Constancia e ilusión
Poco recuerda este militar de profesión de 57 años y con grado de capitán de aquel día. «Me monté en el tren en Atocha y nada más entrar y agarrarme a la barra se produjo la explosión. De lo que pasó allí no sé nada porque tenía la cara quemada. Apenas podía ver, sólo colores rojos y negro, y tampoco podía oír, lo contemplaba todo como muy lejano», recuerda. A fecha de hoy, ha perdido la audición en un oído y el 50% del otro y aún no se ha podido reincorporar al Ejército. Aunque su vida no ha vuelto a ser la misma desde el atentado, calzarse las zapatillas para correr ha supuesto para él un aliciente en su recuperación.
Villamarín ha contado con la ayuda de sus compañeros de club, que se empeñaron el pasado domingo «en que hiciera un relevo de 5 km y acabé hecho polvo, pero acabé». Eso sí, reconoce que «después de un año de dolores y sufrimientos, sentí una emoción que no se puede imaginar. En esos momentos te acuerdas de todo el mundo, de los que sufrieron aquel día y de los que están contigo en las horas difíciles».
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