'Sandman': Netflix se lanza en brazos de Morfeo adaptando el cómic de Neil Gaiman

El tebeo más influyente de su generación llega a la pantalla el 5 de agosto tras 30 años de intentonas. 
El cómic 'Sandman' (izda.) y Tom Sturridge en la serie (dcha.).
El cómic 'Sandman' (izda.) y Tom Sturridge en la serie (dcha.).
El cómic 'Sandman' (izda.) y Tom Sturridge en la serie (dcha.).

Según las crónicas, en la DC de principios de los 90 bastaba con darle una patada a una silla para que apareciera un guionista británico con ganas de ser el nuevo Alan Moore. Bajo el amparo de la formidable editora Karen Berger, aquella quinta (apodada ‘generación Vertigo’, por el subsello que la acogería a partir de 1993) estaba llena de personalidades memorables y dispuestas a romper tabúes, pero solo uno de sus miembros había sido señalado por el autor de Watchmen como su discípulo amado.

Y eso que el susodicho, Neil Gaiman de nombre, no tenía aspecto de macarra trasegador de pintas, como Garth Ennis (The Boys) o de politoxicómano con los sesos refritos (Grant Morrison, ¿estás ahí?), sino más bien de joven sensible que escuchaba a The Cure en la intimidad de su celda. Para colmo, ni siquiera había hecho la mili en la revista 2000 AD, como mandaban los cánones, sino que ejerció como periodistucho musical hasta que el propio Moore le dio la alternativa.

A pesar de todo ello, nadie hubiera osado negar que de no ser por Sandman, la colección que puso a Gaiman en el mapa allá por 1989, aquel cambio tectónico (tanto para los creadores como para el fandom) nunca habría llegado a producirse.

Explicar qué hacía a Sandman tan especial es algo que resulta difícil todavía hoy. Pero más vale que los responsables de la adaptación de Netflix (entre ellos, David Goyer –El caballero oscuro– y un Gaiman que, además de supervisar el conjunto, firma el guion de un episodio) lo tengan claro, porque, si el show decepciona, resultará un triste epílogo a tres décadas de proyectos nonatos.

Adaptar el cómic, en forma de película o de serie, ha sido una quimera para autores tan dispares como Terry Gilliam (la opción preferida por el autor en su día), Roger Avary, James Mangold o un Joseph Gordon-Levitt que aspiró, no solo a convertirlo en filme, sino también a vestirse de luto como su personaje principal, Sueño de los Eternos (Morfeo para los amigos, si los tuviera). Pero, en 2016, esto último también se fue al traste.

Un puñado de polvo

En su momento, millones de fans habrían (habríamos) declarado que Sandman era ‘diferente’. No solo por transcurrir al margen del Universo DC, cameos aparte, sino también por su erudición rayana en lo repipi, sus referencias al rock ‘alternativo’ (en especial el postpunk, de Joy Division a Siouxsie and the Banshees), la  abundancia de personajes femeninos y LGTB, las tramas que compaginaban el drama con el terror y, sobre todo, su empeño en hacernos seguir a un protagonista muy cuestionable.

Según hemos visto en los tráilers, la serie compartirá su incidente desencadenante con el tebeo: a resultas de una cagada del pérfido hechicero Roderick Burgess (Charles Dance), Sueño (Tom Sturridge, clavadito al personaje de papel) se verá retirado de la circulación entre 1916 y la actualidad. Algo que dejará al mundo en muy mal estado, porque, si el ser que supervisa nuestras vidas inconscientes no está ahí para hacer su trabajo, las catástrofes son esperables.

Una vez libre de su cautiverio, el protagonista luchará para restaurar su reino onírico y vengarse de sus enemigos, mientras nosotros apreciamos que se trata de un sujeto cruel y egocéntrico cuyo modelo bien podría ser ese “rey de un país lluvioso” del poema de Baudelaire.

Pero, si Sueño es una joyita, los personajes que le rodean están a la par: entre sus súbditos, leales o en rebeldía, se hayan criaturas como el Corintio (Boyd Hollbrook), una pesadilla fugitiva cuyo plato favorito son los ojos de chicos guapos. Asimismo, en la agenda del protagonista figuran nombres como el del mismísimo Lucifer (Gwendoline Christie). Y, entre su familia… bueno, esos se merecen una mención aparte.

Hermana Muerte (con mayúscula)

Ya lo dice Matthew (el sufrido cuervo, con la voz en VO de Patton Oswalt, que ejerce como esbirro de Sueño): en las reuniones familiares de los Eternos, los silencios incómodos son las partes buenas. Los clanes formados por encarnaciones de conceptos abstractos, es lo que tienen, y no hay más que fijarse en Desespero (Donna Preston) y su afición a automutilarse, o en su gemelo Deseo (Mason Alexander Park), un mentiroso patológico con el corazón de una escolopendra, para constatarlo.

Menos mal que Muerte (Kirby Howell-Baptiste) está ahí para aportar algo de buen humor al conjunto, algo que ya la convirtió en favorita de los lectores: miles de camisetas (negras, claro) con la leyenda “¿Qué pensarías de la vida si Muerte fuese tu hermana mayor?” lo atestiguaron en los 90.

Y aquí, en las opciones de su reparto, es donde Sandman nos recuerda que la cerrilidad de ciertos aficionados no tiene enmienda. Porque el hecho de que Howell-Baptiste sea afrobritánica, o Park de género no binario, provocaron una inundación de insultos en redes sociales, sin importar que el género de Deseo fuese fluido en los cómics o que resulte superfluo especular sobre la etnia de alguien destinado, en sus palabras, a bajar la persiana y limpiar las mesas cuando el universo estire la pata.

Ítem más con la metamorfosis de Lucien (el bibliotecario que custodia todas las novelas nunca escritas, incluyendo la tuya) en Lucienne (Vivienne Acheampong), entre otras decisiones.

Mirándolo por el lado bueno, tanta pataleta dio ocasión de presenciar varios enormes zascas en el Twitter del escritor. Sin ir más lejos, a un cenutrio que le acusaba de “no importarle una mierda” su obra, Gaiman le espetó: “La obra me importa muchas mierdas: me he pasado 30 años impidiendo que se hagan malas películas. Los que no me importan una mierda son aquellos que no han leído Sandman y se quejan por un Deseo no binario o porque Muerte no es lo bastante blanca”.

Y, cuando otro sujeto le echó en cara la elección de Christie como Lucifer, replicó: “No tengo problema alguno en que un personaje sin género y sin pene recaiga en una actriz fabulosa que, afortunadamente, tampoco tiene pene”. Tracatrá.

Si esto constata algo es que, durante sus largos años en el candelero (primero como autor de cómics y ahora como galardonado novelista), Gaiman ha demostrado que tras su imagen de señor amable y culto late un ego como un piano. Algo que, televisivamente hablando, ha jugado muchas veces en su contra. 

Expulsando a Bryan Fuller de American Gods, Gaiman hizo que el show cayese en barrena, mientras que Good Omens se resintió de una excesiva verborrea pese a las interpretaciones de David Tennant y Michael Sheen. Habrá que ver si la influencia del autor resulta un lastre para Sandman, o si sus diez volúmenes logran triunfar en el audiovisual tras haber hecho historia de las viñetas. Incluso los sueños más dulces se transforman a menudo en pesadillas, y Morfeo sabe esto mejor que nadie.

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