Daenerys Targaryen: ¿heroína o villana? La pregunta que no cesa de 'Juego de tronos'

11 años después del comienzo de la serie, el público sigue sin aclararse acerca de la Madre de Dragones. 
Emilia Clarke y un amigo en 'Juego de tronos'.
Emilia Clarke y un amigo en 'Juego de tronos'.
Cinemanía
Emilia Clarke y un amigo en 'Juego de tronos'.

Al principio, salvo que supieras de qué iba el tema, ignorarla era fácil. Mientras el psicópata de su hermano parecía aspirar al puesto de gran villano titular en Juego de tronos, de ella sabíamos poco más que su matrimonio forzoso con un señor de la guerra clavadito a Jason Momoa. 

Pero, entonces, llegó el final de la primera temporada del show de HBO, y el público aprendió que con Daenerys Targaryen no se juega, por muy pavisosa que nos hubiera parecido en los primeros episodios. 

Con el correr de los años y las temporadas, el personaje de Emilia Clarke fue acumulando sobrenombres (Madre de Dragones, Rompecadenas, La Que No Arde, La Pija, La Nancy Dragoncitos, etcétera) mientras el registro civil iba llenándose de niñas llamadas "Khaleesi". Llegada la tercera etapa del show, cierta maniobra comercial en la ciudad de Astapor hizo que su popularidad ascendiera como nunca, recordándonos, de paso, lo bien que viene siempre aprender idiomas. 

Así pues, en un mundo tan desolador como el de Poniente y sus aledaños, la presencia de Daenerys de la Tormenta parecía un milagro. Rodeados de sujetos tan cuestionables como los hermanos Lannister, Arya Stark o Theon Greyjoy, ella era lo más parecido a una heroína tradicional que podía ofrecernos la serie, junto al siempre pánfilo Jon Nieve. 

Sin embargo, quienes ya habían leído las novelas de George R. R. Martin sabían que aquello no podía durar. Y, efectivamente, las dos últimas etapas (sobre todo la última) demostraron que, más que una figura carismática, la joven Targaryen era un cataclismo con patas. 

De modo que henos aquí, más de una década después de su boda con Khal Drogo, sin saber qué hacer con Daenerys. ¿Debemos aclamarla y llorar su triste final? ¿O más bien pensar que siempre fue un cebo tendido para la credulidad del público, poniendo a prueba nuestra capacidad para aclamar figuras autoritarias hasta que a estas se les va del todo la pinza? 

Desde nuestro punto de vista, sería más bien lo segundo. Especialmente si se conocen las novelas originales, en las que el carácter de 'Dany' queda más perfilado desde el principio que en TV. 

Anatomía de una khaleesi

Para empezar, recordemos que Daenerys es una vástaga de la casa Targaryen, cuyo lema heráldico es "Sangre y fuego". Algo que, según Martin, no solo se refiere a su vínculo con los dragones, sino también a su doctrina política: para un Targaryen, nunca habrá nada como una buena masacre para poner a los vasallos en su sitio. 

Por otra parte, como la propia Daenerys no se cansa de recordar henchida de orgullo, los Targaryen proceden del viejo Feudo Franco de Valyria. Un lugar que, si hacemos caso a los descendientes de sus antiguos súbditos, no era un reino mágico lleno de prodigios, sino una atroz distopía esclavista con reptiles gigantes. 

A esto conviene sumar que el incesto entre miembros de las familias nobles es una costumbre valyria, practicada con fruición por los Targaryen aun después de su llegada a Poniente. Como guinda de la tarta, además, la infancia y primera juventud de Daenerys fueron del todo menos felices, obsequiándola con una larga sucesión de traumas. 

Así pues, tenemos a una chica muy joven (en las novelas, 'Dany' recibe la noticia de su embarazo el día de su 14 cumpleaños) cuyos genes están marcados por la endogamia, cuya cultura se basa en la violencia y cuya psique arrastra las secuelas de una crianza disfuncional. Esa joven está convencida de su derecho divino a gobernar un país en el que jamás ha puesto el pie, y no piensa detenerse ante nada para lograrlo. 

Por último, tras enviudar y perder a su hijo nonato, nuestro personaje se convierte en la propietaria de los últimos tres dragones del mundo. Unos dragones que, según George R. R. Martin, suponen el equivalente a bombas atómicas en el planeta de Juego de tronos. 

Para resumir: la historia de Daenerys equivaldría en nuestra realidad a la de una adolescente con problemas mentales y una larga lista de traumas sin resolver, nacida y criada en medio de un conflicto perpetuo, que se viera, de golpe y porrazo, custodiando un arsenal de armas de destrucción masiva. ¿Qué podría salir mal? 

Una heroína desorientada

Al igual que Canción de hielo y fuego, su original literario, Juego de tronos se entiende bastante mejor si lo consideramos un conjunto de subversiones de arquetipos del género de fantasía. En el caso de Daenerys, dicha subversión corresponde al llamado 'viaje del héroe', ese recorrido iniciático descrito por el escritor Joseph Campbell para explicar el eje común de múltiples mitos. 

