Razones para amar y para odiar al Bayern a un día de la final de Champions en su casa

  • El argumento habitual es la capacidad económica que le permite mejorar el equipo a punta de talonario y quitando jugadores al rival.
  • Los éxitos de los setenta atrajeron patrocinadores y le han dado una posición única en el fútbol alemán, facturando 300 millones de euros al año.
Los jugadores del Bayern celebran el gol ante el Real Madrid en el Bernabéu.
Los jugadores del Bayern celebran el gol ante el Real Madrid en el Bernabéu.
EFE
Los jugadores del Bayern celebran el gol ante el Real Madrid en el Bernabéu.

El Bayern es uno de esos equipos que despierta amores y odios y para ambos sentimientos hay un buen número de razones y sin razones. Sin embargo muchos, incluso entre sus detractores en ataques de sobriedad, tienden a ver como más fuertes los motivos que haya para amar al Bayern.

"Uno sOlo puede atacar al Bayern si recurre a argumentos arbitrarios. Si uno se atiene a la objetividad, la cosa se pone difícil", dijo en una ocasión el líder del grupo de rock "Die tote Hosen", Campino, quien además es hincha y mecenas del Fortuna Düsseldorf y, como tal, odia al Bayern.

El escritor bávaro Albert Ostermeier, que ama al Bayern, acaba de publicar un ensayo en el especial sobre la final del Süddeutsche Zeitung, en el que, partiendo de la frase de Campino, procura desmontar las razones que algunos aducen para odiar al Bayern.

El argumento más habitual apunta a la capacidad económica del Bayern que le permite mejorar el equipo a punta de talonario cuando se lo propone y, según sus detractores, debilitar a sus rivales quitándoles uno u otro jugador.

El Bayern tiene dinero pero, dice Ostermeier, no pertenece a ningún jeque, aunque su balance parezca sacado de un cuento de las mil y una noches, ni a un consorcio ruso ni a un oligarca ni a un multimillonario. "Todavía tiene más alma que la mayoría de los otros clubes", agrega el escritor bávaro.

De hecho, el Bayern no empezó como un club rico -ni se ha hecho rico con la aparición de algún mecenas- sino empezó a crear su riqueza en los años setenta, a punta de éxitos deportivos que atrajeron patrocinadores y le han dado una posición única en el fútbol alemán. "La riqueza del Bayern es hecha en casa", sentencia Ostermeier.

Hace poco, el presidente del club, Uli Hoeness, dijo algo parecido al afirmar que si el Bayern a veces podía mostrarse agresivo en el mercado de fichajes era por su propios méritos. "El dinero nos lo hemos ganado y no nos lo ha regalado ningín tío rico", dijo Hoeness en una tertulia de la plataforma digital Sky.

Hoennes encarna buena parte de las razones que existen para amar u odiar al Bayern, siendo algo así como alma y rostro del club. Casi todo el mundo le admira, por su eficacia y su excelente gestión basada en la idea en que, mientras hay clubes que cuando quieren fichar a alguien van al departamento de crédito de los bancos, el Bayern solo paga fichajes que pueda pagar con la cuenta corriente.

Muchos lo odian por su arrogancia ante los rivales y ante los medios. Y otros -empezando por la mayoría de jugadores que han pasado por el Bayern- lo adoran por un rostro que suele mostrar solo en privado pero que se puede adivinar en muchas de las cosas que ha hecho como dirigente.

El éxito de los setenta, clave en la historia

El Bayern, y Hoeness ha contribuido a ello, es hoy un consorcio con una facturación de más de 300 millones de euros al año. Pero Hoeness suele insistir en que el Bayern es también una familia y su comportamiento tiene mucho de líder de un clan que se preocupa por los suyos hasta el extremo.

De los héroes de las tres Copas de Europa de los años de setenta hay -además de los inevitables Franz Beckenbauer y Paul Breitner- dos nombres inolvidables: Gerhard Müller y Georg Schwarzenbeck.

Schwarzenbeck, autor del gol del empate agónico contra el Atletico de Madrid que forzó el segundo partido en el que Hoeness marcó sus dos goles, tiene hoy una papelería. Su principal cliente es, por decisión de Hoeness, el Bayern Múnich.

Müller, tras sus éxitos como su jugador, cayó en el alcoholismo del que nunca hubiera salido si no hubiera sido por la intervención de Hoeness y Beckenbauer que se ocuparon de su rehabilitación. Hoy Müller es entrenador en las inferiores del club.

De aquel equipo de los años setenta, todos eran bávaros y varios tienen una función relacionada con el club. A la cabeza están Beckenbauer, como presidente de honor, Hoeness, como presidente, y Karl-Heinz Rummenigge, presidente del Consejo Directivo. Y el Bayern tiene una canción que dice que a los buenos amigos nadie los puede separar.

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