En la final de Másters de Madrid, que reunía en la capital a las ocho mejores raquetas del globo, coincidieron dos formas de ver el tenis: la potencia contra la calidad, la fuerza bruta frente a la inteligencia: la belga Justine Henin y la rusa Maria Sharapova, quienes más merecían estar en ese último partido.

Fue una final a cara de perro, tres horas y media le costó a Henin minar la fortaleza de su rival para alzarse con el trofeo (5-7, 7-5 y 6-4). Sharapova perdió sólo porque al otro lado de la red estaba la pequeña tenista de Lieja; con otra oponente, la victoria hubiera sido suya. Por algo lleva la número uno mundial 25 partidos seguidos sin perder. Poco a poco, Henin fue quitándole energías a Maria, que se fue diluyendo. Al final del partido, la bella Sharapova estaba fundida.

Poco pintaba tal desenlace después del primer set. El pabellón asistió hipnotizado a un intercambio de golpes de primera calidad. Allí sólo se oía el jadeo de Henin y los berridos de Sharapova, que encontraba las líneas en cada golpe y lograba sacar de la pista a su rival. Tampoco es que Henin estuviera muy cómoda con su primer servicio, así que, con tales ingredientes, el set se fue con Maria.

El inaudito revés para Justine, que no había perdido un set en todo el torneo, no le hizo flaquear y continuó con su táctica de hormiguita: un buen saque por aquí, una volea por allí y Sharapova que se empieza a cansar, y 7-5 para Henin. En el tercer set, la belga empequeñeció a su rival, ya en la reserva. El 6-4 final certificó el dominio de una tenista pequeña y genial, golpeada constantemente por la vida, pero que siempre se levanta. Vamos, la mejor.