OPINIÓN

El factor humano

Documental sobre el gran maestro danés Magnus Carlsen, que lleva desde los 13 años batiendo récords en su deporte.
Imagen del documental sobre el gran maestro danés Magnus Carlsen, que lleva desde los 13 años batiendo récords en su deporte.
ARCHIVO/CEDIDA
Documental sobre el gran maestro danés Magnus Carlsen, que lleva desde los 13 años batiendo récords en su deporte.

Mientras el mundo —el mundo que merece respeto— se sobrecoge ante la valiente revuelta de las mujeres iraníes contra el régimen que las oprime —bravo por ellas—, mientras jóvenes rusos en edad militar huyen de su país para no ser la carne de cañón de un genocida —bravo también por ellos—, en otro campo de batalla mucho menos violento y mucho más divertido se produce asimismo un terremoto.

Durante un torneo en San Luis, Estados Unidos, el norteamericano Hans Niemann, un joven lenguaraz de 19 años de pelo revuelto y mirada turbia, gana con negras al imbatible genio del ajedrez y campeón mundial, el noruego Magnus Carlsen (madridista confeso, por cierto). Teniendo en cuenta la diferencia de nivel —y la apabullante superioridad de Carlsen en unas partidas de playa tan solo un mes antes—, la sorpresa resultaba sospechosa, más si se tiene en cuenta que Niemann es un reputado tramposo del ajedrez online. (Lo han pillado dos veces, lo cual no quiere decir que solo haya hecho trampas dos veces).

Carlsen se retiró del torneo tras insinuar fraude con la publicación en twitter de un vídeo de Mourinho —"si hablo va a ser peor", decía el portugués—, y luego se ha negado a jugar con Niemann en otra competición (se dejó vencer en el segundo movimiento).

 Como creo en Carlsen —por mi doble condición de aficionado al ajedrez y al fútbol—, busqué fotos y vídeos de la polémica partida de San Luis para encontrar signos de la comunicación de Niemann con el exterior. Enseguida sospeché de su pelambrera, capaz de albergar ocultos sensores a través de los cuales el chaval recibiría instrucciones de su hipotético compinche. Pero Elon Musk, el primer tecnólogo del orbe y lector orgulloso del aragonés Baltasar Gracián, fue más audaz en sus elucubraciones —y quizás más imprudente, pese a sus lecturas— y aseguró que Niemann podría haber recibido directrices por vía anal, mediante morse.

Si es así, Niemann seguirá ganando partidas de alto nivel porque su método es indetectable, pero se arriesga a un ataque de disentería, que ha sido históricamente la enfermedad de los soldados.

Me pregunto si Elon Musk ha probado el sistema, si sabe de lo que habla, o solo estaba contando un chiste por su red social favorita. Quizás, el secreto de su éxito radique allí, en el lugar sospechoso que él señala, por donde habría recibido instrucciones en negociaciones clave para su exitosa vida laboral.

Atrás quedaron los tiempos en que los hombres podían competir y vencer a las máquinas en ajedrez (recordemos Kasparov versus Deep Blue). Hoy día, la descomunal capacidad de cálculo de los ordenadores nos sitúa en los mundos inquietantes que imaginó Isaac Asimov —el más realista de los escritores del siglo XX— y los robots imponen su poderío con apenas un segundo de análisis. Quien tiene la máquina de su parte, así se enfrente a un madridista que nunca pierde, vence (pensemos también en el VAR).

Los análisis de la polémica partida —mayormente estadísticos— no terminan de dar la razón a Carlsen ni a Niemann, pero los tramposos saben compaginar movimientos perfectos con movimientos humanos para enmascarar el dopaje tecnológico. Cuando el noruego acusa a Niemann de trampas, lo hace porque no vio a Niemann descomponerse ni sufrir durante su partida, no porque escuchara las señales morse bajo el trasero de su intrépido contrincante.

Fue el factor humano lo que puso en alerta a Carlsen, su percepción emocional, su instinto, eso que no pueden reproducir —aún— los cerebros electrónicos.

El factor humano en esta época hipertecnologizada sigue siendo crucial para todos nosotros: en el ajedrez, en Irán, en Rusia…

Sin ánimo de comparar al gran Carlsen con el pequeño Putin, hay cierto paralelismo en sus quejas. Putin, rodeado de faxes de los años 90, acusó a Ucrania de hacer trampas en la guerra. Evidentemente, la enorme capacidad de resistencia que están demostrando los ucranios no es solo consecuencia de su probada fiereza en el campo de batalla —les va la libertad en ello—, sino también de que las mejores máquinas están de su lado. Mientras Putin envía faxes a sus generales, la inteligencia militar de Estados Unidos informa desde el cielo al ejército de Zelenski (con satélites) de dónde se halla el enemigo, y en tierra sus misiles pensantes persiguen a los carros de combate rusos hasta la aniquilación.

Con sus últimas amenazas bélicas —la bomba nuclear—, Putin sugiere la posibilidad de levantarse de la mesa y tirar el tablero por los aires si Occidente no le deja ganar la partida (matar forma parte de un juego para Vladimir: le gustan, históricamente, el veneno y las bombas).

Algunos analistas norteamericanos se toman tan en serio la rabieta del dictador ruso que dan por hecha una explosión nuclear en UcraniaNo puedo imaginar pesadilla mayor. Esperemos que, si Putin pulsa el botón, el botón no pueda enviar la señal destructiva porque una mano salvadora haya sabido inutilizarlo a tiempo.

El factor humano en esta época hipertecnologizada sigue siendo crucial para todos nosotros: en el ajedrez, en Irán, en Rusia… Pues todo empieza y termina en lo mismo: la confianza en el prójimo, que es al final quien te salva. O sea, que tal vez debamos confiar en la inocencia de Niemann por nuestro propio bien, por nuestra propia esperanza, y salvo que se demuestre lo contrario.

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