Javier Mascherano, el príncipe de las mareas

El delantero galés del Real Madrid, Gareth Bale (d), intenta llevarse el balón ante el defensa argentino del F. C. Barcelona, Javier Mascherano.
El delantero galés del Real Madrid, Gareth Bale (d), intenta llevarse el balón ante el defensa argentino del F. C. Barcelona, Javier Mascherano.
EFE
El delantero galés del Real Madrid, Gareth Bale (d), intenta llevarse el balón ante el defensa argentino del F. C. Barcelona, Javier Mascherano.

Permitan una cita cinematográfica. Recordarán la película y tal vez la detesten, no se lo reprocho, no todo el mundo tiene la misma tolerancia al azúcar. Lo importante es que sirve para introducir la cuestión. Última escena de 'El Príncipe de las Mareas'. Atardece en Carolina del Norte y nos hablan los pensamientos del protagonista: "Pero es el misterio de la vida lo que ahora me intriga. Y miro hacia el norte, y vuelvo a pensar que ojalá repartieran dos vidas a cada hombre, y a cada mujer…".

Se preguntarán ahora cómo se puede relacionar esta reflexión crepuscular con un futbolista tan escasamente lírico, en apariencia, como Javier Mascherano. Es fácil. Por las vidas. Mascherano, a sus 32 años, está disfrutando de las diferentes existencias por las que suspira Nick Nolte. Por las que suspiramos todos.

Comenzaremos por el final. El martes, Mascherano cumplió 300 partidos con el Barcelona, lo que le convierte en el tercer extranjero en la historia del club en número de encuentros oficiales, sólo superado por Messi (549) y Alves (391). Una vida. Probablemente, la más singular. Alejado de su posición natural, el pivote defensivo, Mascherano fue reubicado como defensa central en una solución de emergencia que ya dura siete años. Así funciona el mundo. Si lo haces todo razonablemente bien, acabarás por hacer lo que nadie quiere.

No es su sitio, por mucho que se empeñara Guardiola. La desubicación no se advierte en el 90% de los casos, quizá en el 95. En todos los partidos que caben en ese porcentaje, Mascherano actúa como una autoridad incuestionable. Sin embargo, hay otros duelos, generalmente frente al Real Madrid y monstruos similares, en que el apaño queda al descubierto. Mascherano, futbolista de gran altura y profundidad en términos metafóricos, carece de los centímetros suficientes para pelearle balones aéreos a Gareth Bale, por poner un ejemplo de helicóptero de última generación. Diría que tampoco tiene interiorizado el oficio de central, lo que dice mucho de sus inquietudes intelectuales.

Me remito al último clásico y al penalti más que probable que cometió sobre Lucas Vázquez, galgo de 25 años. Me remito a otras cargas y agarrones, a la frustración que denotan sus palabras del pasado martes: "Según los genios de la pantalla, todos los penaltis los cometo yo".

El contrato con su actual vida caduca en 2018 y si le toca marcharse lo hará con una maleta rebosante de medallas y diplomas a la que sólo le falta una cosa: un gol. Un hecho extraordinario si pensamos en el número de partidos y en la capacidad goleadora del Barcelona. El asunto seguro que le reconcome y haría bien en compartirlo con el vestuario, concretamente con Messi. Un favorcito, si no les molesta. Yo subo y ustedes me la dejan fácil, para tampoco andar perdiendo el tiempo. Nadie se opondrá, ni siquiera Alcácer.

No será una sorpresa si Mascherano termina su carrera en River Plate, su primer club profesional. En aquellos años de iniciación protagonizó otro hecho extraordinario: debutar con la Selección (con Bielsa) antes de hacerlo en Primera (con Pellegrini). La personalidad ya la tenía forjada desde niño: hermano mayor de tipos más viejos. Admirador de Simeone y de Davids, con quienes emparenta genéticamente, y devoto de un símbolo de Boca como Riquelme, porque lo cortés no quita lo valiente.

Aquella fue su primera vida, la de tantos chavales que frotan la lámpara y el genio aparece. Para la siguiente eligió Brasil, el Corinthians. Pudo haber elegido el Ajax, pero aquello debió resultarle frío y con mala carne para los asados. No funcionó. El entrenador brasileño Emerson Leao pasará a la historia por su aversión a los argentinos y por haber prescindido de una tacada de Mascherano y Tévez. Un visionario.

La tercera vida le llevó a Inglaterra, primero al West Ham y por fin al Liverpool, donde, con la ayuda de Benítez, recuperó la confianza, la jefatura y hasta marcó dos goles. El Barça ya le tenía en su radar.

El final será en River, no lo duden demasiado. Por las otras vidas pasará como entrenador, seleccionador argentino, analista deportivo y "genio de la pantalla". Lo seguro es que cuando llegue el atardecer que siempre llega no echará en falta las vidas que no vivió, sino todas las vividas.

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