Los ocho mundiales que Fernando Alonso nunca ganó

Fernando Alonso, durante el Gran Premio de Canadá de Fórmula 1.
Fernando Alonso, durante el Gran Premio de Canadá de Fórmula 1.
EFE
Fernando Alonso, durante el Gran Premio de Canadá de Fórmula 1.

Fernando Alonso Díaz (Oviedo, 1981) deja el deporte en el que deslumbró a todo el mundo. No fue el primer español, ni mucho menos, en llegar a la cúspide de la pirámide del automovilismo, pero sí el que más lejos lo hizo.

Dos Mundiales, 32 victorias, 97 podios, 22 poles... Sus números son solo parte de una leyenda que se empezó a forjar desde muy joven, entre viajes a Italia para correr en el karting subido al destartalado coche de su padre, José Antonio. Desde pequeño, se le veía esa aura especial. El kart con el que empezó en los circuitos ni siquiera era suyo, sino de su hermana. Pero fue probarlo... y no se bajó.

Su paso por las categorías inferiores fue fulgurante. A finales de los noventa, cuando Marc Gené y Pedro de la Rosa se colaron en las televisiones de los españoles que se animaban a ver la Fórmula 1 (aunque fuera por la RTL alemana por satélite), el nombre del chaval de 16 años que estaba llegando por detrás en la F-Nissan primero y en la F3000 después ya empezaba a meter miedo. Aquella victoria en Spa en lo que hoy sería la F2 le abrió las puertas del cielo.

Adrián Campos fue su primer mentor, el hombre que le llevó al Gran Circo de la mano de Giancarlo Minardi. Pero pronto le llamó Flavio Briatore, a sabiendas de que había encontrado posiblemente al mayor diamante que había pisado el paddock desde el mismísimo Michael Schumacher. No le falló el ojo al magnate italiano, que postergó su jubilación (al final le acabaron jubilando) para llevar a lo más alto al asturiano.

Sus años de gloria en 2005 y 2006 le llevaron a McLaren, su sueño. Ahí donde el más grande de todos los tiempos, al menos para él, Ayrton Senna, había consagrado su leyenda, Alonso llegó con la vitola de bicampeón y un halo de poder ser el heredero natural del propio Schumacher. Sin embargo, los tiempos en la Fórmula 1 empezaban a cambiar. Al veterano campeón le subieron a un jovencísimo Lewis Hamilton que, a diferencia de hoy en día, era un chavalín que no salía de detrás de su padre, Anthony, y de su padrino deportivo, Ron Dennis.

Lo que ocurrió aquel año es bien conocido: peleas internas entre los piloos, los mecánicos totalmente separados... y un caso de espionaje entre McLaren y Ferrari, que acabó con una multa de 1.000 millones para los británicos y la salida del piloto español en dirección de vuelta a una Renault que no era lo que fue.

Las oportunidades perdidas

A toro pasado se puede decir que Fernando Alonso eligió mal a partir de ese momento. Nadie esperaba que irse a McLaren en 2007 supusiera un infierno personal (que no deportivo) como al final fue. Pero rechazar las llamadas de Red Bull en 2008 y de Brawn (hoy Mercedes) en 2009 fueron claramente dos errores que marcaron su trayectoria posterior.

Pero había recibido una llamada de Maranello. Y cuando Ferrari te llama, nadie osa colgar. Al menos no en ese momento. Y no fue una mala decisión: Alonso rozó dos nuevos mundiales en 2010 y 2012, años en los que llegó a la última carrera con opciones. Especialmente doloroso fue el primero, cuando desde el muro cometieron una de las mayores pifias estratégicas que se recuerdan en la Fórmula 1. Desde ese momento, el ambiente se enquistó de tal manera que ahora hablar de Alonso en la Via Abetone de la pequeña localidad cercana a Módena es prácticamente mentar al Anticristo.

La vuelta a McLaren no salió bien tampoco. Con el acuerdo con Honda bajo el brazo, todo parecía que iba a salir bien, pero ni mucho menos fue así: los peores años de su vida en lo deportivo, exceptuando el debut con Minardi, se han producido en esta segunda etapa en Woking. Normal que en cuanto le llamaron de la Indy y de Le Mans aceptara la llamada, especialmente en este último caso, ya que Toyota sí le da armas para dominar como antaño.

Hay una cierta corriente que apunta a que si Alonso hubiera estado más acertado en sus decisiones a la hora de fichar, quizá llevaría ocho mundiales: los dos de Renault, el de McLaren de 2007, el de Brawn de 2009, los dos que perdió en Ferrari, o los que podría haber conquistado en Red Bull, que finalmente se fueron para su último rival por ser campeón, Sebastian Vettel.

Pura ficción... de la que Alonso posiblemente estará muy orgulloso. No en vano, la huella que deja en la Fórmula 1 no quedará empañada por sus malas (a posteriori) decisiones, sino por la profunda marca que ha dejado en compañeros y rivales en casi dos décadas en la competición.

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