CARLOS G.MIRANDA. ESCRITOR
OPINIÓN

Lo que pasa cuando sigues el horario europeo

Carlos G. Miranda, colaborador de 20minutos.
Carlos G. Miranda, colaborador de 20minutos.
JORGE PARÍS
Carlos G. Miranda, colaborador de 20minutos.

El 82,3% de los españoles quiere una jornada laboral más europea, según el barómetro ‘Ulises’, de 20 minutos, que ha investigado el huso horario y nuestro modo de vida. A pesar de la cantidad de adeptos a la idea de entrar y salir antes del trabajo, las empresas, acostumbradas a alargar la jornada hasta casi la hora de la cena, no parecen animarse al cambio. Como soy autónomo y trabajo sin tener que fichar, he podido adelantarme a la posibilidad futura de aprovechar más el día probando el horario laboral europeo, en plan experimento. Os adelanto que tenía pensado hacerlo durante una semana y no pasé del miércoles.

El primer problema me lo encontré al madrugar el lunes. Para ser europeo, hay que arrancar cerca de las 6:30, pero mi alarma salta, por costumbre, un hora y pico más tarde. Además, la noche anterior tuve una cena que acabó bien pasadas las doce, así que no conseguí salir de la cama hasta que sonó el cuarto despertador (mi habitación parecía una relojería). Lo bueno es que soy de los que se pega un duchazo y está listo, aunque también soy de los que se olvida de comprar café, así que tuve que desayunar fuera. Vivo en Malasaña y allí son más los bares que cierran a esa hora que los que abren, con lo que se me fue un rato en encontrar uno en el que tomarme un café con porras. Tampoco mejoró la cosa cuando me metí en el metro que ya era una lata de sardinas. Quizá la gente sí que entra pronto a trabajar, aunque sale tarde igualmente. En muchas empresas existe la norma no escrita de que hay que calentar un rato la silla después de que suene la campana, no vayas a salir corriendo y tus jefes se piensen que tu vida personal está por encima de tu trabajo…

A las ocho estaba en la puerta del coworking que comparto con un colega ilustrador, que no pude abrir porque él tenía las llaves y me olvidé de avisarle de que llegaría antes. Mi compañero siempre dice que le gustaría estar con los lápices más temprano, pero tiene un hijo al que no puede llevar al colegio antes de las nueve, a no ser que pague un extra. Total, que me tocó empezar la jornada sentado en el escalón del portal con el ordenador en las rodillas. Para las nueve y algo, ya estaba dentro del despacho y tenía la docena de mails del día enviados, aunque solo me llegó una respuesta en toda la mañana. Fue al mediodía, cuando yo había salido a comer como si fuera alemán. Tiré de sándwich porque aún no habían empezado a servir menús en los restaurantes de la zona. Podría haberme ido a casa para evitar el atracón de la posterior cena, pero entonces habría pasado de la hora (o menos) que dura la comida europea. Ya se sabe que, aquí, entre las 14 y las 16 se para todo.

A las cinco seguía sin contestación de la mitad de los mails, pero dejé de teclear y me encontré con una tarde libre en el horizonte. Tuve tiempo de ir a buscar a mi sobrino al colegio (a su madre le tocaba quedarse hasta tarde en el trabajo), salir a correr, poner una lavadora e ir al mercado. Adelanté la cena a las ocho y cambié la tele por Netflix porque aquí el prime time generalista (series, programas y películas) empieza dos horas más tarde. También tuve que rechazar la invitación tardía de unos amigos a un concierto con horario poco europeo para poder cumplir con mi plan de meterme en la cama a las diez y media. Antes de apagar la luz, cometí el error de consultar el mail en el móvil en el que me encontré con todas las contestaciones que me faltaron durante mi jornada. Todo eran cosas para ya. Total, que me fui a dormir a la una de la madrugada.

El martes no conseguí salir de la cama hasta las ocho y tuve una comida de trabajo en la que nos dieron las cinco con el café. Terminé la jornada con el tiempo justo para comprarme la cena en el Carrefour Express, en donde los precios se alargan casi tanto como los horarios. El miércoles estaba oficialmente roto, así que decidí silenciar las alarmas que saltaban al amanecer y volver a abrazar a España, ese país que está en Europa, pero va a su ritmo. Para bien y para mal.

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