La experiencia ‘Vampyr’, obra maestra del terror desconcertante

Carl Theodor Dreyer creó una enigmática joya del cine fantástico con sueños premonitorios, brujas vampiro y sombras.
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Una de las películas de terror más especiales, arriesgadas e insólitas de la historia del cine fantástico cumple 90 años. Vampyr irrumpió en los cines justo cuando Drácula y otros terrores filmados en los estudios de Universal estaban inaugurando una etapa de éxito industrial que comportaría una cierta vulgarización del género. La propuesta de Carl Theodor Dreyer, en cambio, remitía más al refinamiento de El hundimiento de la casa Usher, tal y como fue imaginado por el poeta de la imagen Jean Epstein (Finis Terrae).

Obra bisagra entre el cine mudo y el cine sonoro, Vampyr tiene algo de culminación de los hallazgos cosechados en fantasmagorías como El carruaje fantasma o Nosferatu. El resultado era extraño. Un filme sonorizado, visualmente arrebatador pero a la vez narrativamente muy dependiente del empleo de intertítulos y textos.

De alguna manera, Vampyr supondría un doble final de época. Se iba cerrando el ciclo del cine fantástico mudo y también comenzarían a quedar atrás unos años en que algunos de los principales realizadores del séptimo arte (como el mencionado Epstein, Fritz Lang, F. W. Murnau o Victor Sjöstrom) habían cultivado el género. 

Quizá porque la fantasía fue un terreno ideal para expandir los límites del lenguaje visual a través de la imaginación, antes de que el terror fílmico perdiese prestigio a golpe de producciones rápidas y secuelas de secuelas.

La pesadilla fílmica de Dreyer señaló caminos posibles para un cine sonoro menos estrictamente centrado en los diálogos y en el relato de peripecias fácilmente comprensibles. Eso no implica que el resultado se alejase completamente del cine narrativo, como podía suceder en el audiovisual considerado de vanguardia, pero los espectadores deben estar preparado para un relato más abierto y enigmático de lo habitual. Al fin y al cabo, el mismo héroe está desconcertado: ¿porqué no debe estarlo la audiencia?

Sacudidos por fuerzas que nos trascienden

Vampyr trata de unas horas en la vida de Allan Gray, un hombre atraído por investigar lo sobrenatural. Al principio del filme, el protagonista-soñador se instala en una misteriosa posada donde comienza a ser testigo de sucesos paranormales. 

Comprobará que dos hermanas están amenazas por una presencia malvada e intentará ayudarlas. Interpretado por un actor no profesional de origen aristocrático, Gray parece más cercano a los no-héroes lovecraftianos superados por los acontecimientos que a un experto detective de lo paranormal.

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Se supone que el realizador danés se inspiraba en los cuentos de Sheridan Le Fanu, autor de Carmilla. El resultado, en realidad, remite también a otras lecturas que hizo Dreyer, comenzando por Edgar Allan Poe. La parte más comprensible de esta críptica historia de enfrentamientos entre fuerzas del bien y del mal recuerda al Drácula de Bram Stoker, que ya había sido llevado a la pantalla de manera no reconocida en Nosferatu.

Paradójicamente, parte del relato de Vampyr será descubierto a través de la filmación de palabras escritas, mientras que muchas imágenes parecen fluir liberadas de una función narrativa concreta. El hecho de que los personajes lean un libro sobre no-muertos les sirve de guía, a ellos y a la desconcertada audiencia. Entre lectura y lectura, unos y otros contemplamos un artístico tren de la bruja donde aparecen sombras desligadas de los cuerpos que las generan y donde tienen lugar sueños o premoniciones en forma de viajes astrales donde anticipar la muerte propia.

Vampyr también incluye su cuota de diálogos desconcertantes. Algunos intercambios están recorridos por la tensa y perpleja incomprensión mutua que caracteriza algunas escenas del thriller lynchiano al estilo de Mulholland Drive. Dreyer no solo propone un camino narrativo críptico, sino que usa todo tipo de recursos para potenciar que el espectador se sienta (¿dichosamente?) perdido: una atmosférica banda sonora de ultratumba, anomalías en la velocidad de la imagen, movimientos de cámara que provocan sensaciones de extrañamiento y confusión...

A todo esto hay que añadir una imagen muy característica, extraordinariamente brumosa, potenciadora de incertidumbres y misterios. Dreyer explicó que un error de iluminación inspiró este ejercicio de estilo: se emplearía la luz de manera heterodoxa, y se filmaría a través de velos y cristales… Por el camino, el cineasta y su equipo mostraron delicadeza y elegancia en la elaboración de imágenes poéticamente siniestras (o viceversa).

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Una semilla perdida

El crítico David Bordwell destacaba en el libro The Films of Carl Theodor Dreyer uno de los fundamentos de la extrañeza que genera Vampyr. Constantemente se nos muestran actos que son reacciones a acciones previas que no vemos, son consecuencias de causas que no llegamos a conocer. Este juego constante contribuye a convertir el visionado del filme en una aventura gozosamente incierta.

En realidad, la película es un ejemplo de adecuación de forma y contenido: se explica una historia extraña de manera extraña. Dreyer explicó (¿o sugirió?) un cuento tenebroso sin renunciar a conjurar unas tinieblas estéticamente sugerentes, alejadas del feísmo, de una belleza enrarecida. Se autoconcedió unas amplias dosis de libertad al sumergirse en el irracionalismo del mundo de los sueños. Y se abstrajo de las convenciones todavía en proceso de formación del cine de terror sonoro comercial.

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La crítica no se mostró demasiado receptiva en su momento. El autor de La pasión de Juana de Arco se alejó de las cámaras durante una década. Y su semilla de otro cine de terror sonoro, más poético y menos prosaico, devendría una obra maestra poco accesible que difícilmente podía inspirar a las nuevas generaciones. Incluso obras que podrían considerarse abstractamente afines, como la bergmaniana La hora del lobo, transitarían caminos bastante diferentes. Y un maestro del desasosiego abracadabrante como Lynch parece haber bebido de otras fuentes, como El carnaval de las almas.

Una restauración de 1998, publicada posteriormente en el mercado videográfico (como una excelente edición española en soporte DVD, ya descatalogada, a cargo de Versus Entertainment), facilitó que Vampyr comenzase a encontrarse con un nuevo público. Ahora la película cumple su 90º aniversario con una nueva restauración (que será publicada en Blu-ray por el sello británico Eureka). Y lo hace consolidada como una de las más sugerentes pesadillas de la historia del cine.

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