'Locomía', de encandilar a Freddie Mercury a caer en el olvido

Locomía
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Anarquía, éxito, puñaladas traperas, celos, avaricia y olvido. La historia de Locomía, uno de los grupos más emblemáticos de los años noventa, y de una época que marcó la historia de España, daría realmente para un buen culebrón venezolano. De momento, sin embargo, será contada en una serie documental producida por Boxfish y que Movistar Plus+ estrena este 22 de junio. “[Fue concebida] Con la idea de explicar cómo colaboraron a cambiar nuestro país con su música, sus coreografías, su estilismo y sus abanicos en una época en la que España luchaba por progresar y abrirse al exterior”, comentó el director del proyecto, Jorge Laplace.

A lo largo de tres capítulos, Locomía recorre la historia del grupo desde el momento en que su creador, Xavier Font, abandonó Barcelona y se instaló en Ibiza, a mediados de los ochenta, dispuesto a crear una tribu urbana. El muchacho compartía entonces casa con su hermano Luis, su novio Gard Passchier (un divertido holandés al que conoció en la isla) y su amante Manuel Arjona (un adolescente gay procedente de una familia conservadora). Los cuatro pasaban el rato diseñando los extravagantes ropajes que se ponían y bailando en el KU Club, meca del hedonismo patrio de los ochenta. Hasta que un día, los dueños de aquel local les contrataron para bailar sobre su enorme escenario y entretener a su público asiduo.

Freddie Mercury, fan de Locomía

El carisma de la troupe encandiló a celebridades como Freddie Mercury, quien llegó a presentarse en la tienda de ropa que Font abrió en la zona y le compró un par de trajes. Pero su éxito comenzó a despertar demasiados celos, odios y envidias en la isla balear, hasta el punto de que, una noche, la comuna en la que vivían todos juntos fue quemada intencionalmente. Eso, unido al hecho de que Manuel empezó a tener problemas con las drogas y que la formación sufrió algún cambio (Carlos Armas sustituyó a Gard tras comenzar un romance con Font), llevó a que los locomías optaran por abandonar Ibiza varios veranos después.

Por aquellos días, entró en escena el ejecutivo discográfico José Luis Gil, que se enamoró del desparpajo del grupo tras verle actuar una noche. "Poco a poco", confesó en su libro Réquiem por la música, los artistas y la industria, "todo el mundo que estaba bailando se fue parando y comenzó a formarse un enorme corro para admirar a estos jóvenes juglares que con profusión de brocados, terciopelos y con grandes hombreras, que daban un aspecto cubista a las proporciones de sus cuerpos completamente fuera de época y estación, estaban dejando boquiabiertos a los más modernos del mundo".

El que fuera presidente de Hispavox (que ya había trabajado con gente como Miguel Bosé o Rafaella Carrá) habló con ellos y les ofreció formar una boy band de música para bailar. “La música hace que Locomía deje de ser una anécdota ibicenca de temporada para convertirse en un grupo de éxito internacional”, comenta orgulloso Gil en el primer capítulo. Acto seguido, se llevó a los chicos a Madrid y los puso a dar clases de baile. Tras inculcarles algo de disciplina, fichó al productor Pedro Vidal (descubridor de la ruta del bacalao), incorporó al grupo a Juan Antonio Fuentes (en sustitución de Luis Font), y lanzó el que sería el primer disco de Locomía, Taiyo (1989), repleto de temas pegadizos que lo petaron en un país que, a finales de los ochenta y principios de los noventa, luchaba por cambiar, por modernizarse y por abrirse más al resto del mundo.

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Los locomías no escatimaban entonces en maquillaje, zapatos en punta y abanicos y hombreras XXL. El público gay los adoraba, aunque ellos, sabedores de que la inmensa parte de sus devotos eran mujeres, decidieron (o más bien fueron obligados a) ser ambiguos al hablar de su sexualidad en las entrevistas. "La ambigüedad es comercial. La definición del sexo, en un proyecto musical, limita el público al que tú te vas a dirigir. Lo excluyes antes de haberte escuchado”, señala en el segundo episodio el que fuera su productor y mánager musical. “Hubo una gran coletilla, que era: pierdes más aceite que la furgoneta de Locomía. No era propio de un país que se creía moderno”, explica igualmente el actor Antonio Albella, que también llegaría a formar parte de la troupe.

