Loreak (Flores)

El hilo conductor son unas flores. Aunque más bien es la soledad. El arranque de la correcta, gélida y preciosista película de Jon Garaño y Jose Mari Goenaga son unas flores sin tarjeta que aparecen de improviso en la vida de una mujer que está sola.

Articulando la suya y otras soledades, como esas películas de los 90 que se dejaron de hacer, Loreak se introduce (como uno de esos ramos enviados por Interflora) en los salones de dos familias marcadas por la insatisfacción. La de Ane (Nagore Aranburu), una mujer demasiado joven para convivir de espaldas a su novio (Egoitz Lasa) y con tanta insatisfacción. Y la de Beñat (Josean Bengoetxea), cuya bondad nunca es suficiente para saciar a su pareja (Itziar Ituño) o su madre (Itziar Aizpuru). Y entre tanta desazón, tanta grisura, se cuelan los ramos de flores que Beñat, compañero de trabajo en las alturas de Ane, le manda secretamente a su casa.

“Sólo son flores”, admite el tagline de Loreak, esta impecable aproximación al drama íntimo, silencioso y minimalista. Aunque a fuerza de tanta perfección –en sus interpretaciones intachables, su estética mimada desde el precioso cartel, su redondeado guión…– al resultado se le escurre cierta espontaneidad, cierto atrevimiento y, tal vez, cierto calado. O quizás el hilo conductor no sea la soledad y aquello de “Sólo son flores” sea algo más que un tagline.