Empapado de Lucía

Esperé a que fueran más de las diez. Ella solía salir del trabajo tarde. Su jefe siempre la obligaba a cuadrar la caja pero realmente lo hacía para mirarle el culo mientras echaba cuentas. La verdad es que Lucía tenía un trasero precioso. La primera vez que la puse a cuatro patas no podía apartar la mirada de los glúteos que se movían al son de cada penetración.

Al pensarlo mi pene se puso erecto. Me obligué a mí mismo bajar la erección. Una chavala de 19 años no podía ponerme tanto a estas alturas de mi vida. ¡Me consideraba un gentelman! Me había llevado a la cama a cientos de mujeres durante toda mi vida. Guapas, altas, esbeltas, bajitas, entradas en carnes, poco agraciadas. Algunas llegaban a mi casa como unas auténticas depravadoras sexuales, otras sin embargo salían convertidas en ello.

Conocer a Lucía le sorprendió a mi vida. Mi alter ego no paraba de decir que las riendas de esta "relación" las llevaba yo pero de nuevo, cuando recordaba esos glúteos botando sobre mis pelotas, sabía que era la dueña de mis pensamientos. De mi vida.

Verla salir por la puerta se convirtió en el momento más excitante del día. El verano se había instalado con fuerza en las calles de Barcelona y Lucía no había perdido la oportunidad de estrenar la camisa blanca de seda que le regalé por su cumpleaños. Con cada paso botaban sus pechos hacia la derecha y la izquierda. Ella era un espíritu libre, sin ataduras, sin tabús, sin sostén. Sus pezones marrones se marcaban erectos y puntiagudos. Era su particular forma de darme las buenas noches.

Se coló en mi coche como se coló en mi vida. De manera fortuita. Me dio un beso húmedo en los labios y me pidió las llaves del coche. A los pocos minutos estaba sentado en el asiento del copiloto y ella conducía mi Porche igual que llevaba meses haciéndolo con mi vida. Cambiaba de marcha y me tocaba el paquete. Su falda, abierta de piernas y sabiendo que no llevaba ropa interior. Todo me volvía loco de Lucía.

Un giro inesperado y una salida de la autovía. El ocaso dejaba lugar a la noche profunda. Un tirón del freno de manos, un derrape y un precipicio con vistas al mar. Lucía estaba loca y pretendía matarme de amor.

Salimos del coche. Yo dubitativo. Ella acelerada. Tal y como había previsto, nada de ropa interior bajo una falda que se abría de forma generosa en el momento en el que ella se tumbó sobre el capó del coche. Bajé hasta su sexo y comí sin parar como si jamás me hubiera puesto delante de una vagina. Lucia me estiraba del pelo mientras pedía más y más deprisa. Cuando comenzaba a estar muy mojada decidí dejarle con las ganas, incorporarla y hacer que mirase hacia el frente. De esta manera la penetré con tal fuerza que pensé que destrozaba su menuda cintura de avispa pero ella, insaciable, exigía más. Siempre exigía más. Y yo se lo daba. Tenía tantas ganas de correrme dentro que olvidé que ella no había llegado al orgasmo pero cuando mi mente fue consciente de la situación ya era demasiado tarde.

Mi gemido llegó lo suficientemente lejos que debió escucharse en la autovía. Saqué el pene de su interior, puse a Lucia en frente de mí y mientras la besaba a modo de agradecimiento la frotaba el clítoris para que también tuviese su merecido. No tardé mucho en acabar la faena. Me empapó todas las manos. Ese era el momento en el que recobraba mi poder como macho pero mi vulnerabilidad como hombre. Estaba totalmente enamorado de ella. Empapado de Lucia.

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