La caja de Pandora

Patricia se maquillaba las penas delante del espejo. Nunca antes se había enfrentado a una situación como la de aquella tarde. Después de cuatro años de noviazgo con Borja sabía perfectamente que podía querer a otro hombre pero jamás amarlo. No pasaba lo mismo con Lorena. Su encanto, más allá de su perfume de mujer, sus esbeltos pechos y su voz melosa, eran tan increíbles que le enamoraron desde el primer momento en el que la conoció. A Patricia le parecía increíble como un puntazo en el corazón se puede volver tan certero con tan sólo compartir una comida de empresa...

Ella llegó a mi vida una tarde de lunes. Suplía la baja de una compañera que acababa de ser mamá. Se presentó en el despacho del jefe con una falda ajustada y una camisa de seda blanca que hacía que se transparentase su sujetador de encaje marfil. Era encantadora. En ese momento no se me hubiera pasado por la cabeza que esta misma tarde me encontraría jadeando entre sus dos piernas. Sabía que era lesbiana pero ¿Y yo? ¿Tenía clara mi orientación sexual?

Pasé suavemente mi lengua por su clítoris. Sentía que se humedecía con cada lametazo. Ella gemía. Momentos antes me animaba a que desistiera en mi empeño de ser yo la primera que accediera a su interior pero mis ansias por probar su sexo eran insaciables. Su vagina era tan dulce que creí que su aroma se me subía a la cabeza inundando cada uno de mis pensamientos de lujuria. Cuando ya mi paladar no aguantaba tanto sabor y su sexo estaba más mojado que mi lengua introduje de una vez tres de mis dedos en el interior de su cuerpo.

Sus gemidos se entornaron en pequeños grititos de placer que aumentaban a medida que lo hacían mis manos. Me encantaba mirar su boca, carnosa y sin maquillar. La forma en la que se mordía los labios y el temblar de sus pestañas cuando le chupaba el cuello. Era una auténtica diosa.

Sabía que no podía más en el momento en el que encorvó su espalda para darme un beso. Había llegado al orgasmo y sonreía yacente en la cama. Con voz pícara me dijo: "Prepárate, ahora te toca a ti".

Se sentó en frente de mí, con las piernas abiertas. Me dijo que imitase su postura y de esta manera se acercó a mí uniendo su cuerpo junto al mío. De esta forma, una enfrente de la otra, comenzó a frotarse con mi cuerpo. Jamás había estado tan cachonda. Yo prácticamente no hacía nada pero ella friccionaba su vagina contra la mía, ambas mojadas, resbaladizas y mi sexo un poco más sensitivo por culpa del orgasmo. Me corrí tan fuerte que creí empapé hasta el colchón de la cama. Pensé en ese momento… ¿Cómo pude estar hasta ahora teniendo sexo con hombres? Quedaba abierta "La caja de Pandora".

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