El Barcelona saltó al césped del Benito Villamarín con la cabeza en Anfield. Nada en el deporte pesa más que la mentalidad y el equipo de Ernesto Valverde tenía que volver a competir. El primer tiempo pareció estar en el córner de Liverpool, que acabó con el gol de Origi. El Barça fue un equipo romo, timorato, sin ideas, sin profundidad, jugando como un limpiaparabrisas, sin velocidad y sin amplitud.
Valverde, entendiendo el tamaño de la cornada, con el 2-0 en el marcador, metió, tras el descanso, en el campo a Arturo Vidal y a Malcom, que le dieron dos atributos vitales para intentar asustar: competitividad y profundidad. El equipo azulgrana fue otra cosa en el segundo tiempo, encontró el área, tuvo ocasiones, un poste de Messi, un remate de Vidal, metió al Valencia en su área y solo claudicó hasta la ocasión de Guedes, increíble su fallo.
Se impuso la ilusión valencianista y Valverde queda muy tocado. Esta temporada ya es objetivamente peor que la anterior. El Barça ha ganado con solvencia el título de Liga, pero la manera de caer en Liverpool y esta derrota copera le hacen mucho daño. Los resultados eran la tabla sobre la que apoyar su continuidad, porque estaba siendo cuestionado su renuncia al estilo.
Puede que el apoyo explícito del presidente Bartomeu y, sobre todo, de Leo Messi antes del partido, calificando de impresionante el trabajo de su entrenador, le den para sostenenerlo, pero el técnico sale malparado de esta derrota. Piqué también siguió la misma línea tras el partido: "La decisión no es nuestra, pero queremos que siga." El ruido va a ser mucho.
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