Mi pequeño gran amigo

Llegó a casa en forma de regalo de cumpleaños. La mañana era fría, como en los últimos veinticinco años de mi vida pero me encantaba calentarme al cobijo de la celebración de la noche. Aquella fiesta sería diferente a la del resto de mis aniversarios, más ardiente y fogosa. Todo gracias a mi nuevo amigo…

El cumpleaños comenzó más tarde de lo normal pero yo ya tenía ganas de que acabase para quedarme a solas con mi nuevo tesoro. Había llegado demasiado pronto. Desde luego que no me lo esperaba. Mientras la gente lo pasaba bien yo iba fantaseando con sus formas, su ley de la atracción era tan fuerte que pensé que no podría evitar nuestro encuentro hasta el final de la velada.

Me fui al baño mientras que inmóvil se quedó esperándome en la esquina del salón. No lo llevé conmigo. Aún no. Era demasiado pronto para sucumbir a sus encantos además, después de un orgasmo solía ruborizarme y eso era algo que mis amigas me pillaban a tiempo. Me delataba mi tez pálida tornada a rosa y una sonrisa absurda que se instalaba en mis labios. La verdad es que le tenía muchas ganas, todas las del mundo, pero prefería guardármelo para mí sola y ver juntos el amanecer.

Mi única salida era ausentarme durante unos minutos para ir al baño y fantasear con él. Me perdí entre la multitud del salón y afronté mi camino hacia el aseo. Abrí la puerta con cuidado y cerré con pestillo. Sola, delante del espejo me bajé los pantalones y me retiré las braguitas hacia un lado. La situación era tan excitante que comencé a morderme el labio mientras masajeaba los labios de mi vagina. Pensé en grabarlo todo y así lo hice. Después lo borraría pero me imaginaba haciendo sexo en directo como las web camers que retransmiten a través de Internet.

La ropa me molestaba y me deshice del todo de ella, al menos de la de abajo. Me puse de cuclillas de manera que mis piernas permitían que mi sexo estuviera completamente al aire. En esta posición comencé a frotar con más fuerza mi clítoris. Jadeaba casi muda para que nadie se diera cuenta de mi estado de excitación.

El tiempo viajaba en mi contra pero los dedos eran mis aliados. Puse mi mano en forma de pinza de manera que todos menos el pulgar quedaban completamente dentro de mí. Este último seguía mimando la parte más sensible de mi cuerpo y así fue como en menos de cuatro minutos conseguí estallar de gloria e incluso mojar los azulejos del baño.

Salí, ruborizada y sí, mis amigas rieron haciéndome una señal con los dedos. En un primer momento pensé que me habían pillado pero todo en la vida puede ser mucho peor. Habían violado mi intimidad haciendo que mi pequeño gran regalo desalojara la esquina de mi salón para colocarlo delante de mis narices. Ellas habían sido las que, sin cortarse ni un pelo, me habían mandado aquella mañana, como regalo de cumpleaños, un vibrador del tamaño de un elefante. Ahora la relación estaba consolidada, abierta al público y más que agradecida.

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