'Una vez fuimos Kids': así se aprovecharon Larry Clark y Harmony Korine de un grupo de chicos con problemas

Filmin estrena este documental que cuenta cómo han acabado los protagonistas de Kids, la película de Larry Clark que revolucionó los 90.
Imagen del documental 'Una vez fuimos Kids'
Imagen del documental 'Una vez fuimos Kids'
Cinemanía
Imagen del documental 'Una vez fuimos Kids'

Un joven, apodado “El cirujano de la virginidad”, inicia en el sexo a una niña de 12 años. Así empezaba Kids (Larry Clark, 1995), una de las películas más polémicas de la historia del cine. A la pregunta que todo padre y toda madre se hace de “¿qué hacen mis hijos cuando no están en casa?”, respondía con la peor de sus pesadillas: drogas, sexo y violencia. Y no era sólo lo que contaba, era cómo lo contaba, con un estilo tan cercano al documental que a veces resultaba imposible recordar que se trataba de una ficción.

Es complicado explicar a los que no vivieron aquellos días el escandalazo que se montó con su estreno. Era aquella una sociedad hasta cierto punto bisoña en la que el VIH había irrumpido como una plaga bíblica. Tal vez lo único comparable, por su universalidad y repercusión mediática, fue la confesión del jugador de baloncesto Magic Johnson y del actor Rock Hudson de que eran portadores del VIH. Pero Kids no hablaba de estrellas entregadas al desenfreno proporcionado por la gloria. Te contaba la historia de los niños imberbes con los que te cruzabas cada día en el parque. Te decían que el VIH y las drogas campaban a sus anchas por sus cuerpecitos todavía en formación, que tu vecino y tu vecina adolescentes vivían en un exceso parecido al de cualquier ídolo del rock.

Detrás del proyecto se encontraba un fotógrafo casi cincuentón llamado Larry Clark. Su prestigio se había labrado en los 70, con un libro titulado Tulsa en el que retrataba con crudeza a la comunidad drogodependiente de Oklahoma, a la que él mismo pertenecía. Rehabilitado de su adicción a la heroína, se plantó en la neoyorquina Washington Square y observó a los skaters que allí se juntaban. Casi todos provenían de familias desestructuradas y encontraban en sus compañeros de tabla el hogar que nunca habían tenido.

Imagen de 'Kids', de Larry Clark
Imagen de 'Kids', de Larry Clark
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A aquellos chicos se pegó un estudiante de cine de Tennessee de 19 años. Se llamaba Harmony Korine y poseía una risa perenne como si se hubiera caído de pequeño en una marmita de LSD. Korine se paseaba por Nueva York con una mochila con copias de sus cortos, y se las daba a todos aquellos artistas que se cruzaba por la calle. Uno de ellos fue Larry Clark. Larry, Harmony, y los chicos. Se ven. Quedan. Hablan. Clark les hace fotos, los invita a comer, les compra marihuana. Se gana su confianza. Les propone participar en el filme. Ellos aceptan entusiasmados; las chicas, no. El sexo es demasiado explícito, así que Harmony se trae a una compi de la universidad llamada Chloë Sevigny y un cazatalentos ficha a Rosario Dawson.

Ninguno de ellos, hoy famosos, aparece en Cuando fuimos Kids, el documental sobre el rodaje del filme. El director, el australiano Eddie Martin, se centra en el antes y después de los chicos de la calle, los auténticos protagonistas de la película. Se posiciona claramente en contra de los profesionales y a favor de los amateurs. Su mensaje es claro: Clark y Korine se aprovecharon de unos muchachos provenientes de familias desestructuradas y desfavorecidas para triunfar artísticamente

A cambio de una mísera compensación, les ofrecieron una gloria efímera. En el documental se reproduce la rueda de prensa de Cannes, donde se presentó el filme. Todas las preguntas van dirigidas hacia cuánto había de real, si los muchachos realmente consumieron drogas durante el filme… Korine y Clark tiran pelotas fuera. Los testimonios de los protagonistas años después dicen que sí, asunto peliagudo teniendo en cuenta que eran menores y que estaban siendo incitados a ello por adultos.

Imagen de 'Cuando fuimos Kids'
Imagen de 'Cuando fuimos Kids'
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Hablan los supervivientes, que narran la trágica historia de dos de sus protagonistas: Justin Pierce, el chico que interpretaba a Casper, “el fantasma más yonqui de la ciudad”, que acabó por ahorcarse en Las Vegas; y Harold Hunter, el chico del pene sonoro, que murió de sobredosis a los 31 años. Recuerdan la dura vida de los bloques habitacionales neoyorquinos en los 90 o la imposibilidad de tener un futuro. Declaran que la esperanza de salir en una película, de conseguir una fama llovida del cielo era un caramelo envenenado.

Tras el escándalo, Sevigny, Dawson, Clark y Korine se convirtieron en estrellas. El mundo de la moda los adoptó como iconos y portadores de la realidad de las calles. Ellos conocían los secretos de las plazas, aquellos que se niegan a los no iniciados. Las principales marcas de lujo se los rifaron. El heroin chic se convirtió en la norma en las lonas publicitarias de los centros de las ciudades. 

En un mundo casi tan convulso como el actual, todos querían infectarse con la verdad de sus imágenes. Luego, por la ley del movimiento pendular, el cine de autor se volcó con visiones de la adolescencia igualmente preocupantes, pero menos crudas. La ensoñación de Las vírgenes suicidas, de Sofia Coppola (1999) o la lírica a ritmo de plano secuencia de Elephant, de Gus van Sant (2003). Dos obras maestras que, probablemente, no habrían sido posibles sin Kids, la película en la que un cincuentón engañó a unos menores por un más que discutible amor al arte.

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