Una pequeña joya llamada ‘Niñato’

“Calcetines, braguitas, pantalones térmicos”. Un padre despierta a sus hijos para ir al cole. Les enciende la luz, les ayuda a vestirse, les insiste en que hagan todo eso ellos solos. Mientras tanto, los niños se retuercen bajo el edredón, se escaquean, le sacan de quicio. Así era Buenos días, resistencia, el cortometraje que ahora Adrián Orr ha convertido en largo y que, tras sus premios en Sevilla o Bafici, inaugura esta noche la séptima edición de Márgenes, festival en el que podremos ver lo mejor de las nuevas narrativas audiovisuales tanto en sus sedes a ambos lados del Atlántico como en su web. Niñato, la ópera prima de Orr (Madrid, 1981) sigue de cerca la cotidianeidad de David, un chaval en paro que vive en casa de sus padres y que cuida de su hija y sobrinos mientras persigue sus sueños de hacer rap. Orr comienza su relato a gritos en un concierto, quizás para que sorprenda más ese contraplano por la mañana, despertando y vistiendo con paciencia a los peques para ir al cole. Tal vez, también, para aprehender la gigantesca ternura de una realidad tan prosaica –y casi siempre asociada a las mujeres–, la de un hombre que renuncia para criar a sus niños.

¿Estás contento de inaugurar un festival como Márgenes?

Mucho. No solo fueron de los primeros en contactarme en España, después de los premios de Visions du Réel y Bafici, sino que es el festival en el que han estrenado amigos y directores a los que admiro, Oliver Laxe, Lois Patiño… Yo he visto sus pelis en la gala en la que se proyecta Niñato esta noche.

La idea de Niñato y del corto Buenos días, resistencia estaba ahí rondándote mucho antes de que empezases a rodar las películas.

Las ganas de filmar a David vienen desde que se convirtió en padre. Soy su amigo desde hace tiempo, durante una época hicimos música juntos. Cuando le visitaba en su casa, veía cómo le contagiaba a los niños esa pasión que él siente por la música. Pero lo hacía no solo con la música sino con muchas otras cosas y eso me pareció muy especial. No todos los padres pueden tener esa disposición, por dinero o tiempo. Hay familias que, por necesidades o estatus, contratan a alguien que cuida a los niños. David tiene otras circunstancias, vive con sus padres, no tiene trabajo, pero también hay una renuncia fuerte en él, de lo que se espera de un adulto: tener un trabajo y una casa propia. David ha asumido eso y me parece que tiene mucho valor. También hay ciertas dudas sobre qué supone esto a largo plazo. El final es sugerente y abierto, pero sí que deja a David con esa incógnita, qué va a hacer cuando los niños sean mayores.

El de David es un conflicto tradicionalmente asociado a la mujer, que es la que muchas veces se quedaba en casa cuidando de los niños.

Totalmente. De hecho, eso lo trabajamos mucho en el montaje. En Niñato tenemos a un hombre haciendo lo que normalmente hace una mujer. En los pases que hemos hecho con público los espectadores siempre me preguntan dónde está la madre de los niños, pero nunca dónde está el otro padre, a pesar de que el personaje de Eli siempre está de camino al trabajo o regresando de él. Esto me permitía introducir una reflexión que a mí me interesaba mucho y que tiene que ver con cómo me he criado yo, con una madre soltera y con mis tíos, que se preocupaban más de mí que mi padre. Tú eres padre cuando asumes la responsabilidad de tener hijos, no simplemente por tenerlos. David desde que los niños eran pequeños ha ejercido esa función de padre. Por eso me interesaba representarlo como padre de los tres, aunque realmente no lo es. Y que en los espectadores surgiesen las preguntas después.

¿Cómo reaccionó David cuando le propusiste hacer un documental sobre su familia?

La primera vez les propuse hacer un corto de ficción. Aceptaron pero tuve que devolver la ayuda de la Comunidad de Madrid por problemas de producción. Aún así, terminé mi siguiente corto, De caballeros, y seguía sintiendo esta pulsión de filmarles. Como sabía que no tenía medios para hacer ficción le propuse hacerlo desde el documental, sobre todo la parte del despertar. Para eso, me costó convencerles más, pero cuando David vio que De caballeros funcionó bien, me empezó a tomar en serio como director. Intenté hacerlo de una forma que no fuera intrusiva en su cotidianeidad. No tenía que pasar nada excepcional. David me decía “tú ven, y vamos viendo”, porque él es muy así. Hicimos Buenos días, resistencia y tuvo muy  buena acogida, así que el largo fue más sencillo. Lo único malo es que los niños habían crecido y, al haberse visto en el corto, ya eran conscientes de lo que suponía estar delante de una cámara. Eso fue un problema porque querían ser niños perfectos, portarse bien. Oro me miraba para cortar las tomas. Tuve que hacer un trabajo extra para conseguir que se olvidasen de que estaba allí. Hacerme muy presente.

Qué complicada esa fina línea entre la ficción y el documental.

