"De niños todos somos artistas. Lo difícil es seguir siendo artista de adulto". Cuando Pablo Picasso enunció la frase —complementaria con otras tres que se le atribuyen: "en aprender a pintar como los pintores del renacimiento tardé unos años; pintar como los niños me llevó toda la vida"; "lleva mucho tiempo llegar a ser joven" y "cuando dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla enseguida"— estaba hablando con admiración de la naturaleza salvaje y libre de la infancia, de la extraordinaria naturalidad de los críos para crear y creer en lo creado, una franqueza sin pretensiones que Picasso consideraba condición necesaria para ser artista.
El pintor malagueño, para quien pintar era consecuencia de un acto previo de razonamiento —aunque se tratara de un razonamiento enloquecido— y no el simple acto de retratar lo que tenía ante la mirada, sentía una inmensa fascinación por los dibujos infantiles, que prefería a mucho arte serio y adulto marcado por la pedantería y las escuelas. No fue el único maestro de la pintura en prendarse de los monigotes, mundos fantásticos o simples bosquejos minimalistas de la realidad dibujados por una mano de crío. Kandinsky, Klee, Kokoschka, Miró y Chagall también persiguieron con devoción recuperar la pintura primaria, loca y natural de los niños.
Cuadernos, cartones y libretas
La galería me Collectors Room de Berlín le ha dado la vuelta a la pretensión de los maestros de regresar a la naturalidad de la infancia en la exposición Paperworlds (Mundos de papel), que propone a los visitantes el recorrido por los dibujos realizados durante la niñez por una veintena de artistas vivos y más o menos establecidos en las cimas de la creación contemporánea. La muestra, con 60 obras pintadas sobre cuadernos, cartones y libretas cuando los autores tenían entre tres y catorce años, estará en cartel hasta el 6 de abril.
Entre los artistas nacidos en las décadas de los sesenta y setenta que han cedido obras de su niñez están Norbert Bisky, John Bock, Andy Hope 1930, Jonathan Meese, Tal R, Katja Strunz, Rosemarie Trockel y Thomas Zipp . Todos los citados, con la excepción de Tal R, que es de Dinamarca, son alemanes y tienen obras repartidas por los principales museos de arte moderno del mundo.
Las piezas revelan una amplia gama de figuras y mundos imaginarios, paisajes, ciudades, retratos y escenas cotidianas observadas con la agudeza que sólo el ojo de un niño puede aplicar. El amplio alcance de los temas refleja los orígenes diversos de los artistas. A los siete años, por ejemplo, Bisky, que creció en la antigua República Democrática de Alemania, dibuja un desfile militar, mientras que Strunz representan la Alemania occidental de clase media y prósperas viviendas unifamiliares en la que residía.
Ataques aéreos en Israel
Aunque creció en Dinamarca, Tal R nació y pasó sus primeros años en Israel. Sus dibujos representan hombres armados, tanques, buques de guerra y ataques aéreos. Por su parte, Ralf Ziervogel, criado en la mucho menos tensa sociedad alemana, presenta con todo lujo de detalles y pintados a bolígrafo los carteles de las películas de la serie Rambo, que sitúa la violencia en el marco fantástico del cine y la televisión.
Los organizadores de Paperworlds, exposición coordinada por Valeska Hageney y Sylvia Volz, invitan a los asistentes a buscar ecos en los dibujos de la obra actual de los artistas, porque opinan que es posible encontrar "vislumbres y similitudes" o, al contrario, "cambios radicales". Las obras de infancia, añaden, "ofrecen pistas y paralelismo entre los niños y los adultos".
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