“En Argentina, México y Chile, sobre todo, el fenómeno fan era muy heavy”, cuenta a CINEMANÍA Carlos Armas, que se convirtió en el sex symbol del grupo. “Llegamos a pasar bastante miedo. Recuerdo que una vez, en Córdoba (Argentina), había muchísima gente a la salida del hotel, y a la furgoneta en la que íbamos le empezó a salir humo del motor. Como no conseguía arrancar, tuvimos que bajarnos de ella, y ahí pensamos: ‘O salimos quemados, o salimos devorados’, porque todo el mundo quería tener algo de ti y la gente no controla”.

El principio del fin

Todo parecía ir bien para Locomía. Pero las constantes peleas entre Xavier Font y Carlos Armas (que más de una vez llegaron a agredirse físicamente), y las diferencias insalvables entre el fundador del grupo y su representante llevó a que el catalán saliera del grupo (aunque mantuvo la marca y continuó recibiendo un sueldo). Como the show must go on, Locomía (al que en esa época se incorporó Francesc Picas) grabó su segundo disco, Loco Vox (1991), donde los chicos presentaban temas más comerciales y una estética que se alejaba de la transgresión. Fue entonces cuando Gil recibió una oferta para que el grupo iniciara la conquista del mercado estadounidense.

El último capítulo del documental, titulado Adiós, abanico, adiós, revela cómo el fundador de Locomía, que entonces vivía en Miami, sentía que había perdido el control de todo lo que pasaba en el grupo y tenía bastantes ganas de revancha ante el mánager. Ese sentimiento le llevó a convencer a los locomías para que rompieran el contrato con Gil. “Xavier nos informó de que, a través de Sony, se había enterado de que Gil nos estaba robando”, explica Armas. “Nosotros ya estábamos también quemados por una situación donde José Luis no nos dejaba hacer nada. Ahí se fraguó una traición de la que nosotros tampoco medimos las consecuencias. En el punto más alto de nuestra carrera, cuando estábamos a punto de grabar en inglés, se frustró todo”.

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Con un comunicado por telefax, Locomía informó desde Miami que se desvinculaba de la compañía y sus compromisos. Como Gil tenía aún que responder a su compromiso con la discográfica, decidió reclutar a varios chicos nuevos y grabó con ellos el que sería el último disco oficial de Locomía, Party Time (1993). “Gil cogió para el grupo a unos personajes”, afirma Armas. “Uno de ellos había sido maquillador nuestro, otro era un hermano de Xavier Font y otro era un muchacho llamado Antonio Albella, que era amigo de José Luis y aparece en el primer vídeo que grabamos en Ibiza. Mientras tanto, el grupo original estaba luchando por seguir adelante. No sé por qué se prestaron esos personajes a sustituir a otras personas que ya estaban en pleno éxito. De hecho, es algo que pagaron”.

Party Time apenas tuvo repercusión comercial. Los acérrimos seguidores del grupo original veían a los nuevos locomías como una panda de impostores, así que los integrantes de aquella improvisada formación pusieron rápidamente fin a su carrera musical. A partir de ahí, hubo broncas, intentos fallidos de recomponer la banda y algún que otro pleito. De hecho, Gil presentó una demanda contra Font por la propiedad de la marca Locomía, aunque acabó perdiéndola (hoy día, el primero posee los derechos de las canciones, mientras que el segundo tiene el nombre del grupo).

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“Si Locomía estuviese hoy en día, tendría tantos Grammy como Daddy Yankee”, afirma sin dudarlo Font, que tampoco oculta su deseo de participar algún año en Eurovisión, y de encontrar a cuatro chicos jóvenes dispuestos a tomar el relevo de la formación musical que él puso en pie. ¿Tendría futuro un proyecto así? “No lo sé”, apunta Armas. “Tendría que haber una evolución, y no sé cuál sería una evolución, porque hablamos de algo que ya está muerto. Tendrían que renacer, ¿y cómo tendrían que hacerlo? Nosotros no nacimos de un casting. Lo nuestro surgió de forma natural, de un grupo de amigos que se juntó y creó Locomía con sus pequeñas aportaciones. Ojalá le salga bien [a Font], pero yo no lo creo. No hay una fórmula mágica para conseguir el éxito. Si existiese, todo el mundo triunfaría”.

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