Lidia Valentín fue cuarta en la final de halterofilia de 75 kg tras una gran lucha por la medalla de bronce, que finalmente se llevó su rival Iryna Kulesha.

Terminó la competición y Lidia se quedó en estado de shock. Primero lloró un buen rato y después buscó palabras intermedias: de repente estaba satisfecha por su cuarta plaza olímpica y al instante volvía a quedarse en blanco y..."¡Qué pena, cuando falló la rusa al principio empecé a creer que podía ser".

El bronce se quedó a cuatro kilos (269), porque la bielorrusa Kulesha no falló una. "Yo creía que no levantaría tanto, que podría superarla",  lamentaba la Lidia pesimista. Su última decisión fue jugársela a 148 kilos, un peso que ya había levantado en los entremientos, pero la leonesa falló y tuvo que conformarse con un premio dulce: récord en dos tiempos (145), récord en la suma de los dos movimientos (265) y la mejor plaza que nuestra halterofilia alcanzó nunca. Y entonces Lidia volvía a sonreír: "Ha compensado luchar tanto para lograr esto".

Un escalón por encima, la bielorrusa Podobedova y la rusa Zabolotnaya, dos armarios, dirimían cuitas y resolvían rencillas de tiempos pasados, cuando la Podobedova era rusa, dio positivo y se la invitó a nacionalizarse Kazaja, por decirlo de alguna manera. Su revancha fue completa y el oro terminó colgando en su cuello.

De vuelta a Lidia, ha vuelto a quedarse en blanco, mira del suelo a sus llamativas uñas y viceversa: "Ahora no sé lo qué haré, iré a ver a mis padres y a mis amigos. ¿Celebrarlo? Creo que ahora no hay nada que celebrar. Mañana ya empezaré a darme cuenta de lo que he conseguido". Ay, qué cerca estuvo la medalla.