: solo envejecemos cuando perdemos la curiosidad. La frase, más que una de esas que colgamos en las redes junto a una foto bonita, busca ser una declaración de intenciones que cambie una actitud pasiva, suscrita por el piloto automático de una mente acomodada, y ponga en acción las ganas de salirnos por la tangente y mantenernos en modo aprendizaje, descubrimiento, exploración o cualquier actitud contraria a la inercia de pensar lo de siempre.

 Tú y yo deberíamos de repetírnosla a diario frente el espejo. Mejor, escríbela en él y tómatela a diario con el café del desayuno. Que la repita la madre de Sara a sus 86 años es admirable. Que la practique, de nota.

Solo envejecemos cuando perdemos la curiosidad

Sara y Angelines

Ahí estaba ella un par de horas después, poniendo la máxima en acción según organizaba una comida en su casa a la que había invitado a Angelines. “¿Te importa que venga Angelines a casa, Teresa?”. ¿A mí qué me va a importar que la madre de Sara invite a comer a una buena amiga? Pero Angelines no era una buena amiga… era su 'nueva mejor amiga', a quien había conocido esa misma mañana alejada apenas un par de asientos del suyo y a la que, tras activar esa curiosidad que nos conecta a unos seres humanos con otros, había tomado de la mano hasta su casa.

“¿Así que tu madre y Angelines no se han visto en su vida hasta hoy?” insistí extrañada a Sara. “¡Qué va! Mi madre anda siempre en modo aprendizaje, como una niña, y eso le lleva a descubrir experiencias o personas”. Como así había sucedido.

Sara y Angelines desmenuzaron sus vidas paseando por el jardín. Hablaron del marido ausente, de los novios que nunca dejaron de ser promesas, de los avatares de la empresa familiar o de las exigencias de Angelines tras convertirse en un alto cargo directivo en aquella multinacional donde se llegó a jubilar, todo un logro en una España donde las mujeres ni siquiera mencionaban los techos de cristal. A pesar de sus años y los achaques, contemplaba a dos adolescentes en el Erasmus de la vida. Bellas por dentro y por fuera.

Sara y Angelines
Sara y Angelines (con sombrero)
Teresa Viejo

Y reiteré para mis adentros que no existe mejor pócima antienvejecimiento que la genuina curiosidad de descubrir, seguir aprendiendo y compartiendo esos logros con los demás. 

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