Ducha al Madrid y baño al Barça

Cristiano, bajo la lluvia.
Cristiano, bajo la lluvia.
EFE
Cristiano, bajo la lluvia.

Tirar un penalti, como muchas otras cosas en la vida, requiere de una absoluta inconsciencia. Si el lanzador piensa en los millones de personas que están mirando, en lo decisivo del punto o en que el portero tiene madre, entonces, está perdido. El penalti exige no pensar y enseguida se descubre a los futbolistas que piensan. Generalmente se entretienen en algún tipo de gestualidad que no procede (peinarse, rascarse lo que fuere, tomarse las pulsaciones) sin otro motivo que retrasar el momento trágico. Lo que sigue ya lo conocen: un balón dulce a las manos del portero o una pelota camino del cielo y más allá.

El Sporting perdió un punto en el Bernabéu porque el croata Cop tuvo un acceso de miedo infrecuente entre los de su nacionalidad y alrededores. Después de fajarse durante más de una hora contra los centrales y el diluvio, ejecutar un disparo desde once metros y sin oposición le resultó desconcertante de puro fácil. Fue en ese instante cuando imaginó la celebración personal, besándose el anillo o atusándose el bigote, cuando calculó la importancia del gol en su carrera y cuando se percató del color reflectante del uniforme de Keylor, semejante al de los guardias o los operarios que trabajan en la carretera en similares días de lluvia. Demasiado pensar.

El Real Madrid, por su parte, se viene caracterizando por todo lo contrario: piensa poco. Y quien no piensa, no teme. Y quien no teme se acompaña de una confianza que se transforma en viento favorable, decisivo para conseguir los objetivos y reforzar el optimismo. El caso es que nunca vio la victoria en peligro ni siquiera cuando el estadio le avisó con pitos de que había un asesino con montera picona a la vuelta de la esquina. Es muy probable que, de haber sentido miedo, el equipo hubiera sido presa de los nervios que en el momento decisivo habrían tranquilizado a Cop.

Aunque estamos más habituados a buscarle defectos, ya es hora de reconocer que Zidane tiene gran parte de responsabilidad en todo lo bueno que ocurre. Sumar 31 partidos sin derrotas define a un entrenador que, sin manejar una enciclopedia de fórmulas tácticas, mantiene en equilibrio un complejo sistema de egos, ambiciones y frustraciones. James, seguramente, no estará de acuerdo conmigo.

Dicho lo cual, la visita al Camp Nou del próximo sábado (16.15) pondrá en revisión todas las certezas que barajamos a estas horas. El Barça llegará a la cita a seis puntos del líder, aunque deberían ser siete. Veremos repetidas muchas veces el gol mal anulado a la Real Sociedad, pero ya adelanto que el árbitro seguirá sin darlo por válido. Los culés que hayan dejado de creer en Luis Enrique podrán hacer dos cosas para renovar sus esperanzas. O esperar al sábado o esperar a Eusebio.

El Atlético, entretanto, no solo ganó en Pamplona, se reconoció en el espejo: la barba de tres días, la cicatriz en el mentón, la solapa levantada y los indómitos pelos del Cholo. Diremos que jugó y ganó como en los viejos tiempos, cuando la belleza no era un tema de conversación. Se adelantó gracias al balón parado, puso distancia con un contragolpe y sentenció con un gol de Carrasco. Para muchos atléticos fue un regreso a los orígenes, pero habría que saber cómo se lo ha tomado Simeone, si como un retroceso, un accidente o una claudicación.

Del resto de la jornada hay que destacar la insistencia del Sevilla, que ganó al Valencia sostenido por Sergio Rico, un portero que en el breve plazo de un año nos ha despertado dudas, desconfianza, asombro, admiración y, últimamente, arrobamiento. Del Valencia poco se puede decir salvo que sigue muy cerca del descenso y muy lejos de Singapur.

Concentrados en el fútbol internacional, ninguna noticia ha sido tan fascinante como el fichaje de José Antonio Camacho por la selección nacional de Gabón. El míster viajó ayer a Libreville para firmar su contrato e iniciar una aventura que le situará en algún punto intermedio entre Chicote y Frank de la Jungla. Si algo tiene la globalización mediática del fútbol es que no dejamos de incorporar equipos a nuestro flexible corazón de aficionados: ahora también somos de Gabón. Y no pararemos ahí. Se anuncia que Paco Jémez está próximo a rubricar un acuerdo con el Cruz Azul mexicano.

Al margen del fútbol, el deporte estuvo cargado de acontecimientos de primer nivel. Nico Rosberg se proclamó campeón del mundo de Fórmula 1 después de resistir el asedio de su compañero y enemigo Lewis Hamilton. Lo más extraordinario de su victoria es que la regularidad se ha impuesto al talento, cosa que debería animarnos a ser puntuales y a sacar la basura todas las noches.

La final de la Copa Davis encendió los ánimos de croatas y argentinos sin que el resto del mundo se diera por aludido. Es curioso este torneo que sólo importa a los protagonistas. Al final, Delbonis dio el punto decisivo a Argentina, ustedes dirán que fue porque jugó mejor, pero yo mantendré que fue porque pensó menos.

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