David siempre me preguntaba si estaba haciendo ficción o documental. Yo le decía que quería filmarles y pensar una peli con ellos. Los géneros no me interesan. Lo que me interesaba era quería conseguir ese grado de intimidad que tienen las pelis de ficción, esa mirada privilegiada, pero desde lo real. Quería que los niños fuesen niños, no niños interpretando, me parecía que era importante para conseguir retratar su verdad. Quería encontrar la distancia justa, el lugar desde donde mirarles, dónde colocar la cámara. El proceso fue ese y lo fuimos encontrando entre todos.

¿Hasta qué punto fue un trabajo conjunto?

Depende. Hay secuencias de Oro que me propuso hacer él. Yo quería filmar a David duchándose y David no se animaba. Oro me oyó un día y me dijo: “yo me voy a duchar ahora y no me importa que me grabes”. Lo bueno de rodar así, yo solo con la cámara, es que puedo grabar horas. A Oro le pasaba de todo en esa secuencia en la ducha: se le metía el jabón en los ojos, luego cantaba, etc. Me quedé con ese fragmento en el que canta, pero luego ahí entra el montaje, cómo usas eso en el montaje para que cree algo en los espectadores. El cine es construcción, secuencias meramente documentales al montarlas evocan otras cosas, llevan estas imágenes a otro sitio.

¿Trabajaste con algún tipo de guion o escaleta?

Filmábamos en los inviernos y otoños, para tener la continuidad lumínica de la película. En verano, montábamos. En el montaje nos planteábamos por dónde debíamos seguir. La peli se iba construyendo a partir de su vida, según esta cambiaba. En cuanto al guion, había una escaleta, pero era más una cosa de ir pensando cada etapa a partir de la realidad. Por ejemplo, el personaje de Oro fue cobrando esa importancia porque él la buscaba. Y yo me di cuenta de que la relación entre Oro y David podía ser un tema importante y lo potencié.

Tú eres el productor de Niñato. ¿Cómo ha sido la experiencia?

He tenido ayuda de New Folder, es una coproducción. Ellos me dejaron equipo de sonido, pero aparte de eso, he estado bastante solo. Y, en cuanto a la experiencia, a pesar de todos los premios y festivales, todavía no hemos ganado dinero, solo hemos recuperado. También es cierto que he pagado a todo el mundo del equipo. Intenté pedir ayudas pero no resultó. Fue el año en el que cambió la ley de las ayudas del ICAA y el hecho de ser madrileño parece que penaliza. Si fuese de otra comunidad autónoma tendría más facilidades para financiar mis proyectos. Es verdad que he producido Niñato, pero tampoco soy productor. No quería pasarme dos meses haciendo y presentando dossiers, quería filmar. No quería aprender a financiar una peli, quería hacerla. Así que me compré una cámara, le pedí una óptica prestada a Lois [Patiño] y rodé la película.

Tu peli ha tenido mucho prestigio, ha ganado en festivales… ¿Ves que ese éxito puede hacer que encuentres productor para tu siguiente película o te ves repitiendo como productor?

Me veo produciéndome mi siguiente peli, quizás con una coproducción de fuera. Quiero hacer la siguiente en Portugal, así que tal vez ese sea el camino. Para mí el cine es un trabajo de estar ahí, poco a poco, como cuando hacíamos música de adolescentes. Yo quiero hacer cine con gente en la que confío, no quiero forrarme pero me gustaría por lo menos poder vivir de ello. Mis amigos portugueses, por ejemplo, pueden hacerlo.

Has sido asistente de dirección de Alberto Rodríguez y otros directores de la industria. ¿Dirías que tienes un pie en cada uno de los "cines españoles"?

Es que para mí no hay dos cines españoles, siempre ha sido uno único. Yo he trabajado con Alberto Rodríguez, Javier Rebollo o Fernando Franco y para mí todos representan el cine español. Todo es cine, cine español, cine que viaja y que representa España. Yo lo entiendo más por generaciones, los cineastas de la mía estamos fuera no porque queramos sino porque no podemos estar dentro. Y creo que tiene que haber todo tipo de cine: el de Alberto [Rodríguez], que hace millones y el de Albert Serra, que cuando viajas es el que conoce todo el mundo y que da prestigio a la cultura española. Eso es importante también para España, ese prestigio.

Y ese prestigio no debe de estar reñido siempre, como en Niñato, con que la película le guste al público.

Una de las cosas más satisfactorias de Niñato es haber visto salas gigantes, como las del Festival de Sevilla, llenas, que un público tan heterogéneo responda tan bien, que se emociona y que haga las mismas preguntas que te pueden surgir a ti o a mí. A mí me interesa buscar nuevas narrativas, no repetir las de siempre, pero también llegar al público. Y no soy el único. Mira Mimosas o Verano 1993… Hay cierto prejuicio con el otro cine, pero luego son pelis que funcionan de piel, que general empatía, que consiguen que te identifiques con los personajes. Eso hace que sean fáciles de ver.

Niñato se estrena el 11 de mayo.

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