Su primera vez

Su rostro era pálido, inmóvil. Era la primera vez que se postraba sobre una cama para hacer algo más que dormir. Podía notar el temblor de sus piernas. Su juventud no le había permitido tener suficientes oportunidades en el sexo pero, como para todo en la vida, siempre hay una primera vez.

Cogí su mano y la apreté fuerte. No quise que mis labios se juntasen con los suyos sin haber besado antes su cuello. El olor a virginidad calaba por cada poro de mi piel y me sentía vampiro de su deseo. Lo quería todo para mí.

Baje por su pecho y noté cómo un escalofrío recorría todo su torso ya desnudo. Continué lamiendo hasta bajar por la entrepierna y fue entonces cuando noté su sexo excitado. Nunca antes lo había hecho con una persona a la que sacase tantos años de diferencia pero me resultaba muy excitante contemplar cómo admiraba mi madurez, como conseguía provocar su anhelo, levantar su deseo.

Seguí comiendo toda su fruta prohibida mientras gemía como un cachorro sin amo. Gritos ahogados que me provocaban. Era su culpa. Yo llevaba años disfrutando de esto y ahora era el turno de otra persona. Sí, es el momento en el que me tocaba dar placer.

Cuando regresé de nuevo a su cara una bocanada de aire caliente emanó de su interior. Nos miramos y pude comprender que ya estaba todo preparado. Me coloqué sobre su cuerpo y comencé a moverme lento sin desistir en la marcha. Jamás había hecho algo igual. No era propio de mí. Antes de esto siempre había tenido amantes mayores que yo. En alguna ocasión llegaron incluso a duplicar mi edad. Ahora era diferente.

En sus gemidos no escuchaba dolor. Eran pequeños gritos de éxito que permitían ir dando vida al sexo a medida que mi cadera embestía sobre su cuerpo. Fue entonces cuando la locura se apoderó de nosotros y comenzó a morderme. Fuerte, tanto que sus dientes quedaban clavados en mi piel. Quise parar la situación antes de que se pasase de la cuenta pero me cogió de las manos y consiguió darme la vuelta en la cama.

Ahora sí, había tomado las riendas de la situación y la cosa se tornaba en infierno. No quería que mandase por lo que no me dio otra opción. Dicen que una buena torta a tiempo, siempre sexualmente hablando, amansa a las fieras y fue exactamente lo que hice.

Mis manos grabaron un dibujo colorado en su tez, y como si un ángel hubiera pasado por la habitación se tumbó de nuevo sobre la cama y sobre el silencio de la noche pronunció firmemente estas tres palabras: Hazme un hombre…Y fue entonces cuando eyaculó sobre las sábanas.

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