Adiós, Conchita, adiós

Dios mío, qué carácter. La última vez que hablé con ella, bueno eso es un decir, fue como arrancarme una muela sin anestesia. La primera frase, sapos y culebras.
La segunda, reafirmación de su mala educación. Y la tercera, adiós y no me vuelvas a llamar nunca más, y, además, no se quién te ha dado mi teléfono. Y eso que era media tarde y no había torneo a la vista. Ahora anuncia que se va y que lo que han hecho ella y Arantxa ha sido irrepetible. No se por qué mete a Arantxa en eso. Nada tienen que ver. Absolutamente nada. Ella, o sea Conchita Martínez, y no lo digo yo, reunía muchas más condiciones para triunfar. Tenía más técnica. Mejor saque. Más talento. Más altura, y podía haber llegado mucho más lejos que la Sánchez Vicario. Pero Conchita era una haragana de tomo y lomo. Una auténtica pasota que sufría con el tenis en vez de disfrutar, como lo hacía Arantxa en cada partido. Ante las rivales, era incapaz de exhibir esa mala leche que siempre desplegó ante los chicos de la prensa.
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