Las teorías de Campbell sobre el 'viaje del héroe' han influido en multitud de pilares de la cultura pop, desde Star Wars hasta Dune. Y, sin salir de Juego de tronos, podemos verlas recreadas también en la historia de Jon Nieve (que no sabe nada, como bien sabemos). 

Asimismo, este arquetipo ha recibido multitud de críticas. Algunas se refieren a su cuestionable validez como herramienta antropológica, y no nos interesan. Las que sí vienen a cuento (y Martin, viejo zorro que es, conoce muy bien) son aquellas que lo consideran un caldo de cultivo para la mentalidad autoritaria y el culto a las figuras providenciales. 

En el caso de Jon Nieve, vemos lo que ocurre cuando uno de estos héroes pretende hacer valer su buen corazón en un mundo tan despiadado como el de los Siete Reinos: que sus propios compañeros de la Guardia de la Noche le acuchillan en cuanto presenta un rasgo de debilidad. 

En el de Daenerys, la cosa tiene más miga, porque esta antiheroína trata de llevar hasta el final su rol autoimpuesto como elegida del destino. Si bien sus actos en la Costa de los Esclavos están llenos de buenas intenciones, su carencia absoluta de mano izquierda y nulo sentido de la realpolitik acaban convirtiendo su cruzada en una catástrofe. 

Pero 'Dany' aprende poco o nada de esta amarga experiencia. Y, si aprende algo, lo aprende mal. De modo que, cuando por fin llega el momento que todos esperábamos, con ella ocupando el dichoso Trono de Hierro, aquella chica a la que tanto quisimos se ha convertido en una autócrata vocacional convencida de que juzgar sus actos es algo que solo corresponde a los dioses y a la historia. Es decir, en un tirano.

Pero una cosa es que esta historia sea interesante, que lo es, y otra bien distinta que Juego de tronos nos la presentara de una forma que nos permitiese apreciarla. 

Agárrame esos dragones

Es un viejo lugar común decir que, en cuanto se descolgaron de las novelas de Martin (inconclusas aún a fecha de escribir esto), Juego de tronos empezó a irse a pique. Lo que no se suele decir tanto es que tanto la serie como los libros habían flaqueado bastante antes de ese punto. 

Sin ir más lejos, a las peripecias de Daenerys en la Costa de los Esclavos le cayeron palos en su día por suscribir la narrativa del 'salvador blanco' que ilumina y defiende a salvajes de piel oscura. Eso, por no hablar de la descripción del pueblo dothraki, un revoltijo muy poco sutil de lugares comunes sobre la cultura mongola en tiempos de Genghis Khan. 

Pero, si bien esto es matizable, hay algo que, en nuestra opinión, no lo es: que las últimas temporadas de Juego de tronos están escritas con salva sea la parte, en un intento de rematar el dichoso show como fuese. 

De esta manera, y sin especular sobre los chivatazos de Martin a David Benioff y D. B. Weiss, elementos como el romance entre la khaleesi y Jon Nieve resultaron, más que desarrollos convincentes, la puesta en imágenes de teorías fan que llevaban circulando desde que Juego de tronos (la novela) se publicó por primera vez en 1997.

Que la joven Targaryen iba a comportarse como una bestia carnicera cuando por fin llegase a Desembarco del Rey era algo que también nos olíamos desde entonces, porque una no puede ganarle por la mano a gentuza como los señores feudales de Poniente y salvaguardar su moral al mismo tiempo. Lo que fastidia es que la serie mostrara esta evolución de una forma tan chapucera. 

A lo cual hay que sumar, además, los malditos estereotipos de género. Como prueba el caso de Cersei, otro de los personajes estrella del show, el arquetipo de la reina loca es tan tentador como tóxico si no se matiza adecuadamente. 

En el caso de la hija de Tywin Lannister, podemos aducir que, además de mala, es bastante menos inteligente de lo que ella misma se cree. En el de Daenerys, sin embargo, toca extrañarse: medidas que, en un personaje masculino, habrían sido justificadas como los compromisos éticos de un victorioso héroe conquistador, nos fueron presentadas como su descarrilamiento definitivo hacia la chifladura. 

De esta manera, la historia de Daenerys Targaryen resulta muy interesante, tanto por sus posibilidades no realizadas como por lo que delata acerca de la evolución de un show de éxito (el más exitoso de la historia de la TV reciente, de hecho). Pero también resulta una advertencia sobre lo fácil que es dejarse llevar por los arquetipos y las respuestas fáciles.

Como se nos repite a lo largo de la serie, "cada vez que nace un Targaryen, los dioses tiran una moneda al aire y el mundo contiene el aliento para ver de qué lado caerá". Vistos los resultados, es probable que los plebeyos de Poniente (esos que sufren mientras los señores juegan al juego de tronos) recen para que la dichosa moneda caiga de canto. 

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