'El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro': 'Ratas de cementerio', un Vincenzo Natali que juega a ser Roger Corman

El segundo capítulo de la serie adapta el clásico relato de terror macabro de Henry Kuttner. 
David Hewlett en 'Ratas de cementerio'.
David Hewlett en 'Ratas de cementerio'.
Netflix
David Hewlett en 'Ratas de cementerio'.

Las ratas del cementerio, el relato con el que Henry Kuttner debutó en el mundillo del terror pulp allá por 1936, ha ayudado a iniciar en el género a multitud de lectores. No solo porque su vinculación (lejana) con el universo de H. P. Lovecraft haya impulsado su publicación en antologías de horror primigenio, sino también porque se lee en un suspiro: una traducción al castellano no se extenderá más allá de las seis o siete páginas, siendo generosos. 

En el segundo capítulo de El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro, Vincenzo Natali asume la tarea de convertir este pildorazo de espanto en un filme de algo menos de una hora. Y, ante el requisito de expandirlo para que su breve historia (brevísima, en realidad) se ajuste a los requisitos del formato, el canadiense opta por una fórmula similar a la de Roger Corman en sus adaptaciones de Edgar Allan Poe: olvidarse de sutilezas y potenciar su lado grotesco. 

¿Le sale bien la maniobra al director de Cube? Pues sí, en parte porque controla de sobras el medio televisivo (desde 2013, ha trabajado casi exclusivamente para la pequeña pantalla), en parte por la buena interpretación de David Hewlett como protagonista, y en parte porque la historia le permite sacarle partido a un talento para el cachondeo macabro que, si bien ya podía notarse en muchos de sus filmes, aquí se pone en primer plano. 

En su versión literaria, Ratas de cementerio va rápidamente al lío: superada la tarea de presentarnos a su protagonista (un vigilante nocturno que se saca un sobresueldo saqueando las tumbas del camposanto donde trabaja), nos hace acompañarle en un viaje al subsuelo donde habitan esos roedores hacia los que siente una rivalidad encarnizada, y donde podría aguardar algo más allá de este mundo.

Por lo demás, el cuento describe lo justo, explica lo mínimo y concentra todos sus esfuerzos en encerrarnos en un panorama de tierra reseca, oscuridad y picor. Kuttner fue un autor extremadamente prolífico que escribía para ganarse el pan, y eso le volvía invulnerable a las florituras. 

La versión audiovisual del relato respeta su premisa, pero, a la hora de darle forma, se divide en dos partes bien diferenciadas. La primera se centra en darle relieve a Masson, el personaje de Hewlett, dotándole de  rasgos como la codicia, la cara dura y el deseo de salir de pobre. Director y actor componen un protagonista al que no tenemos problemas para despreciar, pero cuya humanidad también despierta la empatía necesaria como para que nos apetezca seguirle. 

Frente a esta tarea, Ratas de cementerio adopta en su primera mitad el cachondeo grumoso de un tebeo de EC Comics o de una película de Corman con Vincent Price y Peter Lorre dándolo todo. La verborrea del carroñero Masson acompaña a escenas que, como la visita al depósito de cadáveres, emplean el humor grotesco para exponer la mala pata del vigilante, y también para sacarnos alguna carcajada que otra. 

Pero, a los veinte minutos aproximadamente, Masson entra en los subterráneos de Salem compitiendo con sus odiadas ratas en la cacería de un cadáver muy productivo, y el episodio adopta el libro de estilo de los Looney Tunes (con Hewlett en funciones de Willie E. Coyote) o del Sam Raimi más engorilado. Los diálogos desaparecen, y el interés se centra en ver de cuántas formas distintas puede torturar Natali a la figura principal. 

Sofocado, aplastado, despeñado por abismos insondables, mordisqueado por las ratas, Masson recibe estopa de todas clases durante esta frenética persecución subterránea. Y, cuando por fin cree haber encontrado el filón que le permitirá pagar sus deudas y vivir como un señor... pues digamos que comete el error definitivo. Algo que el espectador se verá venir de lejos, pero que seguramente disfrutará. 

Tras arrancar con El trastero 36, un trabajo interesante pero no del todo satisfactorio, la serie de Del Toro para Netflix se lanza al terror clásico con este  episodio. Tan clásico, que es fácil adivinar por dónde va a salir en cada momento. Pero esto, lejos de impedirnos disfrutarlo, despierta nuestra complicidad ante su festín de perrerías.

De esta manera, al igual que el relato original, Ratas de cementerio es una muestra de terror pulp que no aspira a romper moldes, sino a hacer bien su trabajo desde la introducción al inevitable susto final. Y es esa falta de pretensiones, unida a su eficaz puesta en escena y a su disposición a guiñarnos el ojo, la que puede sacarnos esa risita cómplice, como de roedor caníbal que se cree más listo que nadie. 

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